1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
QUINCE (2)
El doctor Pigot estaba
inconsciente, probablemente desde antes de ser colgado, y ese detalle le pasó
desapercibido al señor Rupérez porque él no acostumbraba a mirar a la gente de
frente jamás. Salvo al “médico”, y, asimismo, porque lo había importunado con
la amenaza de contárselo a Necat, o algo así, lo que equivalía a lo mismo. Así
que al oír el chirrido de la pesada puerta hermética, supo que era el “médico”
que venía a vigilarlo. No le dio importancia. Dejó suspendido al doctor, tomó
una manguera, abrió una canilla y le empezó a tirar agua.
-Ahí lo tiene -dijo al
fin-. Cúrelo bien. Trátelo bien, ¿he? Pues acá el único torcido soy yo. Eso
está claro. Los cobardes como ustedes siempre sobreviven después.
El médico, que estaba
bastante descompuesto por el hedor y que no lograba superar un temblor en las
manos, empujó el tacho sobre los rieles y bajó al doctor. Le fue fácil llevarlo
a un catre que había en un rincón. El doctor Pigot ya no pesaba más de cuarenta
kilos, la cara se le había encogido, como si unos salvajes le hubieran reducido
la cabeza, y su cuerpo era sólo una masa inflamada y sanguinolenta. Apenas
respiraba.
-El oficial lo espera en su oficina -dijo.
El señor Rupérez se rio.
-¡Cobarde! -gritó al salir, con un tono de vaticinio.
Entró a la oficina y vio a Necat sentado en la silla
del escritorio.
-¡Ah! -exclamó Necat-. ¿Estabas trabajando?
-No lo esperaba todavía,
señor -dijo Rupérez dudando en si extenderle la mano, o esperar que el superior
lo hiciera primero.
-Hoy cerraremos ese
expediente.
El señor Rupérez se alisó
las mangas de la camisa, que estaba salpicada por el líquido del tacho, y se prendió
los botones de los puños.
-¿Te animas a disponer de
él personalmente? -preguntó Necat-. Ordené que hicieran el pozo…
-Por supuesto.
-Bien. Que sea de noche.
No te entretengas. Le ordenaré al “médico” para que lo prepare, y pueda
desplazarse por sí mismo. Así no tendrás que cargarlo hasta el fondo… Sólo
falta que firmes esto, para cumplir con la burocracia.
Rupérez sacó la lapicera
del escritorio y firmó el expediente sin leer lo que decía.
-Asunto cerrado -le dijo
Necat, con una sonrisa, tendiéndole la mano-. Debo irme. Parto para la Tierra
en un par de horas.
-¿Cómo está la Tierra,
señor? A veces tengo ganas de volver a verla…
Necat lo miró a los ojos
y meditó sobre el significado de aquel deseo.
-Para que mi familia la
conozca, señor.
-Cometerías un error,
Rup. Ojalá tuviéramos en la Tierra la armonía que hay acá, y arregláramos los
problemas con tanta celeridad. Los terráqueos no tienen arreglo. Los pueblos,
si se descarrilan una vez y no se los pone en caja, luego no tienen arreglo.
Siguen creyendo que todos pueden ser ricos. Siguen atrás de la utopía
inconformable…
Necat estaba cerca de la
puerta, cuando oyó la insistencia de Rupérez.
-Todas las semanas voy al
observatorio, señor. Busco la zona donde usted sirve… Creo que cometí un
tremendo error aceptando el traslado. Hubiera sido más útil allá, a su lado,
contra la chusma sabandija, señor… Acá…
-Vives bien acá. Tienes
que entenderlo. -Necat se había dado vuelta y miraba con tristeza al hombre-.
Es solamente una sensación lo que sientes. Los que viven allá quieren vivir
acá, y ustedes quieren irse para allá. Estás marcado para siempre, lo sabes. No
puedo hacer nada por ti en ese aspecto.
-Lo entiendo. Pero quise
decírselo.
-Te agradezco la
confianza. Y… es verdad, aquello es un infierno. Tu problema, tal vez, es que
crees en lo que ves en la placa. No puedes dejar de creer lo que ves en la
placa. Es lo único que has visto en tu vida. El mundo real allí es muy
distinto. La atmósfera no sirve más. Desmejoró horriblemente desde que te
fuiste. La gente se asa y se mueren de cánceres diversos como enjambres de
moscas. Además, la lucha con la chusma, en las calles, es infernal. Compramos a
ciertos grupos y pronto se dan vuelta otros. Ese es el problema sin solución,
por ahora… Nuestros psicólogos no pueden resolverlo aun… Pero si lo resolvieran
con la inteligencia, como con inteligencia compramos y quebramos a los rojos y
a otros extremistas, subsistiría un problema sin solución: la Madre Tierra está
podrida definitivamente. Podrida hasta el cielo.
-¿Compramos dijo, señor?
A la sabandija, digo.
-Vamos comprando a los
líderes de los focos de guerra peligrosos, con ideas, que surgen acá y allá.
Gastamos así descomunales cantidades de dinero. Pero entonces ocurre algo
irremediable. Ellos traicionan, pero no saben cómo llevar las cosas luego para
que la tropa no se rebele de nuevo. Así que al fin los derrocan por traidores y
suben otros de abajo… Compramos a estos, se transforman en traidores y
nuevamente recurrimos a sobornarlos… Quiero decir que en la mayoría de los
casos los compramos. Están en venta… En realidad lo que quieren es estar en
nuestra posición… Hablan de ideales para convencer a la tropilla. Pero se
desviven en sus vidas personales por nuestros privilegios y nuestra forma de
vida. Así siempre ha sido fácil comprarlos. Sus cerebros y corazones quieren lo
mismo que los nuestros: privilegios, privilegios y privilegios personales. No
existe en el hombre otra voluntad. Genéricamente, y en la Tierra, por lo menos…
No tienen otra idea mejor. La mentalidad es la misma. La nuestra y la de ellos,
por eso nunca lograrán nada… Existe, además, algo misterioso que les impide
cambiar. Les es imposible ser mejores de lo que son. Para resumírtelo: nuestra
mentalidad reinará siempre. Nunca nos podrán tumbar del pedestal. Nunca.
-Nunca lo había pensado
así, señor. Siempre creí que tenían ideas distintas sobre dios y el mundo.
Necat sonrió y movió la
cabeza.
-Claro que no lo habías
pensado. Es algo que está ahí, a la vista. Pero nunca nadie lo dice. Nunca en
la historia lo dijeron, y tal vez nunca lo dirán… Pero los hechos lo dicen.
Sólo los hechos valen y demuestran lo que dije… Es un asunto complejísimo, que
no vale la pena examinar ahora. ¿Qué más da?... Tampoco creo que te interese,
¿verdad?... Pero, volviendo a tu problema… Con el teñido, ustedes no
sobrevivirían mucho allá. No puede ser de otra manera. ¿Lo entiendes? Es
necesario que lo entiendas. De otra manera no podrías seguir en el servicio.
Estarías desconforme, y te volverías peligroso para todos.
-Sólo he hablado esto con
usted, señor. No lo malentienda, por dios.
Necat extrajo del bolsillo
de la chaqueta un fajo de billetes, envueltos en un sobre con un cierre. Dio
unos pasos y lo dejó sobre el escritorio. Miró a Rupérez, que lo miraba
envarado, avergonzado, tal vez por haberse puesto a confiar sentimientos
ocultos a alguien superior.
-Cómprate algo grande.
Tranquilízate.
Rupérez miró el fajo, y
luego al otro. Sintió, alarmado, ganas de llorar. Carraspeó sin saber qué decir.
-Una noticia -agregó
Necat, sobre la puerta-: El coronel murió de un ataque.
Rupérez no comentó nada.
Aun temía que su voz delatara los sentimientos de debilidad que se le habían
agolpado en el pecho, con una feísima opresión.
-Sí, sé que no lo
querías. Pero, no era un mal jefe. Te dejaba estar tranquilo acá… Había estado
en una junta conmigo, y salió para hablar con el Director… Lo hizo y se le
rompió algo. Definitivamente. Al parecer, reventó con excesiva sangre… Pobre
desgraciado.
-La vida, señor -meditó
Rupérez con voz casi inaudible y la mirada baja, más turbia y profunda que nunca.
-Esa muerte puede cambiar
la política acá. Estoy en condiciones de aplicar cierta influencia en las
decisiones allá… Si logro colocar a un hombre mío, no te olvidaré… Te lo
prometo.
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