¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh
toque delicado.
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, vida en muerte
la has trocado.
DECLARACIÓN (2)
3
/ Y es cosa admirable y digna de contar, que con ser
este fuego de Dios tan vehemente consumidor, que con mayor facilidad consumiría
mil mundos que el fuego de acá una raspa de lino, no consuma y acabe el alma en
quien arde esta manera, ni menos le dé pesadumbre alguna, sino que antes a la
medida de la fuerza de amor la endiosa y deleita, abrasando y ardiendo en él
suavemente. Y esto es así por la pureza y perfección del espíritu con que arde
en el Espíritu Santo, como acaeció en los Actos de los Apóstoles (2,3), donde,
viniendo este fuego con grande vehemencia, abrazó a los discípulos, los cuales,
como dice San Gregorio, interiormente ardieron en amor suavemente. Y
esto es lo que da a entender la Iglesia, cuando dice al mismo propósito: Vino
fuego del cielo, no quemando, sino resplandeciendo; no consumiendo, sino
alumbrando. Porque en estas comunicaciones, como el fin de Dios es
engrandecer al alma, no la fatiga y apriétala, sino ensánchala y deléitala; no
le oacurece y enceniza como el fuego hace al carbón, sino clarifícala y
enriquécela; que por eso le dice ella cauterio suave.
4
/ Y así, la dichosa alma que por grande ventura a este cauterio llega todo lo
le sabe, todo le gusta, todo lo que quiere hacer y se prospera, y ninguno
prevalece delante de ella, nada le toca. Porque esta alma es de quien dice el
Apóstol: El espiritual todo lo juzga, y de ninguno es juzgado, etc. (1
Cor. 2,15). El espíritu todo lo rastrea, hasta los profundos de Dios (ibíd.,
2,10). Porque esta es la propiedad del amor: es escudriñar todos los bienes del
Amado.
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