MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA SEÑORA
DETRÁS DEL MURO”
Cómo la herida generacional de ser despojados de
la Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan agachadas como si aun los estuvieran
aplastando cuando ahora son, de hecho, libres (4)
La capillita Sixtina de Nuestra Señora de Guadalupe (4)
Extrañamente, además de
encarcelar a la Santa Madre, ya fuera que se hiciera conscientemente con ese
significado o no, la remodelación del área del altar también requirió
repentinamente la compra de un trono de piedra gris muy grande para que los
curas se sentaran en él durante la misa, mientras que antes, durante muchas
décadas, sólo hubo una sillas de espalda recta tomadas del comedor de la
abuelita de alguien, y que amorosamente se mantenían limpias y brillantes al
estilo de la calidad artesanal del lugar, al que los fieles que mucho amaban a
la Santa Madre con frecuencia llamaban “La Capillita Sixtina de la Iglesia de
Nuestra Señora de Guadalupe en el norte de Denver”.
Con la remodelación
también se ordenó clavar tablarroca de pico a techo sobre la imagen imponente
de los enormes Ángeles Guardianes de alas blancas pintadas a mano a ambos lados
de la pared del altar. Asimismo, se dio la orden de clavar tablarroca sobre los
pequeños querubines que la muralista pintó amorosamente alrededor de las
rejillas de calefacción de cada lado del nicho del altar, y cubrir algo tan
hermosamente representado que casi parecía real: las largas y fluidas
guirnaldas de rosas rojísimas de Nuestra Señora.
Era desconcertante, y
mucha gente pareció encontrar bastantes palabras con “d” para describir la
“remodelación”: degradante, destructivo, desacato. Se dijo que todo esto
ocurrió porque “alguien” se había quejado de que el mural de Nuestra Señora era
una “distracción” del “significado real” del cristianismo. Y como para subrayar
eso, durante una protesta pacífica de Fieles Unidos, un enojado miembro
de la iglesia agredió a las “mujeres de blanco” que oraban, quienes sólo
querían que la pared cayera para poder sentarse y rezar y volver a estar cerca
de su conocida y bienamada Madre de Dios. El hombre gritó a las mujeres en oración:
“¡¡El único lugar para María es de rodillas al pie de la Cruz!!”.
Ese día, quizás el
milagro más pequeño fue que no resultara un motín de este insulto, no sólo a
Nuestra Señora, sino también a nosotros los mestizos: a nuestros ancestros,
hombres y mujeres, los conquistadores gobernantes y los prelados los obligaron
a arrodillarse, así como también a los pueblos tribales de toda América, década
tras década de brutal trabajo esclavo… forzando literalmente a millones para
que se pusieran de rodillas al pie de una cruz de más de quinientos años: no
una cruz que perteneciera al Dios del Amor, El Cristo Rey, sino una cruz
hecha de codicia, avaricia, la vil crueldad y destrucción de las costumbres de
la gente llevada a cabo por los conquistadores para poder reafirmar los falsos
valores de los matones invasores. Ese día, muchos de los que escucharon al
hombre gritar sobre cómo María debía estar de rodillas, pensaron que veían
revivir la profecía de Santayana en voz del que gritaba: “Quienes no
recuerdan su historia están condenados a repetirla”.
Pero es un fenómeno
extraño: la gran pasión espiritual a menudo se levanta desde la farsa.
Algo de ese día me
recordó mi ministerio en la cárcel durante décadas. Me di cuenta no sólo de que
Nuestra Señora en verdad estaba en una cárcel hecha de yeso, tablarroca, clavos
y lodo aplicado encima por albañiles contratados, sino que uno podría
preguntarse: ¿y si la idea de eliminar este tipo de arte sacro hermoso fuera además, de alguna
forma, algún tipo de prisión propia, una donde ciertamente se lucha por ser
fiel, pero todavía sin un corazón abierto y lo suficientemente agrandado como
para incluir a todas las almas, y no sólo a algunas? En una hermosa oración,
Angelus Silesius le pidió al Creador que lo quebrara, que abriera su corazón
para que pudiera llevar más del Ser a todos lados. Que así sea también para
nosotros.
Pero hemos visto una y
otra vez en la historia que no hay persona ni evento que pueda destruir por
muchos los llamados enviados por los santos y el Creador y la Santa Madre al
alma de la gente. Hagan lo que hagan los demás, la gente sigue anhelando a la
Madre y a todo lo Sagrado y Divino. Como hemos constatado a lo largo de las
épocas, los dictadores no pueden quitar ni destrozar en los jóvenes, los mayores
y los ancianos los recuerdos de lo sagrado; todos serán heredados a sus hijos y
nietos… quienes recordarán cómo fueron tratados -o maltratados en el tiempo-
sus padre y abuelos en términos de todas las cuestiones de humanidad y
decencia.
Pero dada la historia de
la subversión de las manifestaciones del Espíritu Santo que revientan con
nuevas ideas, nuevo brío y nueva vida, a pesar de cualquier errónea o incluso
cruel ruptura de relaciones de mucho tiempo, de revueltas planeadas con
precisión, encubrimientos y ocultamientos puestos sobre los significados, que
dividen a la comunidad en lugar de entretejerla con la intención de sanarla, de
hacerla brillar completa… a pesar de cualquier corrosión arrojada sobre una
comunidad ya dividida, el problema para los conquistadores siempre ha sido
este: no importa a quiénes quiten o silencien o humillen o tapen o alteren o
agreguen para distorsionar, cooptar, asustar o asesinar… no pueden destruir las
amorosas memorias de lo Sagrado de la gente viva.
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