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ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (40) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (12)

7 / 2) El cuerpo externo del hombre es dado, sus límites exteriores y los de su mundo son dados (en la dación extraestética de la vida), se trata de un momento necesario e imposible de eliminar de la dación del ser; por consiguiente, todo ello precisa de una aceptación, recreación, elaboración y justificación estética; es lo que se realiza con todos los recursos que posee el arte: colores, líneas, masas, palabras, sonidos. Puesto que un artista tiene que ver con el ser del hombre y con su mundo, con las fronteras exteriores como momentos necesarios de este ser, y, al transferir el ser del hombre al plano estético, el artista se ve obligado a ubicar su apariencia en un mismo plano en los límites determinados por el material (colores, sonidos, etcétera).

Un poeta crea una apariencia, una forma espacial del héroe y de su mundo, mediante el material verbal; su falta de sentido interno y de su facticidad cognoscitiva externa son comprendidas y justificadas por él estéticamente, al volverla artísticamente significativa.

Una imagen externa expresada verbalmente, independientemente de si se evoca visualmente (hasta cierto punto, por ejemplo, en la novela) o se vivencia emocional y volitivamente, tiene una importancia formal y conclusiva, es decir, no es únicamente expresiva, sino también artísticamente impresionista. Aquí son aplicables todos los postulados expuestos por nosotros, porque un retrato verbal está tan sujeto a ellos como uno pictórico. Aquí también sólo la postura de extraposición crea el valor estético de la apariencia, la forma espacial expresa la actitud del autor con respecto al héroe; el autor tiene que ocupar una posición firme fuera del personaje y de su mundo y aprovechar todos los momentos que transgreden su apariencia.

Una obra verbal se crea desde el exterior de cada uno de los héroes, y cuando leemos hemos de seguir a los héroes externa y no internamente. Pero es precisamente en la creación verbal (y más que nada en la música) donde aparece como muy seductora y convincente la interpretación puramente expresiva de la apariencia (tanto del héroe como del objeto), porque la extraposición del autor-contemplador no posee la misma nitidez espacial que en las artes figurativas (la sustitución de las imágenes visuales por su equivalente emocional y volitivo fijado a la palabra). Por otra parte, la lengua como material no es suficientemente neutral con respecto a la esfera ético-cognoscitiva en la que se usa como expresión y como información, es decir, expresivamente, y estos hábitos lingüísticos expresivos (el de expresarse a sí mismo y el de significar un objeto) son trasladados por nosotros hacia la percepción de las obras del arte verbal. A todo ello, además, se une nuestra pasividad espacial y visual que caracteriza esta percepción: parecería que mediante la palabra se representara una dación espacial determinada y no una amorosa y activa construcción de una forma espacial mediante la línea, el color, que crean y originan la forma desde el exterior, con el movimiento de la mano y de todo el cuerpo, creación que venciera el movimiento-gesto imitativo. La articulación lingüística y la mímica, a consecuencia de que ellas, igual que la lengua, existen en la vida real, tienen una tendencia expresiva mucho más marcada (la articulación y el gesto o bien expresan, o imitan); los tonos emocionales y volitivos constructivos del autor-contemplador pueden ser absorbidos por los tonos reales del héroe. Por eso hay sobre todo que subrayar que el contenido (aquello que se le aporta al héroe, a su vida, desde el exterior) y la forma son injustificados e inexplicables en el plano de una sola conciencia, que únicamente en los límites de dos conciencias, en las fronteras del cuerpo, se realiza el encuentro y el don artístico de la forma. Sin esta fundamental correlación con el otro, como un don ofrecido a este que lo justifica y lo concluye mediante una justificación estética inmanente), la forma, sin hallar una fundamentación interna desde el interior del autor-contemplador, inevitablemente degeneraría en algo hedonísticamente agradable, en algo “bonito”, algo que me agrada inmediatamente, como suelen serme inmediatos el calor y el frío; el autor crea técnicamente el objeto de placer, el contemplador se da este placer pasivamente. Los tonos emocionales y volitivos del autor, que establecen y crean la apariencia activamente como un valor estético, no se subordinan directamente al propósito semántico del héroe desde el interior sin la aplicación de la categoría valorativa y mediatizadora del otro; sólo gracias a esta categoría es posible hacer que la apariencia del héroe sea completamente abarcadora y concluyente, introducir el propósito semántico y vital del héroe en su aspecto exterior como en una forma, llenar de vida la apariencia, crear un hombre íntegro como un valor.

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