miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (40)


EL TEATRO TOSCO (10)


Ya he citado las representaciones que se podían ver en Alemania después de la guerra. En una buhardilla de Hamburgo asistí a una versión de Crimen y castigo de cuatro horas de duración, y esa velada ha sido una de mis experiencias teatrales más sorprendentes. Por pura necesidad, todos los problemas de estilo teatral se habían esfumado: nos hallábamos ante la auténtica y principal fuerza, ante la esencia de un arte que surge del narrador que, tras abarcar con la mirada a su auditorio, comienza a hablar. Las salas de teatro de todas las ciudades alemanas estaban destruidas, pero allí, en esa buhardilla, cuando un actor sentado en una silla tan próxima que casi tocaba nuestras rodillas comenzó a decir “Corría el año 18… Un joven estudiante llamado Roman Rodianovitch Raskolnikov…”, todos nos sentimos atrapados por el teatro vivo.

Atrapados. ¿Qué quiere decir eso? No sé decirlo. Lo único que sé es que esas palabras, dicho con un tono de voz serio y suave, suscitaron algo singular en todos los espectadores. Éramos oyentes, niños embelesados por la historieta que le narran cuando están acostados y, al mismo tiempo, adultos, plenamente conscientes de lo que estábamos presenciando. Un momento después, a pocos centímetros de distancia, rechinó una puerta al abrirse y, cuando apareció el actor que personificaba a Raskolnikov, ya estábamos sumidos por entero en el drama. Por un instante la puerta recordaba una farola, segundos más tarde se convirtió en la entrada del piso de la usurera, inmediatamente después era el pasillo que conducía al cuarto interior de la vieja prestamista. Sin embargo, como estas no eran más que impresiones fragmentarias cuya acción sólo duraba el tiempo requerido, desvaneciéndose en seguida, no se nos olvidaba que estábamos apiñados en un cuarto siguiendo el hilo de una historia. El narrador añadía detalles, explicaba y filosofaba, los intérpretes pasaban de la representación naturalista al monólogo, un actor, encorvando la espalda, saltaba de una a otra caracterización, y punto por punto, toque tras toque, se iba recreando el complejo mundo de la novela dostoyevskiana.

¡Qué libre es la convención en la novela, que fácil resulta la relación entre novelista y lector! Los antecedentes pueden evocarse y descartarse, la transición del mundo exterior al interior es natural y continua. El éxito del experimento que presencié en Hamburgo me hizo pensar de nuevo en lo grotescamente torpe, inadecuado y lastimoso que ha llegado a ser el teatro, no sólo por necesitar un grupo de hombres y de máquinas chirriadoras para trasladarnos de un lugar a otro, sino también porque el paso del mundo de la acción al del pensamiento ha de explicarse con algún artificio: música, cambio de luces, subida de un actor a una plataforma. Lo único que sé es que esas palabras, dichas con un tono de voz serio y suave, suscitaron algo singular en todos los espectadores.

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