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JOSEPH CAMPBELL EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (105)


SEGUNDA PARTE / EL CICLO COSMOGÓNICO

CAPÍTULO I / EMANACIONES

1. DE LA PSICOLOGÍA A LA METAFÍSICA (1)

No es difícil para el intelectual moderno conceder que el simbolismo de la mitología tiene un significado psicológico. Particularmente después del trabajo de los psicoanalistas quedan pocas dudas de que los mitos sean de la naturaleza de los sueños o de que los sueños sean sintomáticos de la dinámica de la psique. Sigmund Freud, Carl G. Jung, Willhelm Stekel, Otto Rank, Karl Abraham y muchos otros han desarrollado en las últimas décadas un campo moderno vastamente documentado de interpretación de mitos y sueños, y aunque los doctos difieren entre sí, están unificados en un gran movimiento moderno por un cuerpo considerable de principios comunes. Con su descubrimiento de los patrones y la lógica del cuento de hadas y del mito corresponden a los del sueño, las hace mucho desacreditadas quimeras del hombre arcaico han regresado dramáticamente al campo de la conciencia moderna.

De acuerdo con este punto de vista, parece que a través de los cuentos fantásticos -que pretenden describir las vidas de los héroes legendarios, las fuerzas de las divinidades de la naturaleza, los espíritus de los muertos y los ancestros totémicos del grupo- se da expresión simbólica a los deseos, temores y tensiones inconscientes que están por debajo de los patrones conscientes de la conducta humana. La mitología, en otras palabras, es psicología mal leída como biografía, historia y cosmología. El psicólogo moderno puede traducirla retrotrayéndola a sus connotaciones propias y rescatar así para el mundo contemporáneo un rico y elocuente documento de las más oscuras profundidades del alma humana. Aquí, como en un fluoroscopio, están revelados los escondidos procesos del enigma del Homo Sapiens, occidental y oriental, primitivo y civilizado, contemporáneo y arcaico. El espectáculo completo está ante nuestros ojos. Sólo debemos leerlo, estudiar sus patrones constantes, analizar sus variaciones y llegar a un entendimiento de las fuerzas profundas que han dado forma al destino humano y que deben seguir determinando nuestras vidas, tanto privadas como públicas.

Pero si hemos de captar el valor completo de los materiales, debemos tener en cuenta que los mitos no son exactamente comparables a los sueños. Sus figuras se originan en las mismas fuentes -las fuentes inconscientes de la fantasía- y su gramática es la misma, pero no son productos espontáneos del sueño. Al contrario, sus patrones están controlados conscientemente. Y su función aceptada es servir como un poderoso lenguaje pictórico para la comunicación de la sabiduría tradicional. Esto ya es válido para las llamadas mitologías populares de los pueblos primitivos. El chamán que puede ponerse en trance y el iniciado sacerdote-antílope, no son poco sofisticados por la sabiduría del mundo, ni torpes en los principios de la comunicación por analogía. Las metáforas por las que viven y a través de las cuales operan, han sido cobijadas, buscadas y discutidas por siglos, aun por milenios; han servido a sociedades enteras, y lo que es más, han sido las mantenedoras del pensamiento y de la vida. Los patrones culturales han tomados de ellos su forma. La juventud recibe educación y la vejez sabiduría a través del estudio, la experiencia y el entendimiento de sus formas iniciadoras efectivas. Porque en realidad estas tocan y ponen en juego las energías vitales de toda la mente humana. Unen al inconsciente a los campos de la acción práctica, no en forma irracional, a manera de una proyección neurótica, sino en tal forma que permita una comprensión madura, seria y práctica del mundo fático para que actúe como un control firme en los reinos del deseo y del temor infantiles. Y si eso es cierto de las relativamente sencillas mitologías populares (los sistemas del mito y del ritual por medio de los cuales se sostenían las tribus primitivas cazadoras y pescadoras), ¿qué podría decirse de esas magníficas metáforas cósmicas que se reflejan en las grandes epopeyas homéricas, la Divina Comedia de Dante, el Libro del Génesis y los eternos templos del Oriente? Hasta las décadas más recientes, estos fueron los soportes de la vida humana y la inspiración de la filosofía, de la poesía y de las artes. Cuando los símbolos heredados han sido retocados por Lao-Tse, Buddha, Zoroastro, Cristo o Mahoma, empleados por un consumado maestro del espíritu como vehículos de las más profunda instrucción moral y metafísica, obviamente nos encontramos más en la presencia de una inmensa conciencia que de una oscuridad.

Y así, para aprehender el valor íntegro de las figuras mitológicas que nos han llegado, debemos entender que no son sólo síntomas del inconsciente (como son todos los pensamientos y actos humanos) sino también declaraciones controladas e intencionadas de ciertos principios espirituales, que han permanecido constantes a través del curso de la historia humana como la forma y la estructura nerviosa de la psique humana en sí misma. Para decirlo en pocas palabras, la doctrina universal enseña que todas las estructuras visibles del mundo -todos los seres y las cosas- son los efectos de una fuerza ubicua de la cual surgen, que los sostiene y los llena durante el período de su manifestación y los devuelve adonde finalmente deben disolverse. Esta es la fuerza reconocida en términos científicos como energía, para los melanesios como mana, para los indios sioux como wakonda, para los hindúes como shakti y para los cristianos como el poder de Dios. Su manifestación en la psique la ha llamado el psicoanálisis libido. (1) Y su manifestación en el cosmos es la estructura y el flujo del universo mismo.

Notas

(1) C. G. Jung, Energetik der Seele (Zurich-Leipzig-Sttutgart, Rascher Verlag, 1928), cap. I

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