¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más
profundo centro;
pues ya no eres equiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este
dulce encuentro!
DECLARACIÓN (6)
14 /
Y así, en decir el alma aquí que la llama de amor hiere en su más profundo
centro, es decir, que cuanto alcanza la sustancia, virtud y fuerza del
alma, la hiere y embiste el Espíritu Santo. Lo cual dice, no porque quiera dar
a entender aquí que sea esta tan sustancial y enteramente como la beatífica
vista de Dios en la otra vida, porque, aunque el alma llegue en esta vida
mortal a tan alto estado de perfección como aquí va hablando, no llega ni puede
llegar a estado perfecto de gloria, aunque por ventura por vía de paso acaezca
hacerle Dios alguna merced semejante, pero dícelo para dar a entender la
copiosidad y abundancia de deleite y gloria que en esta manera de comunicación
en el Espíritu Santo siente. El cual deleite es tanto mayor y más tierno cuanto
más fuerte y sustancialmente está transformada y reconcentrada en Dios; que,
por ser tanto como a lo más a que en esta vida se puede llegar (aunque, como
decimos, no tan perfecto como en la otra), lo llama el más profundo centro.
Aunque, por ventura, el hábito de la caridad puede el alma tenerle en esta vida
tan perfecto como en la otra, mas no la operación ni el fruto; aunque el fruto
y la operación de amor crecen tanto de punto en este estado, que es muy
semejante al de la otra, tanto que, pareciéndole el alma ser así, osa decir lo
que solamente osa decir de la otra, es a saber: en el más profundo centro de
mi alma.
15 /
Y, porque las cosas raras y de las que hay poca experiencia, son más maravillosas
y menos creíbles, cual es lo que vamos diciendo del alma en este estado, no
dudo sino que algunas personas, no lo entendiendo por ciencia ni sabiéndolo por
experiencia o no lo creerán, o lo tendrán por demasía, o pensarán que no es
tanto como ello es en sí. Pero a todos estos yo respondo, que el Padre de
las lumbres (Iac. 1,17), cuya mano no es abreviada y con abundancia se
infunde sin aceptación de personas doquiera que halla lugar (como el rayo del
sol), mostrándose también él a ellos en los caminos y vías alegremente, no duda
ni tiene en poco tener sus deleites con los hijos de los hombres de
mancomún en la redondez de las tierras (Prov. 8,31). Y no es de tener
por increíble que a un alma ya examinada, probada y purgada en el fuego de
tribulaciones y trabajos y variedad de tentaciones, y hallada fiel en el amor,
deje de cumpirse en esta fiel alma en esta vida lo que el hijo de Dios
prometió, conviene a saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima
Trinidad en él y moraría de asiento en él (Io, 12,23); lo cual es
ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y
deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo y absorbiéndole el Padre poderosa
y fuertemente en el abrazo sabroso de su dulzura.
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