(LO QUE EL MATERIALISMO NEURÓTICO QUISO ESCONDERNOS SOBRE NUESTRA GRANDEZA)
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Isabelino Pena les explicó a Celeste Cid y a Josef de la Iglesia:
-Yo soy un peregrino que escribe sus aventuras y conocí a Lanzarote en un
café de Buenos Aires donde le gané una partida de ajedrez a ciegas a un
franchute que se creía Pepe Botella.
-¿A ciegas? -se atora el chiquilín con la nube asquerosa de la segunda targanina
que prende la muchacha en diez minutos.
-Se ponen de espalda y van cantando las jugadas -mostró ella sin disimulo
las caries precoces de unos incisivos separados como cuchillitos. -El Mozo de
la pulpería de mis tíos era mudo pero sabía escribir y le gustaba amolar así a
los pedantones. Por plata. El buen paño en el arca se vende.
-¿Dónde queda la pulpería? Me ofrezco a desplumarlo.
-En Maldonado -se le revuelve un odio barroso a la prometida de Lanzarote.
-Pero ahí ya no queda ni la garza que bajaba a bendecirnos desde el Marco de
los Reyes. El mudo se escapó después de la invasión inglesa. Y mis tíos se
murieron.
Una sirvienta negra llamada Aurora Bendita entró con un fajo de partituras
y explicó que don José las acababa de traer de Buenos Aires.
-Ca -se arrima al chiquilín con el pucho clavado en una gran sonrisa
Celeste. -Hay transcripciones de Frescobaldi, Mozart y Haydn. Corbetta y
Brayssing no sé quiénes son. Pero aquí tenés la edición de 1807 de Principios
para tocar la guitarra de seis órdenes del General Moretti. Y una opinión
de tu tío Sors: “Lo considero como la antorcha que servirá para iluminar los
pasos errantes de los guitarristas”.
-Cantame a Mozart.
La muchacha aplastó la targanina con un tacazo hombruno, se aclaró la
garganta y anunció el Adagio del Divertimento Número 4. Entonces la humareda
del mediodía boga transfigurada por el fervor de su lectura melódica
sedosamente ronca, y el pelo de Josef se incrusta en el damasco del canapé como
si comentara:
-Aquí se está llamando a las criaturas / y de esta agua se hartan aunque
a escuras / porque es de noche.
Después Celeste le pidió al detective que la acompañara hasta la azotea y
le señaló una cuerda floja que se recortaba sobre el fulgor ocre-anaranjado de
las murallas y la ciudadela.
-Nosotros colgamos ropa en el segundo patio -informa. -Y yo hago
equilibrismo mirando la bahía. Pero sueño con poder volar al siglo veinte. ¿Os
parece que valdría la pena?
-Lo único que vale la pena en todos los siglos es la boda con la Divinidad -se
le perló la sangre del pescuezo al viejito mientras ella seguía escrutando
absortamente la majestuosa mansedumbre del cerro.
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Cuando cumpliste un año ya recitabas las letrillas burlescas de moda y
corrías y bailabas con el inconfundible encorvamiento cazador de los mandingas
y a fines de 1804 tu padre te llevó a la estancia y conociste a Artigas: al
otro año tu madre fue enterrada como sediciosa suicida y esa tarde la marquesa
te hizo aprender los versos que coronaban el nicho del Señor de la Paciencia en
la Casa de Ejercicios y los estrenaste junto con un trajecito de terciopelo con
botones dorados a la inglesa en una tertulia donde se tomó mucho más licor que
chocolate: a la salida tu abuela se tambaleaba y terminó embarrándose un
vestido de mahón bordado de trencilla y escupió a Tiburcio en plena calle de
los Judíos por no sostener bien el farol y después le pidió a un camunguero que
se lo llevara en el carro de la mierda y la basura y lo tirara en la playa
aunque la Ley no permitía penitencias tan salvajes y la cosa no pasó de
obligarlo a dormir entre el raterío de extramuros: esa noche se embadurnaron
con pomada de aloe para los mosquitos y ella suspiraba mucho y de golpe te
pidió que te quedaras a dormir en la cama grande y después de cotorrear el
rosario te conto que en las toraidas que se organizaron a beneficio de la
Matriz nueva todavía no era viuda y se prendó perdidamente y cayó en las garras
de un portugo asesor de la Compañía Marítima y terminó haciendo el ejercicio de
los treinta y tres días aunque la única gracia del Señor y la Virgen que
precisaba ahora era recuperar el cuerpo que tuvo a los treinta años y no vivir
soñando con cirujanos que le pudieran sacar tajadas de todos lados y entonces
se arrancó el corpiño y te enseñó a jugar a los recién nacidos: primero ella
era ella y vos eras tu padre y después vos eras vos y ella era Marimoña y
mientras te aplastaba la cabeza te pedía que te imaginaras los sorbetes que
ibas a chupar en el paraíso por ser bueno con tu abuela y se puso a morder un
pañuelo perfumadísimo hasta despedazarlo y cuando te soltó sentiste que eras un
viejo de tres años y te acordaste de Artigas y tu padre tomando baños de
estrellas en la estancia y al final murmuraste: Tú que pasas miramé Cuenta
si puedes mis llagas Ay hijo qué mal me pagas la sangre que derramé y ella
gritó No te creas que sos Cristo negrito de mierda y mirá que si tu padre se
entera del cachondeo te juro que terminás como la sediciosa y cuando volviste a
tu cama sentiste que el mundo era un lugar muy parecido al mosquitero de la
marquesa y le pediste a tu corazón que se apurara a ser libre y te vinieron
ganas de tocar la guitarra como tu padre y pintar como Besnes e Hirigoyen y
supiste que ibas a tener tiempo de querer a la gente.
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Isabelino Pena no pudo dormir la siesta por las moscas y mientras cruzaba
el patio escuchó cantar a Celeste en su dormitorio. Ahora tiene una fuerza casi
orgásmica.
-Hala -apareció impecablemente empolvado en el salón Lanzarote, después que
la muchacha terminó el cateo de las nuevas partituras y se encerró a bañarse.
-Vamos a la pulpería del Hacha para que hagáis roncha con mis cofrades los
ajedrecistas.
-¿Y Baruch?
-Duerme hasta el toque de Ánimas. Os aseguro que no hay mejor sereno ni
centinela en todo el virreinato. Es como tener domesticado a Satanás.
Entonces me imagino que el parche le tapa el agujero de una calavera verde
y me muero para no echarle la falta con yeito payadoril:
-No pregunto cuántos son sino que vayan saliendo, bárbaro ilustrado.
La vereda estaba reforzada con tacones de granito, pero al llegar a la Plaza
Mayor no pudieron esquivar el barrial diarreico y Lanzarote se sacó el
tricornio para hacer más payasesco el floreo de una reverencia:
-La desesperación nos mancha siempre, maestre. Y mientras Bonaparte toma
por culo a Fernando VII y a la Suprema Junta Gubernativa del Reino de España e
Indias, acá todavía pensamos que las reales órdenes firmadas por don Martín de
Garay nos ayudarán a resolver el problema del empedrado o del agua corriente.
Os aseguro que antes de fin de año este pobre cabildito terminará auxiliando a
Cádiz con tasajo.
Después chapoteamos hasta la vereda de la catedral y recién me doy cuenta
que el portugo vive en la misma calle donde dentro de un siglo va a existir la
Torre de los Panoramas y me acuerdo del ángel:
-¿Cuándo se le manifestó la enfermedad a Josef?
-El primer ataque lo tuvo el día que los ingleses tomaron Montevideo, en
febrero de 1807. Y después se atacó dos veces más. Fray Guillermo le habrá
comentado que la insuficiencia congénita que padece es incurable y muy grave,
aunque en los últimos tiempos da la impresión que el elixir rejuvenecedor que
fabrica el doctor Label en la Chácara del Nuevo Mundo lo mantiene sereno.
Pardiez: ved a nuestro galeno saliendo de la misa con las Gallinitas. La que
tiene veinticinco años es su prometida. Y las hijas mellizas de doce años van a
comprometerse mañana con los mellizos ajedrecistas que desplumaréis en el
Hacha.
Isabelino Pena se persignó mientras un gigante sesentón y pecoso se les
acercaba con una especie de adolescencia momificada resplandeciéndole biliosamente
en las córneas y los colmillos.
-Carajo -pienso reverenciando con devoción trovadoresca a las Gallinitas
condenadas al horno. -Si por lo menos se dieran cuenta que hago esto porque no
puedo arrodillarme a besarles los pies.
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La primavera que tu padre se decidió a llevarte por primera vez a la
estancia la marquesa se puso color medusa y dijo que ni a un negro se le
ocurriría exponer a un párvulo de menos de dos años a semejante expedición y
como ella había jurado no volver a Pan de Azúcar desde que quedó viuda terminó
por fingir un soponcio y amenazó con suicidarse y el Rubio usó sus legendarios
reflejos de pelotaris para aullar premonitoriamente Pero el veneno zampátelo
extramuros porque aquí no queremos manchas en la alfombra: viajaron con
Marimoña y recién durante tu última taquicardia paroxística supraventricular
recordarías el cobalto matinal de la sierra de las Ánimas agigantándote el
asombro y el crujir de los pedacitos de asado con cuero tajeados desde abajo y
el perfume infinito de la lluvia y el florecer de los relámpagos que doraban
los ombúes y los potros bellaqueándole a la indomabilidad de tu padre: Artigas
lo nombraba con la voz charrúa Inchalá que significa Hermano y se quedó unos
días en la estancia de camino al Cuartel del regimiento en Maldonado donde no
estaba casi nunca a pesar de ser el Ayudante Mayor de los Blandengues: tu padre
lo seguía llamando Pepe Cordeón aunque esta vez hubo poco jolgorio y el futuro
Jefe de los Orientales tenía la pierna izquierda muy chueca y el levísimo
estrabismo más celeste que fluvial tensado por el orgullo de ser el único
defensor de los estancieros acorralados por el bandidaje y la humillación de un
reuma artrósico subordinado a los maturrangos españoles de primera categoría: Lo
que te recomiendo es bañarte con estrellas Inchalá se tiraron boca arriba en
una noche sin luna y tu padre te emponchó como si fueras una guitarra con ojos
y a Artigas se le empenachaba la voz serena y dura sin necesidad de fumar Lo
que Sobremonte y Rocamora precisarían es leer a la Madre Patria en los papeles
de allá arriba y la rotación sin fondo les atravesó una hora las entretelas
hasta que el Rubio preguntó Es verdad que en Santa Tecla hiciste disparar a un
tigre mirándolo fijo: Esas son mormoraciones de los que piensan que soy el
coquito de esta banda y se cagan en mi vida chistó el futuro Protector de los
Pueblos Libres y el Rubio tuvo que ayudarlo a pararse y el otro advirtió
Cuidado porque durante unos pasos vas a seguir con el ánima entreverada en el
rosario del Rey del Universo y podés irte de trompa: pero lo que recordarías
penetrando en el túnel de la gran transparencia fue que sentiste que Pepe
Cordeón acababa de tatuarte con el nácar de la inmortalidad.
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