EL TEATRO INMEDIATO (5)
Sobre el grupo que asiste
al primer ensayo, trátese de una compañía permanente o de una formación
constituida por actores disponibles en ese momento, está suspendido un infinito
número de cuestiones y preocupaciones, de índole personal, acrecentadas con la
presencia del director. Si este se hallara en un estado de total relajación,
podría ser de inestimable ayuda, pero la mayor parte del tiempo se encuentra
también en tensión, preocupado por los problemas de su trabajo, y, al igual que
en los actores, la necesidad de mostrar públicamente su labor es aliciente para
su vanidad y su ensimismamiento. La verdad es que un director no puede
permitirse el lujo de empezar con su primer montaje. Recuerdo haber oído que un
hipnotizador primerizo nunca confiesa que está realizando su primer trabajo. Lo
“ha hecho numerosas veces y con éxito”. Comencé con mi segundo montaje ya que,
a mis diecisiete años, y frente a mi primer grupo de aficionados e incisivos
críticos, me vi obligado a inventar un inexistente y completo triunfo anterior
para darles y darme la confianza que necesitábamos.
El primer ensayo es
siempre algo parecido a la conducción de un ciego por otro ciego. Ese primer
día el director explica las ideas básicas del trabajo a realizar o muestra
bocetos del vestuario, libros o fotografías, cuenta chistes o hace que los
actores lean la obra. Como nadie se halla en disposición de captar lo que se
dice, la finalidad de la reunión es preparar la labor del segundo encuentro. El
segundo ensayo ya es diferente: se halla en elaboración un proceso, y al cabo
de veinticuatro horas los factores individuales y las relaciones han cambiado
sutilmente. Todo lo que se haga en el ensayo afecta a este proceso: una sesión
de juegos en común da positivos resultados, puesto que amplía el grado de
confianza y amistad. Lo mismo cabe hacer en los exámenes de prueba con el fin
de crear un ambiente menos tenso. Una experiencia colectiva perturbadora, como
las improvisaciones que hicimos de locura para el Marat-Sade, lleva
consigo otro resultado: al compartir las dificultades, los actores se abren
unos a otros en relación a la obra de una manera diferente.
El director aprende que
el desarrollo de los ensayos es un proceso en crecimiento; observa que hay un
momento adecuado para cada cosa, y su arte es el de reconocer esos momentos.
Comprenden que carece de fuerza para transmitir ciertas ideas en los primeros
días. En la expresión de un rostro, aparentemente relajado, leerá la ansiedad
interior del actor del actor que le impide comprender lo que se le dice. Se
dará cuenta de que debe esperar, no empujar demasiado. En la tercera semana
todo habrá cambiado, y una palabra o un gesto producirá inmediata comunicación.
Y el director comprenderá que también comunicación. Y el director comprenderá
que también él avanza. Por mucho que trabaje en su casa no puede detener
plenamente una obra con su solo esfuerzo. Debido al proceso en que se halla
inmerso junto con los actores, sus ideas evolucionan continuamente y en la
tercera semana comprende que lo ve todo de manera distinta. La sensibilidad de
cada uno de los actores actúa él como reflector, y ve con mayor claridad que
hasta ese momento no ha descubierto nada válido. Lo cierto es que el director
que llega al primer ensayo con su ejemplar lleno de acotaciones sobre movimientos
y otras cuestiones, es, desde el punto de vista teatral, hombre perdido.
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