miércoles

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (35)


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MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA SEÑORA
DETRÁS DEL MURO”

Cómo la herida generacional de ser despojados de
la Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan agachadas como si aun los estuvieran
aplastando cuando ahora son, de hecho, libres (4)

La construcción del muro para encarcelar a la gente adentro, y evitar que la gente libre entre (2)

Curiosamente, esta división de la gente para que no haya consenso, que no existan puntos de concentración para tener mejores condiciones o más sagradas también la llevan a cabo los que tienen el poder en las cárceles húmedas y frías de todo el mundo. Se separa a las personas en la cárcel, no se les permite interactuar por más de unos minutos a la vez, se les mantiene aislados para poder desalentar la comunicación importante, para extinguir la charla sobre esa libertad que significa justicia, y no sólo recitar algunas palabras de memoria.

En el caso del comunismo, y a pesar de proclamar una y otra vez lo libres y felices que todos eran a lo largo de Europa y Asia sin la molestia de las devociones sagradas de tantos tipos, los detentadores del poder, las dictaduras militares, construyeron muros gigantescos de alambres de púas, bloques de concreto y ladrillos, para mantener a esa gente “libre y feliz” de sus regímenes opresivos dentro de su garra de influencia.

Ordenaron que se construyera un muro en particular, el de Berlín, que midiera cuatro metros de altura y 165 kilómetros de largo para separar mejor a la gente de la gente. Esa enorme pared se edificó para que a nadie se le permitiera libre tránsito, ni para entrar, y en realidad para irse, bajo la amenaza de se rechazados y humillados de un lado y enviados a la muerte del otro. A nadie se le permitía ir a otra parte del mundo.

Esos muros, del doble del tamaño que la altura de un hombre promedio y cuatro veces la altura de un niño, tenían la intención de dividir a la gente más libre de la gente completamente atada. Unos soldados armados patrullaban los muros y las aduanas fronterizas con órdenes de disparar a matar a todo aquel que intentara atravesar los accesos o escalar, saltar, escapar, volar sobre el muro hacia la libertad. Con el tiempo, los cuerpos de familias enteras yacieron al pie de esos muros.

Los cuerpos de patriotas, artistas, bailarines, músicos, granjeros, maestros, vendedores de flores, zapateros, talabarteros, cada hombre, cada mujer, cada niño que intentó escalar el muro en medio de la noche -procurando distraer a los soldados, tratando de cruzar a toda velocidad en un automóvil repleto de almas agachadas, empeñadas en respirar la libertad, incluso arriesgándose a sobrevolarlo en un pequeño aeroplano casero-, estas almas, con la libertad quemándoles la sangre, quedaron muertas ante los muros despiadadamente patrullados. Todas fueron Almas “en su sano juicio” que anhelaban la Santa Verdad, y literalmente murieron intentando abrir una brecha en los muros en más de una manera.

Se rumora que, inspirados en parte por Szent István o San Esteban, la Santa Madre y su Hijo, en 1956 se unieron hermanos y hermanas en solidaridad en una estremecedora revolución húngara, un levantamiento contra la Unión Soviética que a todos retuvo tan profundamente cautivos dentro de los muros comunistas. Cuando la policía trató de aplastar a los manifestantes, los militares húngaros se unieron con los insurgentes y lucharon con sus hermanos y hermanas contra las tropas soviéticas. Pero la URSS regresó con tanques rusos, y los húngaros lucharon contra ellos en las calles, usando sólo piedras y sus manos desnudas.

Se transmitieron llamados lastimeros por radio desde lo más profundo de Hungría, rogando a las tropas de la OTAN que intervinieran. Pero no sería así. Los luchadores de libertad fueron aplastados, sus líderes asesinados. Los húngaros y otros valientes de todos los países bajo la influencia soviética siguieron luchando por la libertad durante otros treinta y tres largos años y finalmente la alcanzaron cuando cayó la Unión Soviética en 1989.

Pero aquí está de nuevo lo que nuestros mayores decían: los que se levantaron para luchar contra los tanques negros no seguían el ateísmo, ni a un ser humano, ni algún pensamiento de esta Tierra. Los guiaban sus creencias más ancestrales, nacidas en sus propios huesos, que identifican en la Madre, la Santa, a ese mundo más allá de este mundo, donde todas las cosas, todos los milagros, son posibles. Mi padre y mis tíos nos contarían versiones distintas de este pensamiento trascendente: Podrás encarcelar al hombre, pero no hay prisión que pueda encerrar su mente o su corazón. Su alma, su espíritu, su mente, su corazón se deslizarán entre los barrotes porque todos nacieron con alas.

Este muro enorme contra el movimiento libre de la gente, contra la libertad de aferrarse a lo Santo con toda la esperanza, se llamó “la Cortina de Hierro”. A lo largo de muchas décadas, muchas personas destacadas intentaron aflojar sus ladrillos, desde adentro y a veces desde afuera del muro. Cada uno ayudó a sacudir el muro un poquito. Pero aun así se alzaba, aplastando a tanta gente a lo largo de una parte tan grande de la Tierra. Hasta que finalmente, un día, en un momento del tiempo, a lo largo de muchas naciones capturadas detrás de los muros, la llamada “gente común” se levantó para reclamar todas sus libertades, incluida la Santa Madre.

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