Dos exposiciones recorren la obra de una de las fotógrafas europeas más
aclamadas del momento, definida por el uso del autorretrato
Tras veinte años
posando para ella misma, llegó el día en que Elina Brotherus (Helsinki,
Finlandia, 1972) tuvo que enfrentarse a un dilema: “¿Qué hacer frente a la
cámara?”. La solución la encontró volviendo la vista atrás a la reciente historia
del arte: al provocador laboratorio artístico, pionero del performance y del arte conceptual, conocido como
Fluxus, que en plena efervescencia contestataria de principios de los sesenta
retomó las cuestiones sobre el estatus de la obra de arte, el papel del
artista, o el arte como institución. La fotógrafa tomó como inspiración
los event scores (guiones de una acción o performance, con instrucciones para que cualquier
persona pueda llevarlo a cabo), además de otro tipo de directrices escritas por
artistas contemporáneos que explican cómo ejecutar una pieza.
Interpretados por
la artista a través de la fotografía y el vídeo, estos acontecimientos han
quedado agrupados bajo el nombre de Playground (Patio de recreo).
Pueden verse en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, dentro de la
sección oficial de PHotoEspaña, que bajo el término ¿Déjà vu? incluye a
autores que “se refieren o que se apoyan en las tradiciones e ideas del pasado
para crear obras que son completamente relevantes para nuestros días”, tal y
cómo ha destacado Susan Bright, su comisaria. Al tiempo la galería Cámara Oscura dedica a la
autora escandinava una mirada retrospectiva bajo el título A New Sense of Order (Un nuevo sentido del orden).
La idea de Playground surgió en 2016, cuando la fotógrafa de
adentró en la colección de René Block, un influyente galerista y comisario que
ha trabajado con la mayoría de los artistas de
Fluxus. El concepto del event score, inventado
por el artista conceptual y compositor George Brecht, da pie a
cualquier interpretación de la obra, por cualquier persona y en cualquier
lugar. “Activo la pieza de la manera que mejor se adecúa a mi calidad
creativa”, explica la fotógrafa. “Las instrucciones están suficientemente
abiertas; aunque proponen algo preciso. Me permite ser creativa sin tener que
inventar todo, de la A a la Z. Lo que más me atrajo fue su carácter tan
divertido como raro, la forma en la que la poesía se mezcla con lo extraño
dentro del espíritu del dadaísmo y del surrealismo”. El proyecto obtuvo el
premio Carte Blanche de PMU en 2017 y fue expuesto en el Centro Pompidou. En la
actualidad sigue trabajando en él.
Comenzó a hacer
autorretratos siendo aún una estudiante de arte. “Hacía poco que había
terminado mis estudios de química, y mi primer matrimonio se había roto. Fue
una época de gran liberación, en todos los sentidos, y me propuse hacerlo
visible en mi arte”. Así, a lo largo de su trayectoria su obra alterna entre lo
autobiográfico y un acercamiento a la historia del arte. Incide en temas como
la relación entre el artista y la modelo, o el estudio de la figura dentro del
paisaje, todo ello mediado por una experiencia subjetiva. “Debo reconocer que
la obra se inspira en la vida”, afirma. “Durante los siguientes diez años, hice
otras cosas. Me interesé por la pintura, por la forma en la que los artistas
miran a sus modelos y por cómo esta queda representada en una obra. Yo misma
era mi modelo, pero las fotografías no reflejaban lo que sucedía entonces en mi
vida. Era una hacedora de imágenes que trataba con lo formal, con temas
visuales que además se relacionaban con la historia del arte”.
La vida se fue
complicando para la fotógrafa a medida que se acercaba a la cuarentena, y la
parte biográfica se fue introduciendo nuevamente en su obra. “No fue algo
premeditado, pero tampoco hice nada por evitarlo. Esta ha sido mi estrategia
como artista: aceptar las imágenes que deben materializarse”. Detrás de cada
pieza autobiográfica se esconden las razones personales de la autora al tiempo
que invita al espectador a reconocerse en las emociones que suscita la obra,
bien sean de soledad, de pérdida, de amor, de alegría o de esperanza. “El arte
funciona como un espejo, tiene la capacidad de resonar en quien lo observa,
dependiendo de lo que este viva en ese momento”, destaca. “Ese es el poder del
arte, transformar algo personal en algo que puede alcanzar a un gran número de personas”.
Así, una obra de arte es para la artista aquella “que interesa tanto por su
forma como por su contenido. Aquella que en una exposición llama la atención
desde la distancia. ¿Qué es eso? ¡Quiero verlo! Y al acercarse el observador
comprueba que la obra aún reserva otras capas de significado. Una buena
fotografía aguanta el paso del tiempo. Puedes vivir con ella, envejecer con
ella, cambia contigo, y siempre abre nuevas ventanas”.
En su obra la
presencia parece cobrar tanta importancia como la ausencia y la autora hace
juego de esta dualidad como una herramienta poderosa. De ahí, que en alguna de
las imágenes el rostro aparece cubierto. De esta forma, la imagen “se hace más
universal. La persona retratada pasa a representar a un ser humano en general,
no a una persona en específico”, señala la fotógrafa. “Una figura de espaldas a
la cámara ofrece una puerta de entrada al espectador. Es más fácil
identificarse con una figura anónima. La espalda es una invitación, mientras
que la cara podría suponer una confrontación. La mirada directa representa una
amenaza en la medida que el espectador no puede evitarla”.
El humor, lo
absurdo como vía para la reinterpretación del estatus del arte y del artista
está muy presente en la obra, y lleva al espectador a plantearse que el arte
también puede ser un juego. “A medida que me hago mayor, me tomo a mí misma
menos en serio”, afirma Brotherus. “El arte es la única ocupación que permite
al adulto seguir jugando. Por otra parte, si uno observa a los niños jugar verá
que es una actividad seria que requiere concentración. En este sentido, se
asemeja al proceso de la creación artística. Uno define las reglas del juego
preguntándose ¿qué pasa si...? y luego las sigue. Cuando esa persona en
cuestión es un artista, al resultado se le llama arte. Es como aquello que
decía Bruce Nauman en los
sesenta: “El arte es lo que un artista hace en su estudio”.
La historia del
arte es el otro eje a través del cual se articula su obra. “Los artistas no
creamos en un vacío”, apunta, “somos el último eslabón de una cadena de
tradición, y todo arte se relaciona con lo anterior de alguna manera u otra”.
Dice haber ido “coleccionando un banco iconográfico en la cabeza” que
subsecuentemente ha utilizado en series como The New Painting (2000-2004), Model Studies (2002-2008), Artists at Work (2009) and Artist and her model (2005-2011), algunos ejemplos
de los cuales se pueden ver en la galería Cámara Oscura. Mientras, en Playground, las referencias aluden al arte de los
sesenta y setenta. Así, no encontramos con guiños a Fluxus, John Baldessari, las vanguardias
feministas, a la poesía contemporánea o al artista vienes contemporáneo Erwin
Wurm.
Utiliza el vídeo de
la misma forma que la fotografía y con frecuencia ejecuta ambas versiones de
una pieza con el fin de decidir más tarde cuál utilizar. En Playground la comisaria optó por utilizar
ambas versiones en varias ocasiones. “No se muestran de forma simultánea. Al
ver el vídeo uno puede experimentar un déjà vu y tiene
la oportunidad de volver a la fotografía y comparar”, explica la artista. Las
distintas disciplinas ejercen efectos muy diferentes. “Estamos muy
acostumbrados a ver desnudos en pintura, lo mismo pasa con la fotografía.
Mientras que un desnudo en un vídeo puede resultar mucho más inquietante,
sorprendente o incluso extraño dentro de su realismo”. Su obra parece estar
controlada hasta el mínimo detalle sin embargo afirma que su “proceso es muy
intuitivo. Cualquier cosa puede ocurrir. No sé muy bien que es lo que busco,
simplemente improviso. Aunque debo admitir que soy rigurosa en la composición y
en la edición”.
Describe Playground como una “maravillosa salpicadura de
obra reciente; divertida, colorida, loca, y experimental; la muestra de una
mujer liberada”. Dice ser cada vez más consciente de la infrarrepresentación de
la mujer en el arte. “Su presencia alcanza un 60% en las escuelas de arte, pero
solo un pequeño porcentaje dentro de las exposiciones de los principales
museos. De esta forma, obtenemos una imagen reducida del mundo”, señala. “Me
sorprendió leer que las estadísticas de la última edición de los Encuentros de Arles, uno de los
acontecimientos más relevantes del mundo de la fotografía, solamente un 20% de
las exposiciones estaban protagonizadas por mujeres. Debemos decirlo en alto:
esto no está bien”. Marie Docher, la activista francesa redactó una carta
abierta firmada por un gran número de hombres y mujeres y fue publicada en el
diario francés Libération acompañada
de una fotografía realizada por Brotherus. “La carta nunca obtuvo contestación
pero me alegra comprobar su efecto: este año el porcentaje está prácticamente
equilibrado”.
(EL PAíS España / 8-6-2019)
(EL PAíS España / 8-6-2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario