miércoles

SAN JUAN DE LA CRUZ - LLAMA DE AMOR VIVA (32)


CANCIÓN SEGUNDA (8)

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado.
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, vida en muerte la has trocado.

DECLARACIÓN (12)

20 / Que, aunque no es en perfecto grado, es en efecto cierto sabor de vida eterna (como arriba queda dicho), que se gusta en este toque de Dios. Y no es increíble que sea así, creyendo, como se ha de creer, que este toque es toque de su sustancia, es a saber, de sustancia de Dios en sustancia del alma, al cual en esta vida han llegado muchos santos. De donde la delicadez del deleite que en este toque se siente es imposible decirse; ni yo querría hablar de ello, por que no se entienda que aquello no es más de lo que se dice, que no hay vocablos para declarar cosas tan subidas de Dios como en estas almas pasan, de las cuales el propio lenguaje es entenderlo para sí y sentirlo para sí, y callarlo y gozarlo el que lo tiene. Porque echa de ver el alma aquí en cierta manera ser estas cosas como el cálculo que dice San Juan que se daría al que venciese, y en el cálculo un nombre escrito, que ninguno lo sabe sino el que le recibe (Apo. 2,17); y así sólo se puede decir, y con verdad, que a vida eterna sabe; que, aunque en esta vida no se goza perfectamente como en la gloria, con todo eso, este toque, por ser toque de Dios, a vida eterna sabe. Y así gusta el alma aquí de todas las cosas de Dios, comunicándole fortaleza, sabiduría y amor, hermosura, gracia y bondad, etc.; que, como Dios sea todas esas cosas, gústalas el alma en un solo toque de Dios, y así el alma según sus potencias y su sustancia goza.

22 / Y de este bien del alma a veces redunda en el cuerpo la unción del Espíritu Santo y goza toda la sustancia sensitiva, todos los miembros y huesos y médulas, no tan remisamente como comúnmente suele acaecer, sino con sentimiento de gran deleite y gloria, que se siente hasta los últimos artejos de pies y manos. Y siente el cuerpo tanta gloria en la del alma, que en su manera engrandece a Dios, sintiéndole en sus huesos, conforme aquello que David dice: Todos mis huesos dirán: Dios, ¿quién semejante a ti? (Ps. 34, 10). Y porque todo lo que de esto se puede decir es menos, por esto baste decir, así de lo corporal como del espíritu, que a vida eterna sabe

y toda deuda paga.

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