UNA ENTREVISTA DE HUGO GIOVANETTI VIOLA
En estos días de pandemia
reflotaste públicamente un making-off de Jesús de Punta del Este que fue estrenado el sábado
21 de julio de 2007 en el hotel Conrad, en el marco del Primer Encuentro de
Cine Nacional que organizaron El Archivo Nacional de la Imagen y el SODRE. Es
curioso comprobar, por la reacción que despertó en las redes, cómo este relato-collage
de 12 minutos ha adquirido, después de tantos años, la fuerza de un símbolo
mítico casi autosuficiente, y creo que vale la pena historiar las fases del
trabajo multimediático que venimos desarrollando desde 2005. ¿Podés contar lo
que pasó en tu interior la noche que un amigo común nos presentó en un boliche
de la calle Bacacay y se produjo una especie de química meteórica cuando yo me
puse a rapear en joda una décima de la Tertulia lunática y vos terminaste
proponiéndome filmarme un documental en paralelo con la realización de Catacumbas
en el cielo, un cortometraje que rodamos en la mismísima Torre de los panoramas?
¿No te parece que lo que generó el nacimiento de elMontevideano Laboratorio de
Artes fue un verdadero empuje místico cultural denunciatorio propulsado por los
fantasmas de Isidore Ducasse y el Imperator Julio Herrera y Reissig, dos
genios fundacionales que siguen siendo olímpicamente ninguneados por la
endémica mediocridad tontovideana? ¿Cuándo se había despertado tu vocación de
eternidad dispuesta a atacar la cerrazón de nuestra culturosis con la
irreversible determinación de un barco rompehielos?
Son muchas preguntas juntas, así que tratemos de contestar por partes. En primer
lugar: cuando nuestro amigo común Hugo Rocca nos presentó en el bar de la calle
Bacacay yo venía trabajando en el desarrollo de contenidos multimedia para los
estudiantes, y el desafío clave, en el agujero cultural en que nos
encontrábamos, radicaba en realizar un diagnóstico que los capacitara para
incidir en la batalla que se estaba dando en dos frentes. Porque se trataba, ya
en aquel momento, de prepararlos no sólo como docentes sino para que pudieran
competir con los medios masivos donde reinaba (tal como sigue sucediendo hoy en
día) el poder hegemónico de la televisión.
Bueno, y unos días antes una amiga me había contado que su profesor de
literatura les mostró cómo la poesía de Herrera y Reissig podía sincronizarse
perfectamente con un rock and roll y después que te lo comenté y te pusiste a
rapear de golpe aquella décima de la Tertulia Lunática sentí que se me desataba
una especie de furia creativa y a la semana te propuse filmar una performance
en la Torre del Imperator.
Quiero destacar, además, para complementar mi primera respuesta, que la
complejidad del panorama denunciado por el diagnóstico cultural que hicimos en
aquel momento permanece totalmente vigente. Porque no se comprende, todavía,
que si no logramos adaptar los contenidos a las nuevas formas desarrolladas por
la tecnología, la batalla está perdida de antemano. Las nuevas generaciones
-que no “leen menos que antes”, como suele decirse- se deben adaptar al
inevitable cambio de los “soportes” mediáticos. Y no estoy hablando
necesariamente del “fin del libro” ni del “fin de las salas de cine”, porque no
me considero un prestidigitador. Hablo de la transformación que nos proponen
las herramientas y los instrumentos del mundo digital. Los viejos 0 y 1.
¿Y cómo era el panorama tecnológico en la década de los
80, cuando empezaste a enfilar hacia la creación multimediática?
A mis primeras obras, que concebí todavía en tiempos de la resistencia, se
las podría considerar apenas “pre-multimediáticas”. En Industria y Frecuencia
Nietzsche, por ejemplo, intenté amalgamar diferentes lenguajes, pero recién
pude hacerlo en el 85, cuando conocí las computadoras personales. Yo venía
trabajando con sistemas 34 y 36 de IBM, que eran computadoras corporativas cuyo
manejo te exigía una preparación previa. En esos cursos tuve que aprender a
programar en un lenguaje de muy bajo nivel y además formalmente lógico, lo que
me hizo desembocar en la composición de una especie de “poesía lógica” que hizo
que terminara siendo eliminado de los cursos. Una situación cómica.
Pero lo interesante fue que durante aquella preparación aparecieron unos
muchachos a presentarle a la empresa una notebook y eso realmente me
cambió la vida. Porque finalmente me había encontrado con una herramienta que
me permitiría sintetizar y ensamblar todo lo que hacía en el campo de las
letras, de la escena y de la música. Ahora podía enfrentarme realmente al
“establishment” desde mi trinchera artística.
Y ya que hablamos de trincheras, ¿por qué no contás lo
que vivimos la tarde que filmamos en el minúsculo altillo donde Julio Herrera y
Reissig instaló su legendario foco de resistencia al “tontovideanismo”, con
sesiones mediúmnicas y todo?
Cuando fuimos a la Torre de los Panoramas se produjeron algunos de esos
acontecimientos que la gente suele llamar “paranormales”. Y vos sabés muy bien
que a lo largo de mi vida ese tipo de sucesos son los que me han ido
confirmando el camino a seguir. Serían algo así como “señales sincrónicas”
(para expresarlo en términos junguianos), y en este caso sucedió que en aquella
calma tarde de sol los postigones del altillo se abrieron y se cerraron dos
veces sin la menor explicación “lógica” posible, además de que en la escalerita
que desciende hacia la actual Academia de Letras se escuchaban los ecos
fantasmales de diálogos y taconeos femeninos. Aquello fue, para mí, una señal
clarísima de que debíamos seguir trabajando juntos como lo hemos venido
haciendo en los últimos quince años. Y hoy podemos decir que la estrategia que
nos planteamos investigando sobre la interacción icónica que tan bien llevó
Windows adelante y apuntando siempre a lo digital, se cumplió en todos sus
términos y nos hizo crecer en la construcción de una eficiencia
comunicacional que en estos días de cuarentena se ha multiplicado
extraordinariamente. Es la mismísima realidad mutante la que cada día
confirma ineludiblemente que la apuesta a los modelos de distribución de contenidos
que propusimos con elMontevideano no era ninguna locura. A mí me había marcado
mucho aquello de recurrir a la “information at your fingers” y no me equivoqué
al plantearle a los alumnos de la Escuela de Cineastas que fundamos en 2010,
por ejemplo, que debían generar obras trabajando con cualquier producto
comprado en el supermercado, sin que el espectador pudiera distinguir que la
calidad técnica que se le ofrecía no venía de Hollywood sino de Montevideo,
Lagomar o La Paloma. Porque no se trataba de apoyar la gestión en ninguna
esposonría exorbitante sino confiar en la humildísima pero todopoderosa
clarividencia que sólo te da la fe.
Algo que no se logra sin el empuje místico que te aportan
los arquetipos de heroicidad universal que subyacen específicamente en tu
comunidad, y que también a la hora de plantarle bandera a los mandatos “estéticamente
correctos” que te impone el establishment hace que te importe un pito la
búsqueda de cualquier aplauso fácil y glamoroso. ¿Te acordás que la primera vez
que fuimos a Punta del Este a explorar el campo de batalla vos pusiste en la
radio “Cuando juega la celeste” de Jaime Roos y la cantábamos a los gritos?
Es que hay momentos en los que nadie puede dejar de sentir la fuerza
subterránea que te aportan los grandes arquetipos que influyen en la memoria
colectiva y la voluntad de cohesión de tu pueblo. Y conste que en aquel momento
la “celeste” andaba de capa muy caída y todavía faltaban seis años para que
reapareciera la “garra artiguista” en el Mundial de Sudáfrica. Pero tanto a mí
como a vos esa especie de “soplo místico” nos acompañó toda la vida, a la hora
agujerear el “cielorraso racional” y soñar con lo eterno. Para Artigas, nuestra
máximo referente cultural, la Liga Federal nunca fue una utopía. Y él fue el
que nos enseñó que no debemos esperar nada que no venga de nosotros mismos. Y
además hay unos cuantos Capitanes del Vuelo, como les llamás vos,
apuntalándonos con una fe irrajable en el Gran Arte: Lautréamont, el divino
Julio, Torres García, Olga Pierri o Espínola Gómez. Para ellos no había
“misiones imposibles”.
Bueno, el Negro Jefe lo intuyó “claritamente” aquella
tarde del 16 de julio de 1950. Y a nosotros no nos pareció ninguna “casualidad”
que esa fuese la misma fecha de comienzo del Primer Encuentro de
Cine Nacional donde nos invitaron a participar porque en la Intendencia de
Maldonado alguien se enteró de que teníamos entre manos este proyecto.
Sí, y además ellos pensaban que ya habíamos terminado de rodar el
largometraje y fue al revés: a mí me obligaron a armar el making-off en dos o
tres días y cuando viajamos a presentarlo aprovechamos para completar los
exteriores que faltaban en la península, nada menos que con Gastón Ciarlo,
“Dino”, cantando Tablas en la plaza de la Torre del Vigía. Con lo que se
cumplió lo que yo siempre planteaba en los cursos: tarde o temprano van a ser
los grandes medios los que van a venir a buscarnos. Pero mientras tanto hay que
ir desarrollando los contenidos con la tecnología que tengamos a mano. Y eso
lleva tiempo. Mucho tiempo.
Lo que no quiere decir necesariamente mucho presupuesto,
como piensan la mayoría de los aspirantes a ser “cineastas con éxito”. Porque
nosotros llevábamos meses rodando interiores en locaciones prestadas y antes de
que surgiera el viaje a Punta del Este el poeta Gerardo Pérez Céspedes nos puso
tres días a disposición el espectacular hotel “Rivendel” de Piriápolis (que ese
mismo año fue alquilado por la producción de XXY, el filme de Lucía
Puenzo donde actuó Darín) y en la península nos arreglamos alojando a todo el equipo
en dos apartamentos prestados por la familia Wood.
Y el catering más costoso fue una tallarinada regada con Coca Cola y té de
postre. ¿Qué me venís con Hollywood?
Y sin embargo fue una tallarinada celebratoria de la
presentación del making-off en el Conrad (precedido por el de Polvo nuestro
que estás en los cielos) donde “modestamente”, al decir de Vittorio Gassman,
rompimos todo. Me acuerdo que tanto Juan José Mugni como el buen Jorge Jellinek
nos felicitaron con un fervor insólito.
Y tres años después Fernando Goldsman nos invitó a participar en el
Festival de Cine del mar donde estrenamos el mediometraje Esto lo aprendí de
Onetti. Y también rompimos todo.
Vamos a aclarar que Esto lo aprendí de Onetti fue
reestrenado en la Fundación Espínola Gómez y después ni siquiera lo has querido
colgar en elMontevideano, porque pertenece a una saga de cortos que
interaccionan con Jesús de Punta del Este.
Y que van a ser dados a conocer recién cuando lo digital termine siendo la
autopista general y única, como parte de un proceso que a la larga va a
terminar en la expresión holográfica.
Lo asombroso es que a principios de 2007, cuando fuiste
por primera vez a París a filmar un documental sobre la vida de Olver Gilberto
De León, un factótum uruguayo de toda la cultura latinoamericana desde los
tiempos de la dictadura, los franceses se asombraran con tu nuevo “modo de
producción”, al punto de proponerte que siguieras trabajando allá.
Sí, y yo muy agradecido, pero vos sabés perfectamente lo que es vivir en lo
que llamamos (y no es en joda) “la ciudad de las miradas muertas”. Incluso me
contrataron para volver ese mismo año a presentar la “remake” cinematográfica
del unipersonal teatral La Negra Jrefa, además de filmar la “Semana por
Uruguay” que se realizó en La Sorbonne pocos meses después de que el documental
sobre Olver fuera estrenado en pleno Quartier Latin y distribuido por la
Mediathèque de Trois Mondes. Todo precioso. Pero yo pertenezco a la tribu Oriental.
No tendríamos que cerrar esta nota sin que los lectores
supieran que en 1998, cuando fracasó el primer proyecto de llevar al cine Jesús
de Punta del Este y fui horripilantemente estafado en mi ridículo rol de
“novelista-productor”, Olver (que se vino unos días en calidad de co-productor
francés) me dijo durante la última borrachera que nos agarramos en Mendizábal:
“Mirá, yo nunca te lo quise decir pero ese guión que hizo el director que al
final te traicionó era malo. Porque jamás se levantan así como así los diálogos
de una novela. Y yo te aseguro que algún día la vas a filmar. Pero hacé el
guión vos sin copiar a tu propio libro, boludo. Y conseguí un director como la
gente”.
Pero la primera vez que fui a tu casa y vi un tremendo reportaje que te
hicieron a doble página en “El País” cuando ya estaban a punto de rodar, te
negaste rotundamente. Y demoré tres meses en convencerte. Porque vos decías que
era imposible conseguir la guita y yo te porfiaba que con el cine digital casi
no se gastaba nada.
Además a mí lo que me
motivó realmente a filmar Jesús de Punta del Este fue una visión
que tuve en Punta del Diablo en 2002. Yo estaba veraneando con mi hijo Federico
y un día me sentí englobado, junto con todos los que estábamos allí, por
una especie de burbuja de tiempo. Y ahora que se llenan tanto la
boca con los “futuros distópicos”, puedo decir que en aquel momento sentí
que tenía que filmar algo que testimoniara ese mañana inminente que
nos estaba uniendo a todos, tan cerca del océano. Fue algo así. ¿Una certeza
“paranormal”? Yo qué sé. Que lo llamen como quieran.
Y el disparador fue ver
el título de la película fallida en el reportaje que les hicieron a vos y a
Olver en “El País”: Jesús de Punta del Este. Eso fue lo que me noqueó y
me hizo sentir fulminantemente invadido por aquellas imágenes misteriosas que
se me habían aparecido en Punta del Diablo tres años atrás. Yo ni siquiera
había leído tu novela pero aquel título me hizo saber que ahí estaba la cosa.
Vos estabas muy
disgustado por el fracaso del proyecto anterior pero Olver tuvo razón, al
final. Aquello se tenía que filmar, y cuando te pude convencer y me presentaron
un libreto hecho junto con Willy Wood (a quien yo ya había elegido como
protagonista) les contestamos junto con Martín Ferreyra, mi asistente, que a
nosotros aquel texto estructurado en base al formato tradicional -donde a cada
página se le calcula determinada cantidad de tiempo- no nos daba para hacer más
que diez o veinte minutos de cine.
Y ahí comenzó la obra. La
escritura de un libreto adaptado a un nuevo tipo de producción 100% digital se
transformó en un work in progress que fue mutando constantemente, hasta
que arrancamos con los que terminaron siendo siete meses de un rodaje donde se
mezclaron actores profesionales con gente que nunca había soñado con hacer
cine, en escenas que se ensayaron y se ensayaron y se ensayaron hasta que
apareció la magia. O sea, el punto exacto donde la ficción se convierte en
realidad.
Y otro aspecto muy
importante para mí fue lograr que en algunas escenas muy importantes que
rodamos en exteriores, los extras fueran gente del lugar que no tenían la menor
idea de lo que iba a pasar, como pasó en la escena de la “crucifixión” de
Leonardo Regusci, montada en el “Rivendel”. Además el libreto me había dado una
libertad absoluta de improvisar y filmar en lugares donde ni siquiera se había ensayado,
aunque había actores-samurais que estaban preparados como jugadores del
Barcelona para jugar una final por la Eurocopa. Y se fue generando una alquimia
que nos hizo sentir, a todos los que participamos, que el rodaje de Jesús de
Punta del Este ya era una obra en sí misma. Yo le agradezco a la
teorización de Kevin Kelly, por otra parte, el haber podido animarnos a ser
alternativos de verdad, prescindiendo de las cadenas clásicas de exhibición
como son los cines (un modelo que es tremendamente excluyente) para poder
llegarle a más espectadores construyendo nuestro propio modelo de producción y
distribución.
Posteriormente rodamos una
saga de tres mediometrajes -entre los que figura Esto lo aprendí de Onetti- que
completan al material del largometraje ofreciendo una extensa obra interactiva,
con un módulo principal y tres laterales. De esa manera el internauta, como
sucede con la doble lectura de Rayuela, podrá optar por hacer sus propias
combinatorias de la obra. Y todo eso lo hicimos sin depender nada más que de
nosotros mismos, según se nos instruyó en Purificación.
Y pensar que después que me convenciste y ya estábamos
por empezar a rodar con cero peso de costo le rechazaste 140 mil dólares a
Ibermedia porque nos exigían que incluyéramos a dos actores argentinos (y nos
daban a elegir entre terribles nombretes) porque pensabas que eso iba a romper
el espíritu del grupo. Y yo tuve que hacerte caso.
No. Me tuviste fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario