miércoles

BALZAC: FILOSOFÍA Y ELEGANCIA

por Carlos Javier González Serrano
Honoré de Balzac: clásico literario del XIX, nacido casi con el siglo (1799), de dura infancia y espléndido y prolífico genio creativo. Un genio que le condujo a la muerte a causa del envenenamiento sufrido por su impulsivo consumo de café. Suceso en absoluto artístico o poético. La aparición de la fatal peritonitis gangrenosa fue en efecto provocada por el excitante al que era adicto. Debido a sus interminables y sufridas horas de trabajo, toda su vida estuvo sujeta a un sinfín de agitaciones nerviosas.

¿Quién no ha saboreado en los placeres ese momento de alegría ilimitada en que el alma parece haberse liberado de los vínculos de la carne, y hallarse como devuelta al mundo del que procede?

Balzac. Inspirador de mundos fantásticos en los que poder refugiarse, realista literario de abolengo romántico, conocedor de las circunstancias sociales y políticas de su tiempo. Balzac. La literatura, la filosofía, la ciencia. La curiosidad. El despilfarro. Todas las vertientes de lo humano lo encontramos en este hombre que, como escribe en uno de estos imprescindibles Cuentos filosóficos, cree firmemente que “los más hermosos parajes no son sino aquello que nosotros les hacemos ser”. Voluntad de ser, de conquistar, de enriquecer la realidad a través de la imaginación y la literatura. El mundo es nuestro, porque las palabras con las que lo definimos las pone el observador.

En una encomiable labor editorial, Cátedra cuenta en su catálogo con un conjunto de siete narraciones, acaso las más atractivas de las obras breves del autor francés, que, sobre todo, sugieren al lector perspectivas que trascienden lo meramente textual y literario. Susana Cantero, traductora de estas pequeñas joyas y autora de la completísima introducción del volumen, explica que estos cuentos llamados “filosóficos” ofrecen a Balzac una oportunidad única para plantear, mediante un amplio elenco de situaciones, múltiples y variadas reflexiones “sobre determinadas facetas de la mente humana, de la capacidad creativa, del acceso libre y sin límites a la intimidad emocional más sentida y su proyección idealista hacia mundos de otras dimensiones”.

A pesar del calor del día y de la especie de fatiga que nos causaba la caminata por las arenas, nuestras almas aun estaban entregadas a la indecible blandura de un armonioso éxtasis; estaban llenas de ese placer puro que no se puede pintar, sino comparándolo al que se experimenta al escuchar alguna música deliciosa. Dos sentimientos puros que se confunden, ¿no son acaso como dos voces hermosas que cantan?

Balzac redactó estas siete piezas (Un drama a la orilla del mal, El niño maldito, Las Marana, Melmoth reconciliado, Massimilla Doni, La obra maestra desconocida y La búsqueda del Absoluto), que ocupan más de 700 páginas de las 845 que componen este voluminoso y precioso libro, en apenas seis años (1831-1837), lo que nos da una idea aproximada de la desmesurada fuerza creativa de nuestro protagonista, a quien las constantes y asfixiantes deudas (que permanentemente contraía debido a sus extravagantes gustos) le obligaron a llevar un rígido plan de trabajo diario, en largas jornadas de quince o dieciséis horas que aguantaba con disciplina… y mucho café.

No existe una razón única por la que acercarse a este volumen. Resulta esencial desde muchos puntos de vista. La primera y más evidente: Balzac es un clásico que nunca falla. La interesante tesitura cultural, social y política en la que vivió -impregnada de diversas revoluciones de distinto calado, el auge y caída del imperio napoleónico, desesperados movimientos sociales contra la pobreza o la confluencia del realismo literario con el más acendrado romanticismo- hacen de su figura una suerte de pivote decimonónico sin igual.

¿Quién no se ha tropezado con malos momentos en los que uno ve no sé qué prendas de esperanza en las cosas que nos rodean? Feliz o mísero, el hombre presta fisonomía a los mínimos objetos con los que vive; los escucha y les consulta, hasta ese punto es supersticioso por naturaleza.

Balzac vuelca su alma en estos Cuentos filosóficos, en los que encontramos los traumas infantiles (el autor fue despreciado sin compasión por su madre, aislado en un cruel internado), las creencias espirituales –y religiosas– y un ingente material en el que Balzac reflexiona en profundidad sobre la condición humana: desde la muerte y la finitud, pasando por el amor, la belleza, el arte y la felicidad, hasta la más dura e implacable crítica social. El talento literario hace el resto; como el propio Balzac escribe en Un drama a la orilla del mar, en ocasiones “las ideas te caen al corazón o a la cabeza sin consultarte. No ha habido cortesana más peregrina ni más imperiosa de cuanto lo es la Concepción para los artistas; cuando viene hay que tomarla como a la Fortuna, de la melena”.

Un libro (que son muchos) único, indispensable y necesario en el que podremos mirarnos como en un espejo, a hombros de gigante, y en el que sentiremos la peligrosa tirantez sobre la que se dirime el destino humano: la aspiración hacia un Absoluto que, de existir, nunca parece colmarnos o consolarnos (sólo a veces, momentáneamente, dolorosamente), y el duro y terrible anclaje a un mundo que, a la fuerza y de manera irremediable, nos empuja a vivir.

El Tratado de la vida elegante vio la luz por primera vez en 1830, dando comienzo a una serie –incompleta– que Balzac denominaría “Patología de la vida social”. Fue publicado en el semanario La Mode, dirigido por Émile de Girardin (uno de los creadores del periodismo francés moderno). En la nota que la editorial Impedimenta introduce en esta elegante edición (que incluye muy bellas ilustraciones de dibujantes ingleses), se nos dice que el dandismo “prefiguraría el Romanticismo literario de signo decadentista, y supondría una auténtica revolución social y cultural en la Europa de principios del siglo XIX, alcanzado su culmen en Charles Baudelaire“.

Balzac rondaba los treinta años cuando escribía el Tratado de la vida elegante y la Fisiología del matrimonio (publicado en 1829 a nombre de “Un joven soltero”); el autor se erige en esta última obra mencionada como un doctor en artes y ciencias conyugales, elaborando un curioso estudio de la casuística marital, ofreciendo a la vez ingeniosos consejos a los maridos sobre la manera en la que han de conducirse para lograr la armonía en su casa. ¿El objetivo? Evitar el “peligro del minotauro”, es decir, del amante, el salteador de los matrimonios –más si cabe cuando la mujer en cuestión es joven y bella–.

Un pueblo de ricos es un sueño político imposible de realizar. Una nación se compone necesariamente de personas que producen y personas que consumen. ¿Cómo es que quien siembra, planta, riega y cosecha es precisamente el que menos come?
Balzac. Tratado de la vida elegante, Cap. Primero, § III

Balzac divide la sociedad en tres grupos: los trabajadores, los que piensan y los que no hacen nada, que a su vez arrojan como resultado tres tipos de vida: la del hombre ocupado, la del artista y la del hombre elegante. La del primero es una vida que no conoce variantes, en la que se trabaja “con los diez dedos” y se abdica de todo destino: los hombres trabajadores quedan convertidos en medios “semejantes a máquinas de vapor, […] producen todos ellos de la misma manera y no tienen nada de individual. El hombre-instrumento es una especie de cero social”. Su existencia consiste en tener “algo de pan en la alacena”, y su elegancia queda reducida a la posesión de “cuatro andrajos metidos en un arcón”. Por eso el trabajador no tiene tiempo para pensar, pues su vida es movimiento continuo, sempiterno, “en la que los pensamientos todavía no son ni libres ni ampliamente fecundos”. Por su parte, el artista es una “excepción en todo”: su único trabajo consiste en la ociosidad, trabajo que es a la vez descanso; además, “él es siempre la expresión de un gran pensamiento y como tal domina la sociedad”. Por último, damos con la vida del hombre elegante, de la que Balzac se ocupa en esta breve obra: “la elegancia trabajada es a la auténtica elegancia lo que una peluca es al pelo”.

El vestido es como un barniz: lo hace resaltar todo. La indumentaria fue inventada más para destacar los atractivos corporales que para ocultar imperfecciones. De donde se deduce este corolario natural: todo lo que una indumentaria trata de ocultar, disimular, aumentar y agrandar más de lo que la naturaleza o la moda ordena o quiere, siempre quedará como algo vicioso.
Balzac. Tratado de la vida elegante, , Cap. Quinto, § I

Un libro apasionante para los interesados en el tránsito del dandismo temprano de la Regencia inglesa al fecundo decadentismo artístico e intelectual de la Francia del XIX, que arribará como puerto final en la bohemia y, finalmente, desembocará en Oscar Wilde.


(El vuelo de la lechuza / 10-10-2016)

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