martes

JORGE LIBERATI / LA HISTORIA EN LA RUECA - Especial para elMontevideano


Quien suponga que al nacer encontramos todo hecho ya, se equivoca. La ciudad con sus edificios y letreros, la gente que camina por las veredas como sonámbula, los raudos automóviles y ruidosos autobuses, los comercios, los árboles del ornato que procuran renovar el aire, el lago que parece refrescarlo en el parque, y por la noche las luces multicolores. Todo parece encontrarse ya dispuesto y esperándonos, pero es sólo fenómeno, simulación, irrealidad. Para llegar al mundo y formar parte de él hay un largo peregrinaje. La vida de cada uno es una inmensa rueca en la que se hilvana la propia historia y con ella la de la humanidad entera. Fuera de la ciudad se capta más fácilmente esta ilusión, puesto que no hay nada para adquirir y apropiar, nada para usar que no sea el pasto para sentarse y descansar, la playa para distenderse y soñar, la lejanía para proyectar la mirada, el rumor del viento y el canto de algún ave que llega delicadamente al oído.

Sin embargo, no nos procuramos el alimento, nos lo dan, y también el abrigo, la habitación, la educación, la salud. Están allí los juegos para los niños, el estudio para los jóvenes, el empleo para ganarnos la vida, las tiendas para comprar lo necesario. Están las ideas para pensar, las leyes para organizarnos, el arte para sentir, la tradición para comportarnos, los gustos, las modas, las preferencias. Al alcance de la mano está el agua, la electricidad, el combustible, el frío o el calor. No es una ilusión; es una irrecusable realidad. ¿Cómo que no encontramos nada hecho? En verdad, no está todo hecho, porque debemos aprender a insertarnos en ese mundo ya dispuesto y en marcha. No traemos con nosotros las habilidades para gozar de los bienes de la civilización, por lo que nos es preciso aprenderlas. Asimismo, aprender a arreglárnoslas si algunos de esos bienes por alguna razón no nos llegan o se nos niegan.

El estar todo hecho es nada si no se sabe qué hacer con ello. Respecto a todo lo que hay, y aunque casi no nos demos cuenta porque en eso consiste vivir, es imprescindible cursar el proceso de aprendizaje respectivo. En cuanto a lo que no hay, o a lo que está y resulta esquivo, es forzosa una aplicación severa y difícil, porque requiere de toda la voluntad, de la inteligencia espontánea y hasta del ingenio y las aptitudes de cada uno. De niño, de joven, de adulto, de viejo el ser humano enfrenta lo que hay y lo que no hay, y en cada etapa topa con el desafío de manejarse con lo ya hecho y de desempeñarse cuando no encuentra nada ya dispuesto. Y, como hay de las dos clases de cosas, tiene que apelar a su buen saber y entender para desempeñarse con felicidad y salvar los obstáculos.

También se encuentran ya inventadas las formas del adiestramiento y del aprendizaje; también ya generalizados los medios y métodos de adquirir las habilidades respectivas, las inteligencias adecuadas, las destrezas y hasta las artimañas para volverse idóneo en el manejo, uso, adquisición, apropiación, explotación de beneficios de lo que existe y de lo que inventamos. Ahí está la educación formal. Sin embargo, a menudo nos quedaremos en blanco, sin nada a qué apelar, sin tradición ni civilización que nos guíe en cantidad de asuntos y problemas. Y no sólo tendremos que inventar y construir lo que no está hecho sino, también, concebir la mejor manera de usarlo y aplicarlo y llegar a resolver problemas inesperados. Porque no todo ha sido advertido y previsto, ni siquiera en el mundo de la ciencia y de las técnicas de predicción más avanzadas y eficientes. Una floja pedagogía presume hoy sólo una clase de asunto embalsamado a enfrentar, un devenir congelado que puede asumirse con una receta fija, de alcance limitado, porque presupone un futuro de carácter mecánico.

La gran civilización humana, erigida a través de una historia plena de encrucijadas y peripecias, con frecuencia no puede asistir como es debido a un insignificante ser humano, corto en historia propia y carente casi de memoria cultural. No hay civilización que valga si ese ser no comprende la indefectible esencia de la civilización, el aspecto invisible y delicado en el que descansa su descomunal sistema, que no es un “artefacto” para usar. Ni milagro ni tecnología de punta, la verdadera dádiva de la civilización consiste en saber recrearla en uno mismo, a partir de los recursos de la propia personalidad, la cual hay que renovar a cada instante, alimentar y procurar que se supere en cada instancia de vida, sea de espacio o de tiempo. No habrá civilización si no se descubre el secreto de su grandeza y de su historia universal, si no se capta la necesidad de recrearla en cada aspecto, político, espiritual, práctico, social, emocional, moral, religioso, científico, y en cada una de las personas

Si el desarrollo de la humanidad deja de hilvanarse en la rueca de cada uno, si deja de reinventarse y renovarse en cada individualidad, confiado en que existe por sí mismo, por obra de una prestidigitación maravillosa que se libera y establece como realidad social independiente, de la que cualquiera puede adueñarse, se termina el milagro de la civilización. En la época actual no ha sido bien advertido este riesgo y se ha confiado más en el orden establecido en que los humanos, despersonalizados y sin rumbo fijo, entran a formar parte de un simple mecanismo antes que de la sociedad en plenitud. El grueso de los rasgos posmodernos apunta a esta figura inapresable y blanda, fácil trofeo, maleable y decadente de los absolutismos políticos y publicitarios. El miedo a incurrir en el individualismo, por confundir ego con egoísmo, es una de las causas de esta enorme desviación de la cultura subjetiva, de este vicio que ha convertido en masa a millones de espíritus verdaderos, y que seguirá convirtiendo a jóvenes desprevenidos e incautos por una grave falla en la enseñanza formal y familiar.

Un camino para corregir este vacío cada vez más notorio es el de dejar de subestimar a la subjetividad, sin que resulte en detrimento de la objetividad. Reconocer su fundamental gestión en la mente de cada sujeto, pues es allí donde se genera la obra de la conciencia creadora, única capaz de recrear la civilización en el pensamiento y el sentir. Remitir la tan venerada función de la objetividad a la razón y la ciencia, y permitir que la metafísica invada sin miramientos ni prejuicios la vida cotidiana y los sentimientos comunes y corrientes. Puesto que tales sentimientos, emociones, pareceres, opiniones, gustos e inclinaciones, valoraciones y moralidades, ¡son producto de nuestra vieja y querida metafísica!

Un producto que escapa a la física de todos los días, de las experimentaciones y ecuaciones, la física objetiva que rige la razón, pero no dirige la cultura ni las aspiraciones. Pues la razón se remite a la experiencia de cada circunstancia, de cada medición y comprobación experimental. Pero la cultura se remite a la experiencia que ha quedado impresa en la subjetividad, libre de espacios y tiempos y enriquecida por la imaginación y la ilusión. Quizá nunca se insistió tanto como en nuestra época en negarle su lugar a la fantasía, a la esperanza, a la figuración. El devolver el poder de crear figuras propias y nuevas, de disponer a gusto sus fronteras, el de volverlas permeables o impermeables de acuerdo a como cada persona desee y necesite, es la misión actual de la educación. No sólo la de ajustarse a la más fiera de las objetividades, de la física inmediata y práctica que puede atenderse como acompañamiento. Hace falta devolver al individuo su capacidad de soñar, aunque no se vea con claridad qué va a ser del futuro, se ignore cómo se perfilará el destino laboral y el empleo, cuál profesión o función definitivamente se adueñará de cada individuo. Es preciso volver a la metafísica personal, a depositar toda la fe en el interior subjetivo. 

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+