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MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA SEÑORA
DETRÁS DEL MURO”
Cómo la herida generacional de ser despojados de
la Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan agachadas como si aun los estuvieran
aplastando cuando ahora son, de hecho, libres (1)
De manera clínica y personal, a menudo encuentro en quienes viven dos o
hasta diez o más generaciones después de una guerra brutal o de una conquista
que devastó a sus familias, que ahora también pueden tener un comportamiento
demasiado agradecido y con frecuencia de postración hacia los vestigios de los
conquistadores, a pesar de que esta generación posterior no tenga una lucha de
vida-y-muerte en ningún tipo de guerra.
Parece manifestarse con fuerza en los hijos de los conquistados lo que yo
llamaría una “herida generacional” que se transmite de generación en generación
por los que fueron alguna vez tan lastimados, quienes a su vez atan a sus hijos
a ellos ahora, ocultando las heridas sin sanar que en ese entonces sufrieron.
Un pueblo inocente al que le quitaron tanto, e irónicamente el padre aun se
comporta ante el hijo como si debieran honor y lealtad a quienes no les arrebataron
la vida, sino que apenas les permitieron vivir.
Los niños por lo común asumen esa herida paterna abierta debido al
corazoncito más luminoso y compasivo que se pueda imaginar. Los niños quieren
apoyar a sus propios padres, amarlos, ayudarlos, sanarlos, estar hombro con
hombro con ellos. Pero entonces también comparten la carga, deben soportar
también la herida familiar. Así pueden seguir actuando como sus padres,
abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y demás se comportaron y siguieron
comportándose hacia el invasor.
Aunque alguna vez se sufrió bajo una brutal ocupación durante la guerra,
aun cuando ahora se puede ser libre, se vive tratando de no cuestionar, en
silencio, haciendo reverencias y mostrando modestia, siendo excesivamente
respetuoso, ofreciendo un respeto servil a quienes no se lo han ganado,
incapaces de expresar indignación ante la verdadera injusticia.
Extrañamente, la misma persona que se agacha por miedo ante las
autoridades, dentro de la familia puede atacar a los miembros que son sin lugar
a dudas inocentes en comparación con los invasores, pero que también se
defienden a sí mismos y tratan de hacerlo con su familia.
Esta herida primaria que llevan los ancianos se considera el mayor de los
peligros para ellos mismos y la familia, pues viven en una habitación trasera de
la psique donde los saqueadores del pasado todavía ejercen control con pistolas
y espadas. Así, en público se muestran heridos y condescendientes, pero en
privado sienten furia contra su propia impotencia, una reacción en realidad
saludable contra la opresión, pero que aquí se dirige hacia el grupo
equivocado.
En mi propia familia, los invasores fijaron imágenes fuertes y aterradoras
en los corazones y mentes de los campesinos a quienes asediaron. La suprema
destrucción de lo sagrado por los invasores dejó hecho trizas el hermoso vínculo
entre el espíritu y lo sagrado, el alma y la psique; así que, en lugar de ver
la tierra que los había colmado y que creara un esplendor sagrado entre la
gente, ahora veían imágenes en sus mentes, huellas en sus cuerpos de cómo su
suelo sagrado fue salado, literalmente, por el enemigo para que no creciera
nada.
Ahora, en vez de tener corazones que se elevaran para ver a los animales,
pájaros y la naturaleza que el pueblo consideraba sagrada, tanto que se
esforzaban por tener ceremonias y rituales casi cada semana para agradecer,
esperanzarse y cuidar lo que consideraban el mundo sagrado a su alrededor,
después de invasiones brutales que destruyeron la esencia de la Madre del Mundo,
la gente se sentía “electrocutada” físicamente al recordar cómo, mientras
avanzaba, el Ejército Rojo estalinista asesinó a tiros a bandadas enteras de sus
sagradas cigüeñas blancas; deliberadamente incendiaron hasta las raíces de los
bosques sagrados, para así privar a la gente de sus gigantescos árboles
guardianes, de la madera del suelo para los fuegos con que cocinaban y se
calentaban, de sus sitios para esconderse del enemigo. Sus mentes sagradas
fueron sobrescritas con la profunda pena por la ruptura del vidrio, el destrozo
del bronce, la rajadura del hierro, la profanación de niños, mujeres, viejos,
familias.
Sus imágenes sagradas fueron quemadas. Se hicieron pedazos las estatuas
divinas que alguna vez transportaron por tierra, envueltas como bebés en
cobijas y luego colocadas para cuidar la aldea. Se hicieron trizas los paños
simbólicos, se ensuciaron santuarios en diminutas iglesias aldeanas construidas
a mano por los herreros, carreteros y ebanistas del pueblo. Se destruyeron
cientos de miles de santuarios a la Santa Madre y a los Santos a la orilla de
los senderos…
Todas estas destrucciones planeadas y decididas se apoderaron de la Santa
Madre, quitándola de nuestra vista, como si la enviaran a una cárcel
clandestina lejos de la gente que tanto la amaba. Los saqueadores la
arrebataron de los brazos y los ojos de la gente. Con frecuencia, los pintores
de íconos del pueblo fueron ejecutados ahí mismo, o llevados lejos para nunca
volver a saber de ellos. Tan resueltos estaban los saqueadores en eliminarla,
en desaparecer cualquier rastro de su memoria en los corazones y cuerpos mismos
de la gente, que nuestra familia decía que esconder incluso una diminuta
estatua tallada que representara Su esencia significaba la muerte inmediata.
Los campesinos que vivían en medio de la nada no debían recibir una pizca de
alivio o fortalecimiento espiritual. No debían sino “obedecer o morir”.
Así, los saqueadores buscaron establecerse como los dioses de la gente,
destruyendo a los de sagrada estatura a quienes la gente seguía y amaba. Así,
con la amenaza de ser asesinados real y puntualmente donde estuvieran, se
volvió un requisito el fenómeno de hacer reverencias y humillarse antes los
saqueadores, en lugar de felizmente reverenciar al propio Creador.
“Des-madrar” a la gente y sustituirla con el “deber de obedecer” convirtió
a los diligentes trilladores de trigo dorado, a los jinetes y amazonas que
cabalgaban como el viento, con sus capas y botas altas y vestimenta tribal
bordada con los símbolos de sus clanes, en un pueblo aun orgulloso pero ahora
con miedo por ellos mismos, por sus hijos, sus animales, su tierra, lo que
todos entendían como su familia directa, su totalidad entera.
Sé que ustedes pueden ver el paralelismo con el abuso de cualquier nación,
grupo o individuo.
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