martes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (21)


EL TEATRO SAGRADO (4)

Sólo cuando un rito se pone a nuestro nivel nos sentimos calificados para intervenir: el conjunto de la música “pop” es una serie de rituales situados a un nivel al que tenemos acceso. El amplio y rico logro de Peter Hall en el ciclo shakespereano de “Las Guerras de las dos Rosas” abarcaba el asesinato, la política, la intriga, la guerra; el inquietante drama Afore Night Come, de David Rudkin, era un ritual de muerte; West Side Story, un ritual de violencia urbana; Genet crea rituales de esterilidad y degradación. En mi gira europea con Tito Andrónico, esta oscura obra de Shakespeare entró inmediatamente en el público debido a que contenía un ritual de derramamiento de sangre, reconocido como verdadero. Y esto nos lleva al núcleo de la controversia que estalló en Londres sobre lo que se calificaba como dirty plays (piezas sucias); se acusaba al teatro actual de revolcarse en el fango, se decía que en Shakespeare, en el gran arte clásico, un ojo está siempre puesto en las estrellas, que el rito del invierno engloba en cierto sentido el rito de la primavera. Creo que es verdad. En cierto aspecto estoy de todo corazón al lado de nuestros oponentes, pero no cuando veo lo que proponen. No buscan un teatro sagrado, no hablan de un teatro de milagros, sino de la obra domesticada en la cual “más elevado” sólo significa “más agradable”, donde ser noble sólo significa ser decoroso. Por desgracia, los finales felices y el optimismo no se pueden pedir como si se tratara de vino guardado en la bodega. Querámoslo o no, surgen de una fuente, y si fingimos que dicha fuente está al alcance de nuestra mano, seguiremos engañándonos con burdas imitaciones. Si reconocemos lo muy lejos que nos hemos desviado de cualquier cosa que tenga que ver con un teatro sagrado, podemos descartar de una vez para siempre el sueño de la vuelta, en un abrir y cerrar de ojos, de un hermoso teatro con tal de que unas cuantas personas lo intentaran con redoblado esfuerzo.

Más que nunca suspiramos por una experiencia que esté más allá de la monotonía cotidiana. Algunos la buscan en el jazz, en la música clásica, en la marihuana y en el LSD, En el teatro evitamos con timidez lo sagrado porque no sabemos qué podría ser: únicamente comprendemos que lo que se llama sagrado nos ha traicionado, y por el mismo motivo nos apartamos de lo que se llama poético. Los intentos hechos para revivir el drama poético han llevado con demasiada frecuencia a algo carente de vigor u oscuro. La poesía ha pasado a ser un término sin sentido, y su asociación con la música de la palabra, con la suavidad de los sonidos, son los restos de una tradición tennysoniana que, en cierto modo, se ha envuelto alrededor de Shakespeare, y de ahí que estemos condicionados por la idea de que una obra de teatro en verso se encuentra a medio camino entre la prosa y la ópera, no recitada ni cantada, si bien con una carga más elevada que la de la prosa, más elevada en contenido, en cierto modo más elevada en valor moral.

Todas las formas de arte sagrado han quedado destruidas por los valores burgueses, aunque esta clase de observación no ayuda a resolver el problema. Sería necio permitir que nuestra repulsa de las formas burguesas se convirtiera en repulsa de las necesidades comunes a todos los hombres: si existe todavía, mediante el teatro, la necesidad de un verdadero contacto con una invisibilidad sagrada, han de ser examinados de nuevo todos los posibles vehículos.

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