miércoles

EL TESORO DE RONALDINHO Terrorismo en Francia ‘98 (1) - Hugo Giovanetti Viola


1ª edición: Ediciones Caracol al Galope (Montevideo / 2000)
1ª edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes (2019)

para Sergio Viera

Y tú, ¡oh extremo del valor que puede desearse,
término de la humana gentileza, único remedio
de este fingido corazón que te adora!, ya que el
maligno encantador me persigue, y ha puesto
nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos
y no para otros ha mudado y transformado tu
sin igual hermosura y rostro en el de una labradora
pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en
algún vestigio, para hacerle aborrecible a tus ojos,
no dejes de mirarme blanda y amorosamente,
echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento
que a tu contrahecha hermosura hago la humildad
con que mi alma te adora.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA


SEÑAL DE AJUSTE

ISABELINO PENA es un detective privado que 1.50 y tiene más de 70 años: sus héroes inspiradores son Jesucristo, Don Quijote, Artigas, Obdulio Varela y Philip Marlowe, y durante cada una de sus “vidas breves” protagoniza una aventura ejemplar y digna del Hombre Nuevo que la humanidad está llamada a implantar en el cosmos. En El tesoro de Ronaldinho / Terrorismo en Francia ’98 el detective es contratado por el investigador literario ruso Mijail Bajtin para custodiar y testimoniar novelescamente el trabajo de una Patrulla del Gran Tiempo que intentará -en los dos días previos al comienzo de un campeonato mundial de fútbol- contrabandear una imagen virtual de la PAX-LUX INVENCIBLE Y ETERNA en las poluidas pantallitas de la TV del planeta. Varios integrantes de la Patrulla del Gran Tiempo como el propio Mijail Bajtin, W. A. Mozart, C. G. Jung, Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández son seguramente ya bastante conocidos por el lector, aunque sus diálogos pueden sobrevolarse igual que si nos llevaran de visita a un loquero: lo que importa en el seguimiento de esta novela es animarse a comulgar con el aguante y la garra diarios que necesitamos para sepultar los excrementos demoníacos y terminar de construir un mundo enamorado de la Gran Dimensión.

1

Isabelino Pena se instaló en la chambre 22 del hotel Stella y bajó hasta la place de La Sorbonne. Enseguida distingo a Wolgfang Amadé sentado en la terraza de un boliche, frente a una comparsa de hinchas escoceses que se dedican eufóricamente a levantarse las polleras para mostrar que no llevan calzoncillos.

-Salud, profeta -dijo el viejito que usaba gabardina y gacho detectivescos.

Mozart demora en abrir los ojos, y cuando me reconoce responde:

-Salud, Monsieur Le Privé. Tanto tiempo. Acompáñene con un rouge, por favor.

-¿Qué pasa? ¿No le gustan los culos de los escoceses? -señaló con su pipa vacía Isabelino Pena a los borrachos que ya empezaban a bajar por el Boul Mich.

-Ni siquiera los había visto -sonríe Mozart, y el atardecer rebrilla sobre su dentadura color llama.

-Ah. Pensé que cerraba los ojos para no ver tanta obscenidad.

-Obscenos son los filósofos que nos muestran las hemorroides de sus almas modernas -carcajeó el hombre empelucado.

Y cuando brindamos con el rouge baratieri de l’Escholier él señala hacia adentro y se decide a explicar:


-Antes de que usted llegara pasaron una canción asombrosa. El mozo dice que se llama Only you. ¿La conoce?

-Es un clásico negro norteamericano.

Entonces el hombre-niño volvió a prensar los párpados y desembuchó, acariciando el lomo resplandeciente de su peluca:

-¿Sabe que la belleza que había depositada en esa canción me hizo recordar los rostros de todas las infantas que me enamoraron en los salones y los jardines y los teatros del mundo hasta que me di cuenta que ese you no podía ser más nadie que el mismísimo Dios?

-Sólo Tú: depositado en las criaturas, las estrellas y el alma.

Mozart señaló la granulosidad crepuscular que ardía sobre La Sorbonne y agregó:

-Y unos minutos antes había visto pasar una nave con forma de gallo. Asombrosa, también. ¿Estará relacionada con este carnaval de Francia ’98?

-Cómo era el gallo.

-Blanco. Con la cresta muy roja y el pico abierto y muy cóncavo. Y en la terraza de conducción se distinguían los rulos voladores de una muchacha.

Entonces murmuro, erizado:

-Ese gallo no tiene nada que ver con el mundial de fútbol, aunque sí es muy probable que esté relacionado con la Brigada del Gran Tiempo. Después se lo explicó mejor. ¿Ve lo que estoy viendo en la última mesa?

-Sí -dijo Mozart. -Hoy había otros tres, idénticos. Tienen pinta de catedráticos. Esa es la verdadera obscenidad, Monsieur.

Lo curioso es que puedo creerlo: los tipos acaban de despegarse los rostros como quien se arranca una máscara de utilería y siguen conversando lo más campantes y clavándose los Gauloises en las calaveras.

-¿Sabe que siempre tuve la sensación de que la mayoría de los catedráticos son así? -levantó un brazo el hombre-niño para llamar al mozo. -Y sobre todo aquí en París. El día que enterramos a mamá me parecía ver esqueletos escondidos por todas partes. Era peor que cualquier peste negra.

El mozo nos llena las copas y Amadé le pregunta tímidamente si podrían repetir Only you.

-Es música programada -se adelantó a explicar Isabelino Pena. -Ellos la sintonizan, solamente.

El profeta hace fondo blanco y se queda contemplando con ojos muy ahuevados el pedazo de cielo por donde pasó el gallo.

-¿Sabe que la carta que le escribió al abate Bullinger cuando murió su madrde es considerada una de las cumbres mundiales de la serenidad? -preguntó el detective.

-Y sin embargo la escribí casi con vanidad -sonríe Amadé, sin dejar de apuntar al terciopelo altísimo con el breve peñón de su nariz. -Igual que cuando me brotaba algún Andante capaz de hacerme festejar absolutamente todo.

-Bueno, yo tengo que volver al hotel -dijo el viejito, terminando su rouge y clavándose la pipa en su risa musgosa. -Ojo con los esqueletos. Esa barra es más brava que la hincada escocesa.

Pero él sigue espejando la cumbre de la tarde como si no escuchara.

2

Isabelino Pena encontró al dueño del Stella viendo un programa dedicado a Ronaldinho: el hombre bigotudo abandonó su mecedora con resignación y trató de sonreír.

-¿Pudo localizar a Mozart?

-Sí. Estaba en el el Escholier. Se quedó un rato más, totalmente volado.

Y de golpe tengo la sensación de que este tipo de sienes venosas podría llevar perfectamente una máscara sujetada por dos velcros a la calavera.

-Qué le pasa. Se puso blanco.

-Creo que fue el vino suelto. Y eso que duele 12 francos la copa.

-En París hay que pagar hasta el servicio de guillotinamiento -mimó una carcajadita el hotelero, mientras abría la libreta de registros. -A propósito: hoy me faltó apuntar el año de su muerte.

-1983. 27 de noviembre. En el Hospital Italiano de Montevideo.

-¿Este es su primer renacimiento? Curiosidad, nomás.

-No -me conmuevo frente al fulgor blindado de su desesperanza. -Y además no fue por cábala que le pedí la chambre 22.

-Me imaginé. Allí viene el jefe.

Bajtin abrió la puerta de la conserjería con los arcoirisados por la pantallita y después de unos segundos le advirtió a Ronaldo:

-Sos demasiado bueno. Te van a mandar a Siberia en cualquier momento.

Y me hace señas de que pase a su despacho improvisado en un cuchitril que da al patio interior.

-Ese canario es suyo? -preguntó el detective.

El suave hombre pulposo y destartalado termina de prender la pipa y me contrapregunta:

-¿Nunca oyó hablar de los canarios de oro de Klimovsk? Cantan muy poco, pero cuando cantan uno sea acuerda de que no hay nada muerto de nuna manera absoluta. Y de que cada sentido olvidado tendrá su fiesta de resurrección.

-Nada menos.

-Bueno -se le agrandó humosamente el ojo derecho a Bajtin. -Lo que iba a explicarle cuando nos interrumpieron eran dos asuntos bien diferenciados. Primero: su trabajo primordial en esta Brigada no va a ser el detectivesco. Lo que yo necesito es que usted escriba una novela sobre lo que nos pase aquí en París. Y no hablo de una crónica, por supuesto: le hablo de un cronotopo.

Qué disparate, pienso. Isabelino Pena prendió un Peter Stuyvesant y dijo:

-Supongo que usted ya sabe que fracasé escrbiendo el caso de la guitarra estrellada.

-Me imporra un real carámbano. Fracasar es lo humano. Y ya paso al punto dos: sólo usted puede saber que lo que nos proponemos en este caso es algo más que destellar una imagen simbólica del Gran Tiempo.

Y agarra el bastón y lo horizontaliza en dirección al pozo azul del patio para agregar:

-Tenemos que estar prontos para dar el zarpazo este miércoles de tarde: exactamente dentro de 44 horas. Y lo que nos proponemos es una operación terrorista, así como lo oye: contrabandear el sosiego del Gran Tiempo en la televisión del mundo entero. Amén.

El detective observó la jaula apenas alumbrada por el canario y demoró en suspirar.

-A sus órdenes, jefe.

Entonces siento que el ruso empieza a taladrarme con su empequeñecido y derrumbado ojo izquierdo cuando ordena, apuntándome con la pipa:

-Vaya a la chambre 9 y trate de que Onetti nos se emborrache demasiado antes de que aterrice el gallo.

Isabelino Pena aplastó el cigarrillo y se levantó con traviesa agilidad:

-¿No me va a preguntar de qué gallo le estoy hablando? -me picanea desde atrás, pero yo me hago el sordo y terminó de abrir la puerta que da a la conserjería chiflando el mejor Andante de Wolgfang Amadé.

3

Isabelino Pena avanzó ardillescamente y se frenó frente a la puerta entreabierta de la chambre 9. El humo que derrama hacia el corredor me obliga a atenazarme la nariz.

-La disección de La cara de la desgracia es muy fácil, por ejemplo -argumentó Jung, eufórico. -La infanta sorda es el espejismo del espíritu en jaque del héroe. Él no debe escuchar a la prostituta-sirena-madre que llega al bungalow a tratar de amortajarlo con la suciedad del mundo.

-Sí. Y yo estoy enamorado de mi mamá y blablabla. No me joda, herr. Please.

-Y usted no me diga herr porque con este mismo brazo que usé para cargar piedrones de la torre soy capaz de fracturarle la rodilla al Moisés. Y además no se haga el burro, Onetti. Usted sabe muy bien que yo no tengo nada que ver con los teoremas sexualistas freudianos.

-Bueno, no te enojés. Te digo che y no herr. Pero te aclaro que ni vos ni Freud me importan un carajo. Y eso que lo del Edipo es precioso.

-Siempre lo reconocí.

-Y lo tuyo del héroe sordo y el espíritu en jaque y el espejismo virginal no está nada mal, tampoco. Ya empecé a hablar con rima. Che: este vino te hace ver a Tata Dios acostándose con las nenas vestidas de comunión.

-Es de la reserva personal de Bollingen. Pero escuchá, escuchá.

-Escuchá escuchá, Rodríguez. Vos parecés el diablo del Paco Espínola, mi querido. Vamos a tomar vino tranquilos y a pensar que no hay muerte. La sagrada vita brevis. Bueno: abrí otra botellita y te escucho otro poco.

Lo terrible es que Onetti empieza desbanrracarse hacia la borrachera pero me sigo taponeando los estornudos porque me es imposible no escuchar el próximo round.

-La última antes de la cena -advirtió Jung.

Y enseguida des descorchar y servir fundamenta:

-El héroe se enamora ipso facto de la infanta porque todos los inocentes son sordos. No interesa demasiado que ella sea físicamente sorda. El problema es que después el macho comete el grave error de tratar de poseer a su espejismo femenino -como pasa en el noventa por ciento de los casos- y no abrigarse con la contemplación de la invencibilidad del justo que hay depositada en la infanta. Y -al contrario que Job- cuando les cae la maldición el héroe se resigna: se queda con la visión de su espíritu aniquilado y contaminado hasta por su propia voracidad nietzscheana y termina odiando a Dios, por supuesto.

Hubo un silencio compacto y después un ruido de yesquero hasta que Onetti contestó:

-Suena fenómeno, viejo. Ahora te pareceés a uno de esos obispos que eructan bufonadas con vuelo y enseguida te dan a besar el anillo para que no escarbes más en el asunto.

-No me pienso ofender.

-No, yo tampoco. Pero quiero aclararte que soy mucho menos miope que el pagado de Joyce, que andaba mostrándole a los amigos la liebre paralítica que le sacaste de la galera. Y además uno se pregunta: ¿esta disección tuya no es como si yo me hubiera tomado el trabajo de soñar hermosamente a la Virgen de los sordos y crucificar al sospechado hijo de la paloma en plena luz de El Bosque y después venís vos y me recitás mi propio apocalipsis como quien vende pororó?

Entonces la carcajada de Jung y mi catarata de estornudos resuenan al unísono y no tengo más remedio que meterme en la niebla tabacal de la chambre donde los hombres setentones -Onetti de piyama y Jung con mameluco- festejan ebriamente el empate.

-Sonamos. Cayó el Marlowe de Liliput -roncó Onetti, estirando la trompa hacia Isabelino Pena.

Y apenas termino de apelotonar el pañuelo sobre mi moco alérgico escuchamos gritar al Bigote desde la escalera:

-LO ESPERAN EN EL PATIO, MOINSIEUR LE PRIVÉ!!!!

4

Isabelino Pena llegó al patio cuando Bajtin y Mozart terminaban de subir la escalera de acceso a la nave. El gallo interoceánico es mucho más grande que un helicóptero, pero conserva el resplandor inofensivamente sedoso de un carro de carnaval.

-Mire que ya hay dos tripulantes que bajaron y anda por ahí atrás -le advirtió el hotelero al detective. -Un negro y un perrazo.

Entonces rodeo la nave y encuento al Papalote saqueando el rosal que sobrevuela la pila de bolsas de basura.

-Uruguayos campeones / de Américay y del mundo!!!! -berreó como un murguista Isabelino Pena. -¿Se acuerda de mí, jefe?

El Paplote clausura el gruñido del Lobo dándole una rosa-hueso y se cuelga la suya bajó el panamá antes de contestarme:

-No se olvida el payador / del manantial de un hermano / como no desprecia el llano / los besos del picaflor.

-Perdonen, caballeros -los interrumpió Bajtin, haciendo caer su sombra cabezona desde la terraza de conducción. -¿Qué les parece si dan por resucitado el diálogo patriótico y nos ayudan a elegir la inscripción en el altar?

El negro hace una señal para que nos adelantemos con el Bigote y yo tengo le sensación de que se va a escapar en cualquier momento, pero no me hago caso.

-Buenas y santas -saludó Felisberto Hernández al detective. -Y mire que también lo digo por la Hortensia. Pobrecita. Es un sueño de muchacha.

En el pico-terraza veo una de las altísimas muñecas que diseña Felisberto: está vestida de puta callejera, aunque una catarata de rulos color miel la corona de infancia.

-Probando -anunció Mozart. -Atención, caballeros.

Y apenas firuletea en un mini-piano de cola el Andante del concierto Nº 21 el techo empieza perlarse con la insondable frutalidad de unos grumos de pintura que parecen rezar: La siesta fue invadida por tus ojos de plata. / Cuando me desperté supe que aquel disfraz tenía dos corazones. / Y hoy vivo enamorado de un filón vaporoso.

-Cristo -hizo viborear una ceja Felisberto en dirección a Bajtin.

-Otra prueba, por favor -murmura el ruso, con el ojo derecho sobredorado.

Y esta vez el mensaje del óleo de Manuel Espínola Gómez sentenció: La suavísimamente visitante del sueño / me pobló media boca con tanta caridad / que me quedé velando la infusión de la luna.

-Mejor voy a buscar un destellador -se entusiasma el Bigote, y al rato lo escuchamos gritar por la ventana de la conserjería:

-JEFE: EL NEGRO Y EL PERRAZO NO APARECEN POR NINGÚN LADO!!!!

-Detective -dijo Bajtin. -A usted le hablan.

-Esto parece un partido de truco -me hace una trompita Felisberto. -Mírenme el frac, muchachos. Ya se estaba empezando a poner fosforecente.

El detective sacó la pipa vacía de su gabardina y subió hasta la conserjería con la tracción avasallante de un dibujo animado.

-Un quilombo -le pregunto al Bigote. -¿Existe algún quilombo de la vieja guardia en París?

-Claro. El de Yemanjá del Mar Dulce, en la rue Mouffetard.

-Deme la dirección. Por favor.

-¿Quiere que lo acompañe? Hace años que me consuelo con las sudamericanas. Soy como de la casa.

En ese momento Jung bajaba la escalera provocando un barullo de taconazos y carcajadas pantagruélicas.

-Este Onetti es un caso escopeta -toma vino de una botella polvorienta que me provoca envidia. -Juro que nunca vi una gárgola más enamorada de la Trinidad. Y eso que llevo décadas empujando montañas con la mano.

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