miércoles

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (81)


El sitio de la Mulita (5)


Mientras tanto, lo habitual de la maniobra que estaban ejecutando sus dueños lograba aplacar por completo a las cabalgaduras. Un trecho marcharon de tiro todas juntas hasta que, al disponerse sus soldados a escoger el lugar de clavar las correspondientes estacas, se diseminaron tras ellos. Hallado el terreno con algún árbol de sombra, retiró maletas y recado cada miliciano; para quitar el sudor, pasaba enseguida el lomo del cuchillo, a contrapelo, sobre el caliente sitio donde se posaron las bajeras; sacaba el freno, pero no el cabestro…

Mientras tanto, echado hacia atrás en el overo, decía el Comisario a la cuadrada rigidez del Sargento que tenía delante:

-Adentro, adentro están, por lo menos la Mulita y el cachafaz ese que se me desacató y que un ciego ve que es cómplice. Usté me cuida esta salida, que yo he resuelto hacerles un sitio por hambre, ¿comprende?, porque el pasadizo que hay que seguir para bien de llegar a la puerta es muy angosto y yo no quiero perder ni un hombre sin necesidá. ¿Comprende? Guarecido en el ombú de aquella loma, usté me tiene siempre un bombero, por si aparece Don Juan queriéndole dar una sorpresa con sus facinerosos, cosa que entra en la probabilidá. Y de noche, de noche, ojo, me pone usté unas guardias reforzadas en los pasos. Usté tiene gente de sobra para pararlo al taita. Pero nada más que eso, ¿comprende? Persecución no me vaya a hacer, porque entonces me desatiende aquí y, a lo mejor, lo que intentan los matreros es hacerle a usté una dispersión, como se han dado muchos casos, ¿comprende? Bien acomodados sus tiradores entre esas piedras, usté puede aguantar el peso de un ejército. Esta milicada, para ser franco, es una chamuchina que no le importa nada de nada, pero obedece. Y después que se calienta, es otra, hay que decirlo. Por eso, óigamelo bien, siempre es bueno hacerla entrar en pelea al griterío, que da entusiasmo.

Revolvió su poderoso overo el Comisario Tigre hasta quedar de espaldas a su Sargento. El quepis bien a la nuca, y siempre echado atrás recorrió con la vista el vasto panorama, conjeturando en silencio. Tanto se le fruncieron las cejas, que la mirada debía adelgazarse y hacer fuerza para salir a ver.

Al frente, sobre el pronunciado declive, a un cuarto de distancia del arroyo, visible aquí y allá, cuando conseguía zafarse del sauzal y los juncos de sus bordes, surgía una isla de talas. Tornando la cabeza, muy alta cuchilla con un ombú en su cima, hacía muro dilatado; al oeste, encajonadas entre lomas, las largas bandas oscuras de los chilcales; y al este, justo al este, la inmensa línea del horizonte era turbada por bosques sin principio ni fin. Salpicando la extensión, los ganados se diseminaron bajo el sol de verano.

Haciendo girar de nuevo su caballo, el Comisario Tigre volvió a quedar ante aquella expectación que era el Sargento Primero Cimarrón.

-Usté ve que le dejo al Trompa, Sargento -habló al cabo de un momento de meditación, mientras sus ojos, ahora concretándose a lo inmediato, pasaban muy escudriñadores del airoso horno, al palenque; del barril de rastra, a la batea de lavar yacente al lado, sin que su mirada se ablandara ni se detuviera, siquiera un instante, cuando cruzó por las achiras, los malvones, el rosal, los floripones y las blancas florecillas del jazmín del país, de un esmerado jardinillo contrastante con la fosca piedra prominente que hacía techo y pared a la casa en infortunio. -Si usté ve que lo quieren atacar, óigame bien, primero da órdenes al toque de clarín; pero ya me ha prevenido a sus subordinados que a esas no les hagan caso y que no atiendan más que a las de palabra bien clarita, ¿comprende? Usté hace ordenar con el clarín solito lo que quiera que el enemigo crea. Y hasta puede destacarme alguna vez al Trompa, agachadito entre los cardos y las chilcas, a que toque por el lado de los sauces del arroyo, y corriendo se venga oculto, y dé unas clarinadas aquí, ¿comprende? Hay que hacerle suponer al enemigo que usté está fuerte como para echar abajo el gobierno. Y ahí, de ese carguero, hágame bajar mi carpa y uselá, no más, mientras no esté yo, que tengo la corazonada, no sé por qué, que esto va para largo. Por ahora, yo voy a hacer el Cuartel General en la misma Comisaría.

Con ahinco pensó un momento el Comisario Tigre, a ver si en el fondo de su memoria hallaba alguna olvidada recomendación. Y luego, satisfecho de que no había quedado nada adentro, confió a su subordinado:

-Yo me retiro, Sargento Cimarrón. Y, de pasada, voy a hacer un interrogatorio a la Curandera. Quiero consultarla para ver si ella es también de parecer de que la Mulita, para quedarse de una vez con la herencia, porque el Peludo tenía una salú de fierro, ha envenenado a su pobre tío. Eso lo veo yo ahora como a esta luz. Y viéndolo yo tan cierto, ella, por más Curandera que sea, no me va a salir discutiendo que no lo ve. Eso es una combinación con Don Juan, cuando se le chingó lo de la arrastrada del potro…

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