miércoles

DANIEL BARENBOIM “LOS POLÍTICOS SIGUEN CREYENDO QUE LA CULTURA ES ELITISTA”


por Alejandro Martínez
El confinamiento marca estos días nuestras agendas, de un modo nunca previsto y sumamente extraordinario. Si bien esta entrevista tendría que haberse realizado de manera presencial en Berlín, la pandemia del coronavirus y sus circunstancias excepcionales lo han impedido. Y no obstante, desde el compromiso con la actualidad y con la música, y gracias a la generosidad y predisposición del maestro Daniel Barenboim, hemos podido llevar a cabo esta conversación por teléfono, desde la cuarentena que guardamos en nuestros domicilios.

Vivimos días de gran incertidumbre. Imagino que son también extraños para alguien acostumbrado a estar constantemente activo, haciendo música a diario.

Sí, hay que afrontar la situación sin pánico pero muy en serio. Las recomendaciones de las autoridades para quedarse en casa no son una broma. Hay gente con conductas ridículas, que sigue saliendo a la calle en contra de toda lógica. La canciller de Alemania, Angela Merkel, dijo algo muy importante en su discurso de hace unos días: “Alemania afronta el mayor reto desde la Segunda Guerra Mundial”, dijo. Fue un gran discurso, excelente, apelando a la inteligencia. En estos momentos el optimismo tiene que vencer al pánico.

¿Cree que la sociedad occidental es consciente de la coyuntura a la que hacemos frente, más allá de la pandemia? Me refiero a la crisis subsiguiente, que será no solo económica sino también de valores, con enormes riesgos.

Yo pienso que la mayoría de la gente no es consciente de ello, lamentablemente. Los hábitos adquiridos como sociedad, durante varias décadas, representan una inercia difícil de vencer. Parece imposible imaginar hoy que ciertas cosas dejarán de ser como eran, pero hay que planteárselo. No creo que aprendamos la lección que habría que sacar de todo esto.

“El optimismo tiene que vencer al pánico”

¿Y cuál sería esa lección, desde su punto de vista?

Hace ya muchos años que el dinero guía el mundo. Por supuesto que el dinero hace falta, pero no puede ser el criterio que lo determine todo. Hace ya un tiempo, no recuerdo dónde -exactamente, leí una definición de la libertad, según la administración norteamericana, en un documento interno. Venía a decir que la libertad consiste en tener la capacidad económica para comprar o vender algo y el derecho para hacerlo. Estados Unidos es un gran país, pero su idea de libertad es un buen ejemplo de la deriva que lo marca todo hoy en día. Dinero, dinero, dinero… Pero la cultura, la educación y los valores quedaron a un lado. ¿Qué hay de la curiosidad? Se perdió totalmente. Internet es un instrumento fantástico pero su inmediatez ha cortado de raíz muchos estímulos. 

Realmente vivimos en un mundo cada vez más vacío e irreal. Y eso se percibe en los problemas sociales, como sucede en la Alemania del Este, donde emergen movimientos neonazis. La reunificación fue un proceso necesario y formidable, pero nadie se paró a pensar que la población del Este no había conocido jamás la democracia. Ellos estuvieron del 33 al 45 bajo el gobierno de Hitler y desde el 49 al 89 bajo el comunismo soviético. ¿Y qué se hizo? Se les dio dinero, no se les dio educación. La democracia no se compra ni se vende, no se mide en dólares o en euros. Todo esto sonará muy simple, pero después de muchos años tengo la certeza de que es así.

“El hombre siempre se convierte en esclavo de sus propios inventos”

Mencionaba usted ahora las posibilidades de Internet, que es también un nexo paradójico con el mundo, en estos días de confinamiento. Las pantallas se han convertido en las ventanas desde las que mirar al mundo, incluida la cultura. ¿Hasta qué punto la gente se está dando cuenta estos días del valor de la cultura para sus vidas? ¿Servirá de algo o será un espejismo?

Mire, cuando yo tenía unos catorce o quince años, yo estaba tocando en Inglaterra y la BBC empezó a emitir sus primeros programas de música en televisión. Y recuerdo que la gente se quejaba de que la televisión iba a ser un desastre, porque iba a impedir a los niños hacer sus deberes en casa. Como si la televisión tuviera la culpa, y no los padres que no se ocupaban de los niños y sus límites. El ser humano siempre tuvo el genio para inventar cosas increíbles y luego se convierte en esclavo de sus propios inventos. Eso pasó con la televisión y pasa ahora con Internet. Pero en fin, no debemos deprimirnos más de lo indispensable (risas).

La Staatsoper de Berlín, de la que usted es director musical, fue una de las primeras instituciones en reaccionar ante el parón repentino de las representaciones y conciertos con público, ofreciendo una representación de Carmen por streaming, de forma gratuita y para todo el mundo. ¿Qué impresión tuvo dirigiendo ante una sala completamente vacía, pero consciente al mismo tiempo de que le seguían cientos de miles de espectadores desde sus casas?

En primer lugar me di cuenta de que nadie tosía (risas). Nunca había tenido esa impresión (risas). Bromas aparte, fue iniciativa que promoví y de la que estoy muy satisfecho. Todos los cantantes, quiero decirlo, actuaron de manera gratuita; yo mismo también, por supuesto. Fue una experiencia emotiva y de ahí surgió la idea de plantear un festival digital durante un mes, con diversas retransmisiones de producciones anteriores que están en nuestros archivos de la Staatsoper: Manon con Netrebko y Villazón, el Tristan de Tcherniakov, etc. 

“Los políticos siguen creyendo que la cultura es elitista”

A menudo nos referimos a la capacidad que tiene la música para cambiar nuestras vidas, quizá con más optimismo que certezas. Usted mismo tiene una experiencia muy directa a través de la iniciativa de la Fundación Barenboim-Said. ¿Cree que en este momento es más necesario que nunca poner la cultura en primer plano, para que el mundo hacia el que caminemos tras esta crisis sea distinto y mejor de algún modo?

Sí, pero no hay que hacerse ilusiones. Ahora los discursos son grandilocuentes, pero pasadas dos o tres semanas, cuando la actividad normal se recupere, se olvidarán muy rápido de todo ello. Esto siempre fue así; es muy difícil convencer a quienes toman las decisiones. La gente de la política no es culta. La mayor parte de ellos piensan que la cultura es algo elitista. Y eso es lo más ridículo que se puede decir.

¿Sigue teniendo la impresión de que los políticos ven la cultura como algo elitista? 

Con algunas excepciones, sí; la gran mayoría lo piensa. Alguien dijo que la gente envejece demasiado temprano y adquiere la inteligencia demasiado tarde. No está mal esa frase… Conozco muchos casos así (risas).

Por poner un punto de optimismo, y retomando la anterior mención a la Fundación Barenboim-Said, le confieso que cada verano en Salzburgo me sorprende más si cabe la calidad de su orquesta, la West-Eastern Divan, un proyecto que empezó como una iniciativa social, de encuentro y convivencia, y que ha terminado por ser un conjunto sinfónico de primerísimo nivel. 

Le agradezco sus palabras. Creo que estoy de acuerdo con usted (risas). Lo cierto es que nuestra orquesta ha llegado muy lejos en estos años, en términos musicales, pero todo el aspecto social y humano, el mensaje que pretendíamos llevar por el mundo con esta formación, sigue sin entenderse. La orquesta hizo un progreso musical e instrumental único, pero tengo la impresión de que no ha trascendido el mensaje social. Esta orquesta ha mostrado que es posible la convivencia entre palestinos e israelíes en un contexto donde todo el mundo tiene los mismos derechos y las mismas responsabilidades, algo que no sucede ahí fuera, en la vida real. Pero bueno, hay que estar contento de lo poco que sale bien en esta vida.

La música se ha visto reducida a entretenimiento y publicidad”

En 2020 se cumplen setenta años desde su primer concierto en público, en Buenos Aires, siendo un niño. Realmente la cifra da vértigo: siete décadas haciendo música, en su doble faceta de director y pianista, pero también como gestor e impulsor de muchas otras carreras. Tengo curiosidad por ver cómo percibe el paso del tiempo alguien que está haciendo música día a día. El mundo ha cambiado tanto, en paralelo, durante ese tiempo. 

El paso del tiempo es extraño. Físicamente me siento muy bien. Ciertas cosas, naturalmente, las hacía con más rapidez y facilidad cuando era más joven, es inevitable. Pero por lo general me siento bien. Lo que pasa es que el espíritu de nuestro tiempo, lo que los alemanes llaman el Zeitgeist, se volvió mucho más pobre que antes. La música se ha visto reducida a entretenimiento y publicidad. La música dejó de estar entre las disciplinas que concebían y proyectaban el desarrollo de nuestra sociedad, como pasó desde el siglo XVIII a mediados del siglo XX. Hay un empobrecimiento general que me entristece mucho. Estoy muy agradecido por el seguimiento y el cariño que me transmite el público, que sigue viniendo a mis conciertos y a mis funciones de ópera. Me halaga mucho y me hace muy feliz. Pero por otro lado me doy cuenta de que estamos en otro mundo, distinto al que yo conocí. Y créame, no soy el tipo de persona que va por ahí diciendo que todo era mejor antes, etc. En absoluto, pero el valor de las cosas cambió. Antes se juzgaba a un artista por su inteligencia, por su capacidad de análisis, por su intuición, por su talento… y ahora se le juzga por su popularidad. Y eso es muy negativo.

Algo que marca su agenda y que no deja de sorprenderme es la curiosidad. Cuando bien podría conformarse con el repertorio que más ha frecuentado y conoce, sigue apostando por descubrir al público piezas menos frecuentas, como el Falstaff de Elgar o la Juliette de Martinu.

Sí, un buen ejemplo es el título con el que abriremos la próxima temporada en la Staatsoper Unter den Linden. Se trata de Quartett, una ópera del compositor italiano Luca Francesconi, sobre el Cuarteto de Heiner Müller. Es una obra que se estrenó en inglés en la Scala de Milán, hace casi diez años, pero aquí la representaremos por vez primera en alemán, como es lógico para el público de Berlín. Imagínese que en España se hiciese algo de Albéniz en portugués (risas). Es una obra potente y extraordinaria, por la que tengo una gran curiosidad. 

“Antes se juzgaba a un artista por su inteligencia y ahora se le juzga por su popularidad”

Sus planes en torno al 250 aniversario de Beethoven se han visto frustrados de repente por efecto del coronavirus.

Sí, no podremos llevar a cabo la Festtage, en la que iba a dirigir todas las sinfonías de Beethoven con la Stataskapelle. Espero que podamos reprogramar este ciclo para más adelante. Y también está en peligro la integral de las sonatas para piano de Beethoven que iba a hacer en Viena, entre mayo y junio. Veremos lo que pasa finalmente…

En torno a Beethoven, ¿tiene la impresión de haber encontrado algo nuevo en su obra, ahora que vuelve una vez más a adentrarse en ella?

Cada vez que se estudia o se ejecuta una obra se aprende algo que no se sabía. Por eso yo siempre digo que la existencia del músico -no me gusta hablar de intérpretes, Beethoven no necesita que lo traduzcan- es un constante aprendizaje: un color, una pequeña modulación, cualquier detalle, por minúsculo que sea. De alguna manera hacer música nos obliga siempre a empezar de cero. El sonido es efímero. Lo que ayer ejecuté al piano ya no existe, más allá de mi mente y por supuesto las grabaciones. Pero me refiero a que no es un trabajo en el que uno vaya acumulando retoques de un día para otro, como frente a un lienzo. Ese lienzo está en la mente de cada músico. Y por eso nuestra profesión es tan extraordinaria, porque nunca termina, mientras el músico mantenga viva su curiosidad. 

Quizá esta curiosidad general que marca la actividad de los músicos es lo que explica su resistencia al paso del tiempo. Hay carreras cuya longevidad nos asombra.

Es muy posible, sí. Naturalmente hay que tener la inteligencia, y espero poder tenerla si llega el día, de saber cuando hay que dejarlo. Pienso en eso muy a menudo. No quiero seguir más allá, cuando no pueda mantener el mismo nivel al que estoy acostumbrado. Tampoco quiero que a mis hijos les digan eso de “tendrías que haber oído a tu padre hace diez años, era otra cosa”. Eso sería terrible.

Lo cierto es que la magia de la música radica en eso, en que el paso del tiempo lo desafía todo, incluso los límites físicos de los intérpretes.

Sí, ¿sabe lo que decía Furtwängler? La rutina es el peor enemigo del arte. Es una gran verdad. Yo esto lo tengo muy presente.

Ahora que menciona a Furtwängler, usted tuvo la ocasión de conocer a una generación dorada de artistas, a la que muchos tan solo hemos podido aproximarnos a través de los discos. Me gustaría preguntarle por algunos de ellos. Empecemos por el propio Furtwängler.

Furtwängler representa para mí lo mejor en la forma de hacer música. Por su hondura y por su habilidad para unir una tremenda capacidad de análisis con un instinto muy fuerte. Representaba la unión entre lo racional y lo emotivo, de un modo que yo solo he visto en él.

También trató a Otto Klemperer, otro director de recuerdo mítico hoy en día.

Sí, tuve con él menos contacto, aunque tuve el honor de grabar con él un concierto de Mozart y los conciertos de Beethoven. Pero le conocí cuando él ya era bastante mayor, con dificultades de movilidad. Lo que era extraordinario en Klemperer era su capacidad para conseguir un sonido granítico. Era algo inexplicable. Lo recuerdo muy bien. La orquesta con él parecía estar haciendo una escultura. 

Usted mantuvo también una estrecha amistad con Pierre Boulez.

Es difícil definirlo con pocas palabras. Hubo varios Pierre Boulez: el compositor, el director de orquesta, el programador, etc. En primer lugar Boulez tenía, él sí, una curiosidad verdaderamente ilimitada. Estaba fascinado por la complejidad. Recuerdo que él y yo nos dirigimos un ciclo de las sinfonías de Mahler con la Staatskapelle, en Berlín, en Viena y en Nueva York. En Viena hicimos una entrevista conjunta y la primera pregunta fue para él: “¿Qué es lo que más le interesa de la obra de Mahler?”. Y su respuesta fue clara: “Su complejidad”. Boulez tenía casi una obsesión por lo complejo, en la búsqueda de hacerlo lo más transparente y accesible que fuera posible. Tenía una capacidad única para ello, tanto dirigiendo sus propias obras como las de otros autores. Era un espíritu muy abierto y libre; algo raro en los compositores modernos, que a menudo solo se interesan por lo último, por la pura vanguardia, viendo el pasado como algo lejano, pasado de moda. En cambio Boulez conocía muy bien la historia de la música, era un gran conocedor, en términos históricos y teóricos. De los autores modernos, era uno de los pocos que verdaderamente veía una evolución en la música, sin maximizar cada pequeño cambio como si fuese una revolución. Por eso su interés en Wagner y su interés en Mahler, que lo llevo a Schönberg, etc. Pierre Boulez era además una persona de gran sencillez, sin aires de grandeza, un hombre ejemplar.

Nunca he tenido clara su relación con Karajan. Creo que él le apoyó cuando pusieron fin a su contrato en Bastilla, en la Ópera de París.

Sí, así fue. Lamentablemente le traté muy poco. Le había conocido en los años setenta, de manera casi anecdótica. Pero sí tuve ocasión de pasar algo de tiempo con él, apenas unos meses antes de su muerte. Fueron momentos extraordinarios, pero lo cierto es que nunca tuve una gran relación con él.

“Claudio Abbado, Zubim Metha y yo éramos como los tres mosqueteros” 

Claudio Abbado sí fue un gran amigo, además de una figura fundamental para la música en el último medio siglo.

Sí, claro. Nosotros éramos como los tres mosqueteros (risas). En el 56, en el curso de dirección en Siena: Claudio Abbado, Zubin Mehta y yo mismo. Ahí nos encontramos y ahí nos hicimos amigos para toda la vida. 

Es cierto. De hecho, cuando entrevisté a Zubin Mehta en Florencia, hace ya varios años, me contó una anécdota sobre usted, cuando le pareció ver a un niño dirigiendo en una de las salas de la Accademia Chigiana y resulto ser usted. 

¡Un enano! (Risas) Zubin siempre ha dicho que le pareció que había un enano dirigiendo y era yo (risas). Respecto a Claudio… (suspira) En primer lugar tengo que empezar con una impresión personal. La última vez que toqué con Claudio fue en el 2012, cuando regresó a la Scala, tras más de quince años de ausencia allí. Toqué el primer concierto para piano de Chopin y Claudio me acompañó como nunca. Verdaderamente fue algo increíble. Y ahí me di cuenta de la gran experiencia y flexibilidad de su batuta. Este concierto de Chopin siempre es difícil. Casi todos los directores chocan con el solista, no saben muy bien donde anticiparse, esperando siempre con la mano en alto. Pero Claudio hizo algo de una naturalidad asombrosa. De hecho, los mejores directores acompañantes que he conocido en mi vida fueron él y Zubin Mehta. A menudo la gente piensa que acompañar al solista es algo fácil y secundario. En absoluto. El gran director debe intuir al solista y adelantarse a él, no puede ir tras él. De hecho, no se trata de acompañar sino de anticiparse. Y para eso hay que tener mucha cultura y mucha flexibilidad.

Claudio era un hombre extraordinario, de una enorme curiosidad también. Ahí está su apuesta por Luigi Nono o el festival Viena Moderna. Y al mismo tiempo nunca olvidó todo lo clásico, los grandes pilares del repertorio. Para Claudio siempre fue fundamental pensar la música en relación con el resto de la cultura. Ahí están esos programas que dirigió en Berlín, en torno a ideas teatrales y literarias. Como dicen los italianos, Claudio era un fuoriclasse, un fuera de serie.

Mencionábamos ahora a Zubin Mehta, felizmente recuperado ya de sus problemas de salud, nuevamente en activo, en plenitud, y ofreciendo unos conciertos admirables, como recientemente en Berlín.

Sí, de hecho lo tuvimos en la Staatsoper dirigiendo una nueva producción de El caballero de la rosa. Fue fantástico. Zubin es un hombre extraordinario y un milagro físico. Está hecho un jovencito (risas). Sus últimos conciertos han sido impresionantes. Para mí, él siempre ha sido mi hermano mayor. Es increíble… somos amigos desde el 56. Sesenta y cuatro años siendo amigos en la misma profesión. Nunca tuvimos un desencuentro. Nunca. Realmente es algo increíble. 

Y si Zubin es como su hermano mayor, me atrevo a decir que Martha Argerich sería lo más parecido a su hermana.

(Risas) Martha es la persona a la que hace más tiempo que conozco en este mundo. Nos conocimos en 1949. Yo quiero mucho a Martha. Nunca tuve una relación amorosa con ella, pero siempre la amé.

También le quería preguntar por su primera experiencia, en enero, junto a Kirill Petrenko, el nuevo director titular de la Filarmónica de Berlín.

Ah, sí. Fue algo maravilloso. Yo había escuchado a Petrenko varias veces, ya en la Komische Oper y después en Múnich. Y sin embargo nunca habíamos hecho música juntos hasta ahora. Realmente lo pasé de maravilla con él, tanto en los ensayos como en los conciertos. Él tiene una forma de trabajar que me gusta mucho. Me convenció. Para él no hay detalle menor. Tiene algo especial… nunca renuncia a seguir indagando, hasta el fondo. Fue un placer enorme hacer esos conciertos con él. 

“Alfonso Aijón es una de mis personas favoritas”

Ibermúsica, un ciclo al que usted ha estado siempre muy ligado, celebra ahora su 50 aniversario. ¿Cuándo conoció por vez primera a Alfonso Aijón? ¿Tiene un recuerdo nítido de esa primera vez?

Sí, por supuesto. Fue en el año 1969, en noviembre. Yo visitaba Madrid con la Orquesta de Cámara Inglesa, con un programa dedicado a Mozart.

¿Y qué impresión le dejó ya entonces Alfonso, como impulsor y gerente cultural?

(Riendo) Una gran mezcla de cosas… Alguien con una curiosidad enorme, con un interés auténtico por la música, algo raro de encontrar. Y alguien sobre todo con un sentido de la responsabilidad fuera de lo común. Cuando empezó con Ibermúsica tuvo muy claro que quería presentar para el público de Madrid la mejor música, en las mejores condiciones y con los mejores artistas. Esa era una idea muy fuerte, en aquel contexto, y es un milagro que lo haya mantenido. Alfonso es una de mis personas favoritas porque no piensa únicamente en sus derechos, sino sobre todo en sus responsabilidades. Hoy se habla poco de las responsabilidades, se apela siempre a los derechos y desde luego nunca lo suficiente cuando se trata de los Derechos Humanos. Pero las responsabilidades quedan a menudo en un segundo plano y recaen en hombros de los demás. Era evidente que Alfonso, con su entusiasmo y con su talento, tenía una gran vocación de hacer cosas, pero sobre todo impresionaba su sentido de la responsabilidad, muy infrecuente.

Y entiendo que desde aquel 1969 han ido forjando una estrecha amistad, un vínculo constante y continuado en el tiempo.

Sí, de hecho Alfonso estuvo aquí en Berlín hace un par de semanas. Vino a ver nuestra Carmen y uno de mis conciertos junto a Pinchas Zukerman, con las sonatas para violín de Beethoven.

“Un ciclo como Ibermúsica nunca será lo suficientemente estimado”

Desde su punto de vista, ¿se valora lo suficiente en España la figura de Alfonso Aijón? ¿Somos conscientes de lo que significa y ha significado Ibermúsica para la vida musical de nuestro país en estos cincuenta años?

No, claro que no. Un ciclo como Ibermúsica nunca será lo suficientemente estimado. Si echamos la vista atrás, es increíble todo lo que Alfonso ha traído a España. 

Alfonso siempre se ha resignado a contar con ayudas públicas para mantener su ciclo en pie. Tengo la impresión de que esto es un poco quijotesco por su parte.

¿Un poco, dice? ¡Muchísimo! (risas) Alfonso tiene el don de Don Quijote. Es un ejemplo de juventud permanente. Está cerca de cumplir los noventa y sigue con una actividad envidiable.

Y supongo que tiene previsto regresar este año a Ibermúsica.

Sí, espero visitar España en noviembre, como pianista, con conciertos en Madrid y Barcelona.

Le agradezco muy sinceramente su disposición y su generosidad en esta conversación.

Con mucho gusto. Hablamos de gente que me encanta, así que no hay problema (risas)


(PLATEA MAGAZINE / 30-3-2020)

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