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LA INVENCIÓN DE BORGES - JOSÉ EMILIO PACHECO


Para recordar a José Emilio Pacheco ofrecemos este luminoso ensayo, que pertenece al libro Jorge Luis Borges publicado por Era, sobre uno de sus autores más cercanos, junto al que entendió que un escritor es, ante todo, un venerable lector.

Darío, Schowb, Lugones y la literatura palimséstica

En los años finales del siglo XIX Buenos Aires fue la capital del modernismo hispanoamericano, el gran movimiento renovador que logró al fin la independencia literaria buscada desde los tiempos de Andrés Bello. La Nación, el diario de Bartolomé Mitre, difundió las admirables crónicas de José Martí. Cuando Martí dejó el periódico para entregarse a la lucha por la libertad de Cuba ocupó su lugar Rubén Darío.

Prosas profanas Los raros son los dos libros capitales en la etapa argentina de Darío. Unos años antes, en 1893, había publicado en La Tribuna una serie de cuentos a los que tituló “Palimpsestos”, es decir, textos escritos sobre otros textos. (El altísimo precio de las tablillas y luego de los pergaminos obligaba a borrar la página original y a inscribir otra en el mismo espacio. De allí la definición de palimpsesto: “Manuscrito antiguo, generalmente de pergamino, que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente”.) Borges no había nacido en 1893 y no pudo conocer más tarde, en el momento de empezar su obra narrativa, los “Palimpsestos” de Darío, pues no fueron accesibles hasta 1950 gracias a los Cuentos completos, editados por Enrique Anderson Imbert y Ernesto Mejía Sánchez.

Darío coincidió con una tentativa semejante y mucho más lograda y radical: las Vidas imaginarias de Marcel Schwob (1896), que no inventan el tema sino la trama, el tejido en que todo se enlaza para formar un diseño nuevo. En 1985 Borges declaró que una de sus fuentes para la Historia universal de la infamia “fue este libro de Schwob”.

Cincuenta y dos años antes, en 1933, Borges había sido llamado para dirigir, con su amigo el poeta Ulyses Petit de Murat, la Revista Multicolor, suplemento del diario popular Crítica, periódico de masas con formato y tendencias tabloidales. Allí Borges tradujo dos de las Vidas imaginarias y publicó las narraciones que formaron en 1935 Historia universal de la infamia. El suplemento de Crítica fue el taller y el campo de experimentación de Borges. Hizo ensayos, cuentos, reseñas y comenzó su labor antifascista al traducir “Escenas de la crueldad nazi”, artículo escrito por Heinrich Mann en 1934, cuando Hitler acababa de llegar al poder.

Leopoldo Lugones era el gran amigo de Darío. En 1906 apareció Las fuerzas extrañas, colección de cuentos fantásticos que se basan lo mismo en la mitología que en la Biblia y los descubrimientos de la ciencia, y constituyen un innegable antecedente de Borges. Lunario sentimental significa la irrupción de la antipoesía dentro del modernismo y el más vasto arsenal de rimas y metáforas que existe en castellano. Odas seculares celebra a “la grande Argentina” en el año del centenario (1910) y es como un catálogo de todas sus riquezas. El ángel de la sombra, una novela corta inscrita en la última etapa de Lugones, no cuenta entre lo mejor que escribió, pero su interés consiste en mezclar en la ficción a personas reales con sus nombres propios, entre ellos el nombre del autor. Borges hará lo mismo en varios de sus más célebres cuentos.

Nació Lugones el mismo año en que llegaron al mundo Jorge Guillermo y Macedonio Fernández. Borges no podía rebelarse contra un padre que lo alentó en todo y lo sostuvo económicamente hasta los treinta y cinco años para que se dedicara a escribir. Los conflictos se transfirieron a la figura de Lugones. El joven ultraísta lo atacó y se burló de su fanatismo por la rima. Antes de que Lugones se suicidara en 1938, Borges afirmó arrepentido que toda la vanguardia argentina había salido del Lunario sentimental. En una nota necrológica lo juzgó “el mayor escritor del idioma”. Después “El Aleph” parodió las Odas seculares en los versos ridículos de Carlos Argentino Daneri. Con Betina Edelberg, Borges hizo todo un libro, Leopoldo Lugones, en 1955, año del derrocamiento de Perón. Condenó el estilo barroco en tanto producto de la vanidad, que es un pecado. Preparó en sus últimos años una Antología poética de Lugones, escribió poemas rimados como los suyos y versos populares semejantes a los que aquél publicó en sus años postreros. La admiración y el rechazo hacia Lugones coexistieron en Borges. Murió sin resolver la querella con este padre literario.

Del pergamino al periódico

Al igual que el trabajo de los modernistas, la obra de Borges resulta inseparable del periodismo: la inmensa mayoría de sus cuentos y poemas aparecieron en los diarios. Sus ensayos son, en realidad y vistos con detenimiento, el grado más alto que pueden alcanzar la reseña y la nota literaria y establecen un nivel imposible de alcanzar.

Pasado el esplendor de la crónica en que se ensayó la literatura del cambio de siglo, entre 1915 y 1923 Alfonso Reyes mostró en los periódicos de su exilio madrileño las nuevas posibilidades del artículo como arte. Borges fue más allá: inventó un género en el que se confunden los límites: hay cuentos que parecen ensayos y ensayos como cuentos. Consideró la experiencia leída tan válida para hacer literatura como la experiencia vivida, y la realidad le pareció no menos fantástica que el relato más imaginativo. Cada una de sus notas es la crónica de un viaje por un libro, un río de imágenes o una selva de ideas; la novela de aventuras de una inteligencia privilegiada que se arriesga a vivir dentro de lo que otros escribieron. El lector es el héroe de los libros, la lectura, una obra de creación.

En vida Borges no permitió que se reimprimiera ninguno de sus trabajos en prosa anteriores al encuentro con Reyes y Henríquez Ureña. No le hubiera gustado saber que ahora disponemos de los Textos recobrados, Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos. Pero también tenemos la certeza de que sin ese dilatado aprendizaje, no siempre feliz, en que se cruzaron los elementos más contradictorios no hubiera surgido la que ahora vemos, sin desmedro de su juicio sobre Reyes, como la mejor prosa de la lengua española en el siglo XX.

Las orillas y el centro

Para Borges su obra de prosista empieza con Evaristo Carriego (1930) y Discusión (1932), donde ya están algunos de sus mejores ensayos: “La supersticiosa ética del lector”, “La postulación de la realidad”, “El arte narrativo y la magia”. Al reeditar Discusión en 1957 Borges suprimió “Nuestras imposibilidades”, que es lo que hoy llamaríamos una crítica de la vida cotidiana, y añadió “El escritor argentino y la tradición”, conferencia de 1953, publicada en 1955. En ella Borges expresa ideas afines a las de Reyes en A vuelta de correo (1932). Reyes dijo entonces: “Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos”.

Borges añade veintiún años más tarde:

Nuestra tradición es toda la cultura occidental […] tenemos derecho a esta tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental […]. Nuestro patrimonio es el universo, ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos […]. Si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores.

Entre las colaboraciones en la Revista Multicolor tres de 1934 —“Dreamtigers”, “Los espejos velados”, “Las uñas”— aparecieron en la primera edición de Otras inquisiciones (1952) y se incorporaron a El hacedor en 1960, en un juego que refuta la sucesión temporal: Borges ya era Borges en su propio tiempo y espacio. En su cronología, como en la lectura, todos los tiempos eran el presente.

La revista Sur

La obra de Borges se desarrolló entre los periódicos de masas y la revista de élite Sur, fundada por Victoria Ocampo, que la publicó y financió de 1930 a 1970. Durante treinta años dominó las letras hispanoamericanas y, caída la República española, contribuyó a hacer de Buenos Aires la capital literaria de nuestro idioma. Su periodo de auge terminó en 1961, cuando se apartó de ella José Bianco, su jefe de redacción desde 1938, y el Premio Formentor inició el reconocimiento planetario del escritor más importante que produjo Sur. Borges fue su mayor triunfo como empresa de exportación y justificó con creces cuanto Sur, revista y editorial, había importado y traducido para nosotros: desde André Malraux, los dos Lawrence, Aldous Huxley, Graham Greene, George Orwell, William Faulkner, Jean-Paul Sartre y Albert Camus, hasta los Beatniks y, en los últimos tiempos, Walter Benjamin, apenas unos cuantos nombres en una lista que rebasa las posibilidades de la simple enumeración.

Desde su primer número Sur tuvo en su comité a Reyes y Henríquez Ureña. Ellos y sus amigos argentinos convirtieron a Sur en un vínculo entre nuestros países que se desconocen. La revista publicó a los brasileños lo mismo que a los mexicanos. Nostalgia de la muerte de Xavier Villaurrutia apareció en sus ediciones en 1938, año en que se inició también la colaboración del joven Octavio Paz. (Ver el libro de John King, Sur, 1989.)

Victoria Ocampo luchó contra los prejuicios que negaban a las mujeres el acceso a la cultura y a toda actividad ajena al lecho conyugal, la cocina y el cuarto de los niños. Ganada la primera batalla en esta guerra, tuvo que librar otra contra la injusticia que margina a los ancianos. Ella jamás se doblegó y continuó escribiendo hasta los noventa años. La aparición en 1999 de Borges en Sur muestra que Borges no se limitó a incluir en esas páginas cuentos y poemas ya considerados clásicos, sino hizo todo el trabajo menor de notas y comentarios efímeros que constituyen la vida de una revista y el rasgo que la distingue de una simple antología mensual o bimestral.

Las “sórdidas noticias policiales”

En Crítica se convirtieron en industria del entretenimiento las noticias policiales, muestra del caos y la injusticia de la sociedad que revela su violencia estructural en las patologías individuales. En el periódico de los crímenes reales, que nos fascinan porque nos ponen por un instante al margen y nos dan una ilusoria seguridad (“No soy así, no me parezco a estos monstruos; esas cosas horribles nunca me van a pasar; las víctimas y los verdugos son por definición los otros, jamás yo ni las personas que conozco”), Borges publicó sus relatos de crímenes históricos o literarios, pero también de seres de la orilla y el margen: Morell, que trafica con la esperanza de los esclavos en la región del Misisipi; el impostor Tom Castro; una pirata, la viuda Ching; un gángster de Nueva York, Monk Eastman; un delincuente juvenil que se convierte en el pistolero del Oeste Billy the Kid, y dos asesinos orientales: Kotsuké no Suké y Hákim de Merv.

No hay que exagerar la función de lo que ahora llamaríamos intertextos y subtextos en estas narraciones de Borges. Quien los coteje con las fuentes proporcionadas por la bibliografía final —presencia insólita en una obra que se supone de imaginación— verá hasta qué punto Borges ha partido de una fuente ajena, sí, como la Encyclopædia Britannica La vida en el Misisipi de Mark Twain, pero sólo para apropiarse de ella, saquearla, deformarla y convertirla en algo muy distinto.

El gaucho, el huacho, el corsario

El duelo de los cuchilleros y el abordaje de los piratas se aproximan a esta estrategia literaria. Son, como escribiría en circunstancias diferentes Pier Paolo Pasolini, “textos corsarios”. El botín que resulta es un texto personal de Borges. Así como sir Francis Drake —para nosotros un pirata, para los anglosajones un gran explorador y navegante— se apropió de los tesoros sacados de las minas mediante la esclavitud de los colonizados y los aprovechó para que en Inglaterra hubiese libros, universidades y sociedades científicas, Borges toma por asalto el altivo galeón de la cultura europea y distribuye su presa entre nosotros, los descendientes de quienes extrajeron el oro y la plata para beneficio de otros.

Al lado de los violentos foráneos, Borges universalizó a un orillero argentino en “Hombre de la esquina rosada”. En El informe de Brodie (1970) dio otra versión de lo mismo: “Historia de Rosendo Juárez”. Su padre se había acercado al tema de la violencia argentina en su única novela, El caudillo (1923). De paso, asombra comprobar que “gaucho” es una deformación de la palabra aimara “guacho”: el pobre, el desvalido y por extensión el bastardo. De “guacho” se origina en el Perú “huachafo” y en México “huach”, “huacho”, “huachinango” y finalmente “chilango”. Hay que explorar la “historia de los ecos de un nombre”, la ingrata y vasta resonancia de una sola palabra: el guacho, el gaucho, el huacho, el poblador rabioso y desamparado del margen y las orillas. Es decir, todos nosotros, los no invitados al banquete de la civilización.

El otro cuento inicial, “El acercamiento a Almotásim”, apareció disfrazado de reseña de un libro inexistente en Historia de la eternidad (1936), el libro más filosófico o antifilosófico de Borges, al lado del ensayo que le da título, “La doctrina de los ciclos”, “El tiempo circular” y “Los traductores de las 1001 noches”.

Lengua materna: realidades y ficciones

Sin embargo, la cruel liberación y el verdadero comienzo del gran Borges no empiezan hasta 1938, con las muertes de su padre y de Lugones y con el gravísimo accidente que sufre al estrellarse contra una ventana abierta sobre una escalera, precisamente cuando iba a buscar a una muchacha para llevarla a la cena de navidad con su madre doña Leonor. Ha habido tantos psicoanálisis de Borges por parte de profesionales y aficionados que abochorna rozar siquiera estos terrenos.

Es evidente que a partir de entonces se afianza el vínculo con doña Leonor, la mujer fuerte que siempre parece haber sido el centro de la familia y que, aun en su extrema vejez, tenía el valor de responder a los peronistas indignados que llamaban a medianoche con amenazas de muerte: “Vea, matar a mi hijo, un hombre viejo y ciego que sale todos los días solo a la calle, no es una gran hazaña. En cuanto a mí, tengo más de noventa años; de modo que si no se apura, por ahí me le muero antes”.

Doña Leonor ahuyentó a todas las novias del hijo, al que llamó siempre “Georgie”, y se dice que intervino en el atroz cuento “La intrusa”, en que dos hermanos asesinan a la mujer que compartieron para que no se interponga entre ellos. Al mismo tiempo la madre fue su mayor colaboradora literaria, su vínculo con el idioma español, la tierra argentina y los antepasados y su modelo de valor civil. Se recuerda al Borges ciego que sale de la biblioteca y se abre paso entre una multitud que con altavoces y a gritos pide su muerte. (En cambio, nada le cuesta confesar su pavor de enfrentarse al dentista.) La desaparición de doña Leonor casi centenaria en 1975 fue otra aún más cruel liberación. Como T. S. Eliot que en algo se le parece, Borges sólo encontró el amor en la ancianidad y su relación con María Kodama iluminó sus últimos años.

Borges y Eva

El valeroso antifascismo de Borges —en modo alguno el odio de Eva o de Perón que no lo conocían— originó el episodio de las gallinas y los conejos. La cárcel para su hermana Nora y el arresto domiciliario de doña Leonor exacerbaron inevitablemente su odio a Perón, origen de algo así como el ochenta por ciento de las discordias literarias contra Borges. No fue, como quieren hacernos creer algunos de esos ataques, un oligarca, por la simple razón de que no tenía dinero: desde 1944 habitó un departamento modestísimo, que más bien parecía celda monástica. Debe de haber ganado mucho en sus últimos años, pero siguió viviendo pobremente porque la ostentación era a su juicio una cursilería y él ya necesitaba muy poco.

La paradoja es que el “disfavor” peronista fue un “favor secreto” (términos que él emplea en uno de sus muchos homenajes a Reyes). Gracias al cese, Borges se liberó de la biblioteca suburbana, que fue pesadilla, laberinto e inspiración de varios grandes cuentos. El escritor timidísimo, cuyos discursos tuvo que leer en varias ocasiones su amigo Henríquez Ureña, se vio obligado a volverse conferencista, habilidad con la que recorrió el mundo a partir de 1961. Los primeros años de Eva y Perón resultaron también aquellos en que escribió su obra maestra de 1949, El Aleph y otros cuentos, libro que, en el renglón de los estímulos negativos, debe mucho también al desamor de Estela Canto. Reveladora de su intimidad en Borges a contraluz (1990), ella fue la auténtica inspiradora del cuento “El Aleph”. (Julio Ortega trabaja en una edición crítica hecha a partir del manuscrito, hoy propiedad de la Biblioteca Nacional de Madrid.)

Borges y “Georgie”, Borges contra “Georgie”

Si mediante la escritura “Georgie” se afirma como hombre y se convierte en “Borges”, el clásico universal, “Georgie”, el niño insolente y mimado, reaparece, junto al viejo anarquista conservador (otro oxímoron borgiano), en esa inabarcable parte de su trabajo final que son las entrevistas. En ellas “Borges” dice las cosas más agudas e inteligentes; “Georgie”, imperdonables atrocidades como por ejemplo: “Los negros tienen un organismo muy simple, no sienten el dolor ni las heridas […]. Existen problemas de violencia porque se ha cometido el error de educarlos […]. [En caso contrario] no sabrían que son descendientes de esclavos […] son como chicos”. O bien: “Los vascos me parecen más inservibles que los negros: no han hecho otra cosa en la historia más que ordeñar vacas”. Para no hablar de la parte que nos tocó en la distribución de las injurias: los mexicanos somos “cobardes y pésimos soldados”, no se puede confiar en nosotros por ser nada más “guías de turistas”.

En la Guerra Fría que entre 1945 y 1989 dividió al mundo, a Borges le tocó no el lado del “socialismo real” sino el contrario. Pocos países lo celebraron tanto como Estados Unidos pero ni así escaparon a la condena de “Georgie”, el niño malo y arrogante al que le gusta escandalizar como a sus contemporáneos dadaístas y surrealistas, y contrasta con “Borges”, el genio humilde que, cubierto de gloria, dice que su obra es un fraude y no aspira a la ridícula inmortalidad sino a ser olvidado por completo.

Para Borges, Estados Unidos es el país de Poe, Twain, Emerson, Melville, Whitman, Faulkner. Para “Georgie”, se trata de “simplemente una gran potencia, y es lo más triste que se puede ser”. Estados Unidos es “un país de segundo orden […]. Son muy ignorantes, de una ignorancia insuperable. Además allí la gente se alimenta exclusivamente de ajo y de cebolla. Encima de ser ignorantes, los norteamericanos apestan”. Imposible encontrar generalizaciones más absurdas ni calumnias menos justificadas. (Ver, entre docenas de libros de conversaciones, Borges, el palabrista de Esteban Peicovich.)

Repensar a Borges

María Luisa Bastos ha documentado en Borges ante la crítica argentina: 1923-1960 las respuestas a su obra y su persona. De Adolfo Prieto (Borges y la nueva generación, 1955) a Blas Matamoro ( JLB o el juego trascendente, 197l), hay muchos libros en contra y toda una corriente —resumida por Martín Laforgue en Antiborges (1999) con textos que van de la crítica lúcida a la agresión cerril y de la intolerancia más inaceptable a la generosidad y la inteligencia de Juan Gelman—, una corriente ahora reemplazada por otra visión de Borges gracias a Beatriz Sarlo (Borges, escritor de las orillas) y Daniel Balderston (¿Fuera de contexto? Referencialidad histórica y expresión de la realidad en Borges) y muchos libros y ensayos excelentes que por desgracia es imposible citar aquí.

Nos demuestran la necesidad de repensar a Borges, romper con toda ortodoxia y dogmatismo, admitir que las teorías abstractas ya no funcionan ni se puede considerar todo bajo la especie de “progreso” y “reacción”. Como dice Beatriz Sarlo, es un error querer “salvar” al pueblo de la alta cultura porque con ello estamos celebrando sin saberlo la desigualdad, la injusticia y el despojo. Borges sólo puede entenderse en la mezcla, la unión, la síntesis y la discordia de lo urbano, lo rural, lo europeo, lo nacional, lo elitista y lo popular.

Lo que importa ahora, como indica James Woodall en su biografía La vida de Jorge Luis Borges: El hombre en el espejo del libro, es que Borges resulte igualmente accesible para los universitarios que lo estudian y para el público en general. Si se ha vuelto indispensable una edición crítica en español como la que ha hecho Jean-Pierre Bernès en los dos tomos de Œuvres complètes de La Pléiade, no parece adecuado multiplicar las compilaciones de páginas que Borges no autorizó.

Textos cautivos Borges en Sur son en sí mismos más que legibles y añaden otras dimensiones a lo que sabíamos de Borges. Desde luego no podemos inventar en contra del viejo niño “Georgie” —que no paraba de hablar porque sus interrogadores no lo dejaban en paz— un Borges de izquierda; pero sí ver la coherencia y valentía de su antifascismo y de su trabajo para poner en manos de las multitudes a las que despreciaba lo mejor de la literatura universal, en modo alguno sólo europea.

Las notas y reseñas exhumadas de Borges se encuentran a la altura incomparable de los ensayos reunidos en un libro célebre, Otras inquisiciones (1952), y muestran que aún debe de haber muchos textos valiosos en las publicaciones de la época. No obstante, mejor quedarnos con lo que hasta ahora tenemos y ya es muchísimo. Como él dijo de Oscar Wilde en 1946, cuando no estaba de moda hablar bien de Wilde, Jorge Luis Borges “es de aquellos venturosos que pueden prescindir de la aprobación de la crítica y aun, a veces, de la aprobación del lector, pues el agrado que nos proporciona su trato es irresistible y constante”.

• José Emilio Pacheco, Jorge Luis Borges, México, Ediciones Era / El Colegio Nacional / Universidad Autónoma de Sinaloa, 2019, 120 pp. Algunos de los textos aquí incluidos aparecieron originalmente en Inventario y otras publicaciones.

(nexos / 30-6-2019)

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