AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (12)
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/ 2) El cuerpo externo del hombre es dado, sus límites
exteriores y los de su mundo son dados (en la dación extraestética de la vida),
se trata de un momento necesario e imposible de eliminar de la dación del ser;
por consiguiente, todo ello precisa de una aceptación, recreación, elaboración
y justificación estética; es lo que se realiza con todos los recursos que posee
el arte: colores, líneas, masas, palabras, sonidos. Puesto que un artista tiene
que ver con el ser del hombre y con su mundo, con las fronteras exteriores como
momentos necesarios de este ser, y, al transferir el ser del hombre al plano
estético, el artista se ve obligado a ubicar su apariencia en un mismo plano en
los límites determinados por el material (colores, sonidos, etcétera).
Un poeta crea una
apariencia, una forma espacial del héroe y de su mundo, mediante el material
verbal; su falta de sentido interno y de su facticidad cognoscitiva externa son
comprendidas y justificadas por él estéticamente, al volverla artísticamente
significativa.
Una imagen externa
expresada verbalmente, independientemente de si se evoca visualmente (hasta
cierto punto, por ejemplo, en la novela) o se vivencia emocional y
volitivamente, tiene una importancia formal y conclusiva, es decir, no es
únicamente expresiva, sino también artísticamente impresionista. Aquí son
aplicables todos los postulados expuestos por nosotros, porque un retrato
verbal está tan sujeto a ellos como uno pictórico. Aquí también sólo la postura
de extraposición crea el valor estético de la apariencia, la forma espacial
expresa la actitud del autor con respecto al héroe; el autor tiene que ocupar
una posición firme fuera del personaje y de su mundo y aprovechar todos los
momentos que transgreden su apariencia.
Una obra verbal se crea
desde el exterior de cada uno de los héroes, y cuando leemos hemos de seguir a
los héroes externa y no internamente. Pero es precisamente en la creación
verbal (y más que nada en la música) donde aparece como muy seductora y
convincente la interpretación puramente expresiva de la apariencia (tanto del héroe
como del objeto), porque la extraposición del autor-contemplador no posee la
misma nitidez espacial que en las artes figurativas (la sustitución de las
imágenes visuales por su equivalente emocional y volitivo fijado a la palabra).
Por otra parte, la lengua como material no es suficientemente neutral con
respecto a la esfera ético-cognoscitiva en la que se usa como expresión y como
información, es decir, expresivamente, y estos hábitos lingüísticos expresivos
(el de expresarse a sí mismo y el de significar un objeto) son trasladados por
nosotros hacia la percepción de las obras del arte verbal. A todo ello, además,
se une nuestra pasividad espacial y visual que caracteriza esta percepción:
parecería que mediante la palabra se representara una dación espacial
determinada y no una amorosa y activa construcción de una forma espacial
mediante la línea, el color, que crean y originan la forma desde el exterior,
con el movimiento de la mano y de todo el cuerpo, creación que venciera el
movimiento-gesto imitativo. La articulación lingüística y la mímica, a
consecuencia de que ellas, igual que la lengua, existen en la vida real, tienen
una tendencia expresiva mucho más marcada (la articulación y el gesto o bien
expresan, o imitan); los tonos emocionales y volitivos constructivos del
autor-contemplador pueden ser absorbidos por los tonos reales del héroe. Por
eso hay sobre todo que subrayar que el contenido (aquello que se le aporta al
héroe, a su vida, desde el exterior) y la forma son injustificados e
inexplicables en el plano de una sola conciencia, que únicamente en los límites
de dos conciencias, en las fronteras del cuerpo, se realiza el encuentro y el
don artístico de la forma. Sin esta fundamental correlación con el otro, como
un don ofrecido a este que lo justifica y lo concluye mediante una
justificación estética inmanente), la forma, sin hallar una fundamentación
interna desde el interior del autor-contemplador, inevitablemente degeneraría
en algo hedonísticamente agradable, en algo “bonito”, algo que me agrada
inmediatamente, como suelen serme inmediatos el calor y el frío; el autor crea
técnicamente el objeto de placer, el contemplador se da este placer
pasivamente. Los tonos emocionales y volitivos del autor, que establecen y
crean la apariencia activamente como un valor estético, no se subordinan
directamente al propósito semántico del héroe desde el interior sin la
aplicación de la categoría valorativa y mediatizadora del otro; sólo
gracias a esta categoría es posible hacer que la apariencia del héroe sea
completamente abarcadora y concluyente, introducir el propósito semántico y
vital del héroe en su aspecto exterior como en una forma, llenar de vida la
apariencia, crear un hombre íntegro como un valor.
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