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MUCHOS
TIPOS DE PRISIONES:
LA
MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA
SEÑORA
DETRÁS
DEL MURO”
Cómo
la herida generacional de ser despojados de
la
Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan
agachadas como si aun los estuvieran
aplastando
cuando ahora son, de hecho, libres (4)
La revolución pacífica sí llegó (1)
Durante décadas, la élite autoproclamada del comunismo quebrantó sus
promesas de dar a todos los hogares alimento y sustento más que adecuado por
partes iguales, prometiendo una vida mucho mejor que la anterior. Pero no
lograron equiparar a la realidad ese sueño con que tentaban a la gente. De
manera igualmente intolerable, los que estaban en la cima de la jerarquía y de
la milicia se habían llevado lo mejor de todo lo disponible, con vil avaricia y
pereza: se instalaban cómodamente en las mansiones, los trasladaban en grandes
limusinas a todos lados, se tomaban vacaciones en los palacios, tenían toda la
comida, privilegios, reconocimientos y sirvientes, y poderes tribales incomparables
sobre los demás.
Ya que el régimen destrozó tierras cultivables, las inundó con presas y
contaminó ríos que antes sustentaban al pueblo, taló los bosques protectores
donde vivían todos los animales y literalmente millones de santos en sus pequeñas
casitas con techos de madera junto a los caminos por doquier, la gente ya no
creyó que el régimen velara de verdad por sus intereses.
Irónicamente, los comunistas a menudo educaban a gente que había sido
campesina, en esencia granjeros; y cuanto más los educaban, dejando a un lado
la propaganda, más podía ver la gente que los que habían prosperado y para
quienes el futuro estaba asegurado eran justamente los compinches de hasta
arriba.
Para mayor desgracia, además de las llamadas “escaseces” de medicinas y
artículos esenciales como abrigos calientes y botas para el invierno, estaba la
ausencia de suficiente electricidad para trabajar, litros y litros de jabones
grumosos que no limpiaban nada y, había mucho más, incluido sobre todo el hecho
de “desaparecer a la gente” para aterrorizar a buena parte de la población.
Además, se prohibió la creatividad vívida y la innovación, a no ser que uno
pudiera ser “aprobado” por un consejo obtuso formado por cincuenta personas
cuyo trabajo real era reprimir, suprimir el viento de Ruach, la Shekiná
de la creatividad salvaje, el Espíritu Santo, es decir, el duende,
el espíritu de creatividad que procede más allá de lo simplemente humano y se
conoce por todo el mundo con un millón de nombres. Esto último en particular
estaba prohibido, porque no es racional. Y tampoco es irracional. Más bien, es
la alta Santidad que llega a vivir justo en la pequeña iglesia roja del
corazón. Y tan sólo eso provoca todo tipo de ideas salvajes y deliciosas en la
mayoría.
Las continuas “escaseces” de petróleo, medicinas; no aceptar la manera
natural que otros tenían de trabajar, insistiendo en cambio que todo el trabajo
se debía hacer de la misma manera aun cuando fuera insensible y despilfarrador;
esta falta de simple comprensión y amabilidad magnificaron la enorme sensación
de pérdida en la gente por sus extensiones de cultivo de tierra negra, invadidas
por presas y granjas mecanizadas y estruendosas de gobierno, donde antes sólo
había el pacífico silencio en el que cantaban las libélulas y los pájaros. La
gente todavía guardaba en el corazón memoria del dolor de perder sus prósperas
cosechas, el caer de la lluvia, el interminable y hermoso verdor del bosque,
las grandes planicies, las montañas y todas las personas que habían vivido
durante siglos en la biosfera, ahí, en una ecología que escogieron antes que
otra cosa.
La pérdida de la gente era muy dolorosa, pues toda la naturaleza se
consideraba parte fundamental de la vida que también se esforzaba por la
santidad. Ver a los militares vaquear en las planicies sagradas; ver cómo se
interfería con los granjeros, los jinetes y las amazonas; que se les prohibiera
esos, literalmente, cientos de rituales pequeños y grandes que ataban a la
gente a lo sagrado y a la tierra: esto era intolerable para la mayoría, que
todo eso se hiciera en nombre de “una teoría”.
Asimismo, “la teoría” del ateísmo obligado e impuesto desalentó mucho a los
jóvenes; bastantes no aprendieron mientras crecían que las promesas amorosas
que se hacen a los niños siempre se deben cumplir, sino que cualquier promesa
hecha por un cuerpo de gobierno del tipo “lo tomas o lo dejas” al principio
llenaba de regocijo a quienes se le ofrecía, pero a fin de cuentas se faltó a
ella una y otra vez. Con éxito, sin éxito, se levantaron y se siguieron
levantando con suficientes cuerpos, mentes valientes y corazones, y se
rehusaron a seguir apoyando a sus opresores.
Lo que al final llevaron a cabo fue una de las respuestas más mesuradas,
mordaces y poderosas que pudieran dar. Entre otras acciones, puesto que no
habían recibido sus salarios con seguridad durante mucho tiempo e intentaban
ganarse a duras penas la vida, de maneras casi imposibles, las multitudes
literalmente dejaron de ir a sus labores asignadas, interrumpiendo así las
cadenas de suministro de insumos de trabajo y divisas por miles de kilómetros, en
miles de pueblos y ciudades.
Así, el muro cruel que había llegado a representar todo lo profano comenzó
a tambalearse. Así el muro comenzó a resquebrajarse em sus puntos filosóficos
de coyuntura. Así el muro se inclinó por el propio horrendo peso de los
asesinatos, por un lado, y del otro por la arraigada falta hasta de una simple
respuesta humana o alguna preocupación por los corazones, mentes y cuerpos de
la gente.
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