AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA
(13)
LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL
HÉROE
(el problema del hombre
interior o el alma) / 3
Tanto la forma espacial
del hombre exterior como la estéticamente significativa forma temporal de
su vida interior se desenvuelven a partir del excedente que abarca todos
los momentos de la conclusión que transgrede la totalidad interior de la vida
espiritual. Esos momentos que transgreden la autoconciencia y la concluyen son
las fronteras de la vida interior desde las cuales esta está orientada
hacia el exterior y deja de ser activa a partir de sí misma; ante todo, son
fronteras temporales: principio y fin de la vida que no se dan a una
autoconsciencia concreta, y para posesionarse de las cuales la autoconciencia
no dispone de un enfoque valorativo (de una visión volitivo-emocional y
valorativa): son su nacimiento y muerte en su significación conclusiva
(argumental, lírica, caracterológica, etcétera).
En mi vida, que es vivida
por mí interiormente, no pueden vivenciarse, por principio, los acontecimientos
de mi nacimiento y de mi muerte: estos, como tales, no pueden llegar a ser
sucesos de mi propia vida. En este caso, igual que en el caso de la apariencia
externa, no se trata únicamente de una absoluta ausencia del enfoque
esencialmen6te valorativo con respecto a ellos. El miedo a mi propia muerte y
la atracción hacia la vida-existencia son esencialmente distintos del miedo a
la muerte de otro hombre, mi prójimo, y al deseo de proteger su vida. En el
primer caso, está ausente el momento más importante del segundo caso: momento
de la pérdida, de la ausencia de la personalidad determinada y única del otro,
el empobrecimiento del mundo de mi vida donde el otro estuvo presente y donde
ahora no está (por supuesto, no se trata de una pérdida vivida de una manera
egoísta, porque toda mi vida puede perder su valor después de que el otro la
haya abandonado). Pero también aparte de este momento principal de la pérdida,
los índices morales del miedo a la muerte propia y a la del otro son
profundamente diferentes, igual que lo fueron la protección propia y la del
otro, y es imposible eliminar esta diferencia. La pérdida de mí mismo no es una
separación de mí mismo, porque tampoco mi vida-existencia es una alegre
existencia conmigo mismo en tanto que personalidad calificativamente definida y
amada. Tampoco yo puedo vivenciar el cuadro valorativo de un mundo en que yo
viví y en el que ya no estoy. Por supuesto, yo puedo imaginarme el mundo después
de mi muerte, pero yo no puedo vivenciarlo a partir del hecho emocionalmente
matizado de mi muerte, de mi no-ser desde el interior de mi persona, porque
para hacerlo yo debería vivenciar al otro o a otros para los cuales mi muerte,
mi ausencia, llegarían a ser un acontecimiento de su vida; al realizar el
intento emocional (valorativo) de percibir el suceso de mi muerte en el mundo,
llego a ser poseído por el alma de otro posible, yo ya no estoy solo intentando
contemplar la totalidad de mi vida en el
espejo de la historia, como asimismo no suelo estar solo al observar mi
apariencia en el espejo. La totalidad de mi vida no tiene importancia en el
contexto valorativo de mi vida. Los sucesos de mi nacimiento, de mi permanencia
evaluable en el mundo, y finalmente de mi muerte, no se realizan en mí ni
tampoco para mí. El peso emocional de mi vida en su totalidad no existe
para mí mismo.
Los valores del ser de
una personalidad cualitativamente definida sólo le son propios al otro. La
alegría del encuentro con él es posible para mí tan sólo en relación con el
otro, así como la tristeza de la separación, el dolor de la pérdida; sólo con
él me puedo encontrar, y de él separarme en el tiempo, sólo él es quien puede ser
o no ser para mí. Yo siempre permanezco conmigo mismo y para mí, no
puede haber vida sin mí. Todos estos matices emocionales y volitivos, posibles
sólo con respecto al ser-existencia del otro, son los que crean el especial peso
del acontecimiento de mi vida para mí, peso que mi propia vida no tiene. Aquí
no se trata del grado, sino del carácter cualitativo de un valor. Estos tonos
en que el otro se vuelve más denso y crean lo específico en la vivencia de la totalidad
de su vida, matizan valorativamente esta totalidad. En mi vida los hombres
nacen, pasan y mueren, y su vida-muerte a menudo llega a ser el acontecimiento
más importante de mi vida, el que determina su contenido (los asuntos más
importantes de la literatura universal). Los términos de mi propia vida no
pueden tener esta importancia argumental, porque mi vida es algo que abarca
temporalmente las existencias de otros.
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