martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (43) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (13)

LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE
(el problema del hombre interior o el alma) / 3

Tanto la forma espacial del hombre exterior como la estéticamente significativa forma temporal de su vida interior se desenvuelven a partir del excedente que abarca todos los momentos de la conclusión que transgrede la totalidad interior de la vida espiritual. Esos momentos que transgreden la autoconciencia y la concluyen son las fronteras de la vida interior desde las cuales esta está orientada hacia el exterior y deja de ser activa a partir de sí misma; ante todo, son fronteras temporales: principio y fin de la vida que no se dan a una autoconsciencia concreta, y para posesionarse de las cuales la autoconciencia no dispone de un enfoque valorativo (de una visión volitivo-emocional y valorativa): son su nacimiento y muerte en su significación conclusiva (argumental, lírica, caracterológica, etcétera).

En mi vida, que es vivida por mí interiormente, no pueden vivenciarse, por principio, los acontecimientos de mi nacimiento y de mi muerte: estos, como tales, no pueden llegar a ser sucesos de mi propia vida. En este caso, igual que en el caso de la apariencia externa, no se trata únicamente de una absoluta ausencia del enfoque esencialmen6te valorativo con respecto a ellos. El miedo a mi propia muerte y la atracción hacia la vida-existencia son esencialmente distintos del miedo a la muerte de otro hombre, mi prójimo, y al deseo de proteger su vida. En el primer caso, está ausente el momento más importante del segundo caso: momento de la pérdida, de la ausencia de la personalidad determinada y única del otro, el empobrecimiento del mundo de mi vida donde el otro estuvo presente y donde ahora no está (por supuesto, no se trata de una pérdida vivida de una manera egoísta, porque toda mi vida puede perder su valor después de que el otro la haya abandonado). Pero también aparte de este momento principal de la pérdida, los índices morales del miedo a la muerte propia y a la del otro son profundamente diferentes, igual que lo fueron la protección propia y la del otro, y es imposible eliminar esta diferencia. La pérdida de mí mismo no es una separación de mí mismo, porque tampoco mi vida-existencia es una alegre existencia conmigo mismo en tanto que personalidad calificativamente definida y amada. Tampoco yo puedo vivenciar el cuadro valorativo de un mundo en que yo viví y en el que ya no estoy. Por supuesto, yo puedo imaginarme el mundo después de mi muerte, pero yo no puedo vivenciarlo a partir del hecho emocionalmente matizado de mi muerte, de mi no-ser desde el interior de mi persona, porque para hacerlo yo debería vivenciar al otro o a otros para los cuales mi muerte, mi ausencia, llegarían a ser un acontecimiento de su vida; al realizar el intento emocional (valorativo) de percibir el suceso de mi muerte en el mundo, llego a ser poseído por el alma de otro posible, yo ya no estoy solo intentando contemplar la totalidad de mi vida  en el espejo de la historia, como asimismo no suelo estar solo al observar mi apariencia en el espejo. La totalidad de mi vida no tiene importancia en el contexto valorativo de mi vida. Los sucesos de mi nacimiento, de mi permanencia evaluable en el mundo, y finalmente de mi muerte, no se realizan en mí ni tampoco para mí. El peso emocional de mi vida en su totalidad no existe para mí mismo.

Los valores del ser de una personalidad cualitativamente definida sólo le son propios al otro. La alegría del encuentro con él es posible para mí tan sólo en relación con el otro, así como la tristeza de la separación, el dolor de la pérdida; sólo con él me puedo encontrar, y de él separarme en el tiempo, sólo él es quien puede ser o no ser para mí. Yo siempre permanezco conmigo mismo y para mí, no puede haber vida sin mí. Todos estos matices emocionales y volitivos, posibles sólo con respecto al ser-existencia del otro, son los que crean el especial peso del acontecimiento de mi vida para mí, peso que mi propia vida no tiene. Aquí no se trata del grado, sino del carácter cualitativo de un valor. Estos tonos en que el otro se vuelve más denso y crean lo específico en la vivencia de la totalidad de su vida, matizan valorativamente esta totalidad. En mi vida los hombres nacen, pasan y mueren, y su vida-muerte a menudo llega a ser el acontecimiento más importante de mi vida, el que determina su contenido (los asuntos más importantes de la literatura universal). Los términos de mi propia vida no pueden tener esta importancia argumental, porque mi vida es algo que abarca temporalmente las existencias de otros.

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