por Jaime Ripa
A lo largo del
tiempo, Richard Louv (1949) ha oído, de boca de decenas de niños y niñas,
sutiles variaciones de la misma idea: "Me gusta jugar dentro de casa
porque es donde están todos los enchufes". Pronunciada por un chico de
nueve años, a Louv la frase se le quedó grabada. Sintetizaba el problema al que
había dedicado sus últimos treinta años: "Nuestros hijos y los hijos de
nuestros hijos son las generaciones más desconectadas de la naturaleza de la
historia", sostiene. Escritor, periodista y divulgador, el estadounidense
es una de las voces que más han aireado las consecuencias del deterioro de la
relación de los humanos con la tierra, hoy más tambaleante que nunca.
Autor de nueve
libros, entre ellos el recién traducido al castellano Los últimos niños del bosque (Capitán Swing), Louv
ha documentado los efectos negativos de esta carencia en la salud física y
psíquica de niños y adultos, un fenómeno bautizado por él mismo como déficit
por naturaleza. Hace casi una década, el asunto le llevó a recorrer el país
para indagar en los hábitos y costumbres de 3.000 familias. Con el material
compuso un fresco social que agitó conciencias y puso el debate de la
desnaturalización sobre la mesa. Ponente principal en la primera cumbre de
educación ambiental de la Casa Blanca, en la actualidad Louv encabeza el
movimiento Children & Nature Network, una organización que compila artículos científicos sobre este
vínculo al tiempo que trabaja por restablecerlo en las comunidades
estadounidenses.
El teléfono le
pilla recién llegado a una cabaña en medio de las montañas californianas, el
lugar donde terminará su siguiente libro. ¿Es por el silencio o por estar
rodeado de rocas y árboles? "Por las dos", afirma.
¿En qué consiste el
déficit por naturaleza?
Soy precavido con
la definición. Es una afección que no tiene diagnóstico médico. Quizá debería
tenerlo, pero no lo tiene aún. Lo que describe es algo que ocurre desde hace
años y que sentimos de manera difusa, indefinida. Aun no hemos dado con las
palabras adecuadas para contárnoslo a nosotros mismos. Pero es básicamente el
impacto que tiene en la salud física y mental el alejamiento del mundo natural.
No solo en los niños. También en los adultos.
¿Cuáles son los
efectos negativos de este alejamiento en la infancia?
Están los más
obvios: merma de la creatividad, de la capacidad de asombro, de los estímulos
físicos, de la facultad de aprender mediante la experiencia directa. Estos se
complementan con la ausencia de los efectos positivos que tiene el contacto con
el medio, de los que hay un cuerpo creciente de evidencias. Diversas
investigaciones lo relacionan con una reducción de los trastornos por déficit
de atención, del estrés y de la depresión. Incluso con un mejor desarrollo cognitivo. Además,
lógicamente, es un importante antídoto contra la obesidad. Recuerdo que hace
unos diez años había unos 20 estudios sobre el tema. Hoy hay más de 500.
¿Jugar en el campo puede
curar?
Evidentemente no es
la panacea para todo. Pero los niños que juegan libremente en el exterior
desarrollan más el sentido de cooperación, la imaginación, la introspección, la
reflexión. También el compañerismo y la igualdad porque la naturaleza no impone condicionantes. Yo aún mantengo
una sensación muy vívida de cuando era pequeño y paseaba entre los bosques
solo, con mis padres, con mi perro. Estas experiencias, trascendentales para
mí, siguen conmigo. Incluso ahora que esos bosques ya no existen.
El hombre del saco
es una metáfora que usted usa para hablar del miedo de padres y madres a dejar
a que sus hijos jueguen, por así decirlo, a su aire.
No puedo hablar
sobre España, pero el miedo ha crecido exponencialmente en los Estados Unidos.
Si ves la CNN o canales de 24 horas parece que están secuestrando a un niño en
cada esquina cuando en realidad el número de raptos ha decrecido en los últimos
años. Muchos padres quieren proteger a sus hijos con las mejores intenciones.
Pero inintencionadamente alimentamos un riesgo mayor en el futuro. Los niños
que se caen, que se embarran o que juegan en el campo estarán mejor capacitados
para lidiar con la vida cuando crezcan.
El sentido de
descubrimiento compartido entre padres e hijos es increíblemente importante
¿Qué pueden hacer
los padres para avivar esta relación?
[Risas] Tengo un
libro entero sobre ello. Hay cosas simples y efectivas. Así como apuntamos en
el calendario el partido de fútbol de nuestros hijos, también podemos apuntar
eventos naturales: un paseo, una excursión. Y ayuda no suponer que, como padre
o madre, uno sabe todo sobre la naturaleza. A veces es mejor no saber mucho y
experimentar algo por primera vez con tu hija. Recordemos que hoy hay al menos
una o dos generaciones que han tenido muy poca vida natural. El sentido de
descubrimiento compartido y de maravilla es increíblemente importante.
¿Y un director de
colegio?
Asegurarse de que
los alumnos dispongan de un espacio verde tranquilo y cercano. Un jardín, un
huerto de verduras, un lugar donde observar cómo las mariposas polinizan. Fomentar
la vida silvestre en los terrenos de la escuela. Disponer también lugares de
este tipo dentro del propio centro. Parte de esto tiene que ver con la
arquitectura y el uso del llamado diseño biofílico. Podemos construir
aulas y pasillos entremezclados con elementos naturales, un modelo con el que
se ha probado que el rendimiento escolar aumenta y disminuyen las enfermedades.
Tan solo la presencia de luz natural puede elevar las tasas de éxito escolar.
Usted habla de que
hemos dado por supuesto el vínculo con la tierra, de que lo hemos entendido
como algo sin fecha de caducidad. ¿Qué ha pasado?
Con especial
intensidad en la infancia, nunca en nuestra historia una especie había estado
tan desconectada de lo natural. Algunas de las causas son el mal diseño urbano,
la desaparición de especies de animales, plantas y hábitats y el miedo de
padres y madres a dejar que sus hijos jueguen solos por ahí. Pero el factor
principal es la popularización de la tecnología.
¿Cómo gestionar su
uso?
La respuesta es que
es difícil. Le cuento una historia. Una vez, en Cleveland, en un campamento de
verano, el director se me acercó y me enseñó una foto en su teléfono. Era la
imagen de un libro que un niño se había dejado olvidado. Al abrirlo vieron que
el niño había tallado las páginas exactamente con la forma de un iPhone. El
chico había pasado todo el tiempo en el campamento, al aire libre,
presuntamente leyendo. Pero en realidad, de una manera figurada, había estado
mirando un iPhone
No soy ni mucho
menos un ludita. No es el divorcio de la tecnología lo que va a
funcionar. De hecho, se me ocurren maneras de conjugarla con la experiencia
natural. No hablo de apps que digan
qué especie es una u otra. Hablo, por ejemplo, de algo tan simple como hacer
fotos con el móvil. Yo hago muchas fotos y tiendo a mirar con más cuidado, a
poner más atención en lo que me rodea.
Si un niño o niña
no tiene un contacto significativo con la naturaleza, ¿desarrollará cuando
crezca conciencia ambiental? ¿Se preocupará por cosas como el cambio climático?
Es una cuestión
interesante. Cuanto más tecnológicas se vuelven nuestras vidas, más naturaleza
necesitamos en la ecuación. Es un asunto de tiempo y dinero. Por ejemplo, si
una escuela invierte X dólares en ordenadores y sistemas de realidad virtual,
tendría que invertir al menos otros X en potenciar experiencias reales en el
mundo real, particularmente en el mundo natural. Si hacemos esto los niños
estarán bien. Es un tema de equilibrio, no de prohibición.
No debemos hablar a
los niños muy pronto de la destrucción del planeta
¿Qué traje se
pondría usted para hablarle a un niño sobre lo que le sucede al planeta?
David Sobel, que
estudia el papel de la naturaleza en la educación, tiene un término que él
llama ecofobia. Ocurre cuando les decimos demasiado pronto a los niños que el mundo
está llegando a su fin, o cuando reciben demasiado pronto el mensaje sobre
el cambio climático, sobre la contaminación, sobre el
reciclaje. Esto no puede suceder antes de que experimenten la naturaleza para
bien y por ellos mismos. Si pasa, estaremos abonando el terreno para crear
adultos disociados de su entorno porque la idea les resulta demasiado dolorosa.
Mientras la naturaleza sea una abstracción los niños seguirán divirtiéndose con
ella. Hay estudios que muestran que los ciudadanos con una ética ambiental
desarrollada tuvieron algún tipo de epifanía natural cuando eran niños.
¿Somos entonces
demasiado apocalípticos?
En Estados Unidos
existe una cosa que se llama trampa distópica. En general, cuando una persona
piensa en el futuro evoca inmediatamente un universo parecido al que se nos muestra en Mad
Max, Blade Runner, Los juegos del hambre...
Inmediatamente. ¿Qué le pasa a una cultura que tiene tanta dificultad para
conjurar imágenes bonitas del futuro?
¿Qué opina de la
palabra sostenibilidad?
Sostener dice en el
fondo que las cosas seguirán así, que no empeorarán demasiado. La palabra no es
suficiente para hablar del futuro. Tenemos que hablar de escuelas ricas en
naturaleza, de barrios ricos en naturaleza, de una civilización rica en
naturaleza. Cuando interpelas en estos términos a la sociedad, la gente
visualiza con mayor facilidad imágenes concretas de cómo ayudar, de cómo
implicarse.
En 2050 el 70% de
la población vivirá en grandes ciudades...
Y desde 2008 más
personas viven en las urbes que en el campo. Una de dos: o seguimos perdiendo
la conexión con el mundo natural o concebimos un nuevo tipo de ciudad, una que
sirva de motor para la biodiversidad. Para bien no solo de nuestros propios
hijos, sino también para los hijos de todas las especies del planeta.
(EL PAÍS España/ 7-6-2018)
(EL PAÍS España/ 7-6-2018)
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