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MUCHOS
TIPOS DE PRISIONES:
LA
MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA
SEÑORA
DETRÁS
DEL MURO”
Cómo
la herida generacional de ser despojados de
la
Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan
agachadas como si aun los estuvieran
aplastando
cuando ahora son, de hecho, libres (4)
La capillita Sixtina de Nuestra Señora de Guadalupe (2)
Sin embargo, hace poco alguien en el “pequeño oasis” de la parroquia de
Nuestra Señora de Guadalupe decidió “por afán remodelador” que el mural
histórico y sagrado pintado por la reconocida muralista Carlota Espinoza hace
35 años, el cual muestra a Nuestra Señora de Guadalupe y al Santo Juan Diego,
los enormes ángeles guardianes de La Señora y sus bebés querubines,
fuera cubierto con una pared blanca de tablarroca de pìso a techo.
Esa pared borró de la vistan el mural de catorce metros de largo por cuatro
metros de altura de la misericordiosa Madre, Guadalupe, y de aquel que aun tras
haber sido conquistado, permaneció en la santidad: el Santo Juan Diego. Se hizo
un hoyo para meter una rejilla de calefacción cerca del vestido pintado de la
Santa Madre. Como el nuevo muro blanco estaba apenas a un metro del mural
sagrado, efectivamente se la encapsulaba en una especie de largo y angosto
armario para los utensilios de limpieza, donde se colocaban cubetas y otros
objetos pertenecientes a la iglesia.
Durante unos doce meses después de que el muro se construyera
repentinamente, se enviaron cartas respetuosas y se hicieron llamadas a la
parroquia y a la oficina del arzobispo por parte de varias personas preocupadas
por el cubrimiento del mural de Nuestra Señora de Guadalupe. Pero las
solicitudes de información precisa sobre cómo ocurrió este “borrado” inesperado
del mural de Nuestra Señora quedaron sin respuesta. No se nos devolvieron las
llamadas; hubo pocas cartas contestando, y estas últimas parecieron desdeñar
las preocupaciones ajenas y no incluían nada sobre cómo se concibió esto, qué
personas lo decidieron y por qué hecho sin consultar a la comunidad entera… y,
más que nada, si podían por fin deshacerlo: Tiren el muro.
En una comunidad de minorías conocidas por su creatividad, vívido amor por
el color y en especial sus fuertes vínculos entre sí (con frecuencia estamos seguros
de que todos son, de alguna manera, nuestros primos, aunque nunca nos hayamos
conocido), arrasar con este gran mural histórico sin consultar a la
colectividad entera, que fue la que trajo y cuidó el mural de Nuestra Señora
durante todos esos años, no era como se hacían las cosas en la familia.
Parecía otro tipo de determinación, ajena a la cultura cura de nuestra
cultura. La cultura cura se valora altamente entre nuestra gente. La cultura
cura: en otras palabras, lo que está en la cultura que hacemos juntos nos
puede curar a todos en el amor.
Muchos temían que este cubrimiento del mural de Nuestra Señora indicara
profanación y blasfemia. Estaban realmente desconcertados. Seguían ignorándose
sus amables preguntas, donde pedían que se les contara la historia completa
sobre cómo ocurrió esto, en nombre de quién se hizo esto, por qué se hizo que esto
tuviera lugar, cómo se podría deshacer.
Extrañamente, en este precinto de lo Sagrado, donde se hace un espacio de
silencio, el Espíritu Santo llega rugiendo para llenarlo de colores y acciones
audaces. Así, comenzaron a llevarse a cabo procesiones y protestas pacíficas
por el cubrimiento del mural de la aparición de la Madre Guadalupe al Santo
Juan Diego (quien apenas había sido santificado, quinientos largos años
después de que se le apareciera Nuestra Señora de Guadalupe). Un grupo de
parroquianos y exparroquianos preocupados, líderes de la comunidad, monjas y
otras personas interesadas se unieron al final para formar un grupo llamado
Fieles Unidos, sustantivo a juzgar por la cantidad de sus peticiones, que ahora
incluían más de mil cuatrocientas firmas de la comunidad de la gente.
Las peticiones a los prelados que tenían el poder de tirar el muro, de que
por favor así lo hicieran, parecían caer en oídos sordos. Así que el grupo
llevó a cabo protestas pacíficas en la iglesia, entre otros actos constantes.
Estuvieron presentes las “mujeres de blanco”, devotas de Nuestra Señora de
Guadalupe de mucho tiempo atrás, junto con niñitos y niñitas también vestidos
de blanco, y todos muy serios y pacientes, parados fielmente junto a Nuestra
Señora y su arte sacro. Era conmovedor ver en el corazón leal que los viejos
y los jóvenes tenían por La Señora, Ella que por órdenes de
otro languidecía tras una plana pared blanca.
De cualquier manera, siguieron encontrando resistencia a las peticiones
sinceras de información acerca de cómo este enorme mural histórico había sido
pintado encima y separado por una pared, más allá de la conclusión de que “así
son las cosas”. Mi padre solía decir que en su tierra los vasallos ignoraban las
peticiones de los siervos intencionalmente, y que si había que el siervo sabía
era la diferencia entre el silencio que indica que uno de “los de arriba” están
pensando bien las cosas y el silencio del que espera que el tema desaparecerá
si lo ignora para siempre. Mi padre decía que un hombre verdaderamente santo
sólo se queda en silencio cuando piensa cómo resolver un problema.
Hubo un intento de reunión con unos miembros del grupo administrativo del
padre de la parroquia, pero no dieron información alguna sobre por qué no se
había convocado a un diálogo entre las partes de la comunidad que crearon el
mural de Nuestra Señora antes del hecho. Tampoco se ofreció más información
sobre la manera repentina en que se cubrieron todas las imágenes sagradas.
Parecía que no se ofrecería guía pastoral alguna a nadie de los que
pidieron la restauración del mural de Nuestra Señora, esto es, los que habían
llevado a cabo ahí sus bautismos y funerales, bodas y misas de celebración al
alcance de los brazos de Nuestra Señora. La gente siguió sorprendida de que la
hubieran cubierto sin consultarlos, a los mismos hijos e hijas de quienes la
habían traído aquí con sus amorosos corazones hace mucho tiempo, los que le
cedieron ese lienzo en blanco de las paredes de la iglesia a la mejor muralista
que la comunidad pudo encontrar, quien ofreció su amoroso trabajo; los que se
preocuparon por el mural de Nuestra Señora todos estos años, cuidadosamente
preservado, protegiendo, quitando el polvo, limpiando, quedándose cerca de este
sagrado conjunto de imágenes que tanto consuelo dio a tantos durante tantas
décadas.
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