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Al otro día tuve suerte. Un
doctor nuevo me llamó. Me desnudé. Él encendió una luz cálida y blanca y me
revisó. Yo estaba sentado en el borde de la camilla.
-Hmmmm, hmmmm -me dijo. Uh,
uhh…
Yo seguía allí sentado.
-¿Desde cuándo tenés este
problema?
-Desde hace un par de
años. Y cada vez es peor.
-Ah, aaah.
Me siguió revisando.
-Bueno, esperá un momento
que vuelvo enseguida.
Pasaron unos minutos y de
golpe el consultorio se llenó de gente. Todos tenían pinta de doctores. O por
lo menos hablaban como doctores. ¿De dónde habían salido? Yo pensaba que en el
Hospital General del Condado de Los Angeles casi no había ninguno.
-Acne vulgaris.
¡El peor caso que vi en mi vida!
-¡Fantástico!
-¡Increíble!
-¡Mírenle la cara!
-¡Y el cuello!
-Acabo de examinar a una
muchacha con acne vulgaris. Tiene toda la espalda llena de granos. Y me
dijo llorando: “¿Cómo voy a poder conseguir un hombre si la espalda me va a
quedar marcada para siempre? ¡Yo me quiero suicidar!”. Pero este tipo es increíble.
Si la muchacha lo pudiera ver, dejaría de quejarse.
Boludo de mierda,
pensé, ¿no te das cuenta de que te estoy oyendo? ¿Cómo hizo para llegar a ser
doctor este tipo? ¿Le dan el título a cualquiera?
-¿El paciente está
dormido?
-¿Por qué?
-Parece muy tranquilo.
-No, no creo que esté
dormido. ¿Estás dormido, muchacho?
-Sí.
Me siguieron explorando
el cuerpo bajo la luz cálida y blanca.
-Date vuelta.
Me di vuelta.
-Miren, ¡tiene un grano adentro de la boca!
-Creo que hay que va a
haber que usar la aguja eléctrica…
-Claro. La aguja
eléctrica.
-Sí, seguro.
Ya estaba decidido.
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