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DANTE, VIRGILIO Y BEATRIZ: TRES FIGURAS DE UNA TORMENTA EXISTENCIAL (2)



por Juan C. Sosa Azpurúa

Dante sufrió la incomprensión de la sociedad, en la cual no encontraba materializados sus ideales existenciales. Su espíritu chocaba con la rigidez eclesiástica, y soñaba con una nación donde el toscano fuera la lengua principal (nacional) y hubiera un solo territorio, gobernado con prudencia y sustentado con los valores auténticos del cristianismo. Al ser expatriado, sus raíces fueron arrancadas de tajo, y se vio expulsado a un mundo incierto, donde sus creencias tenían que ser replanteadas, incluyendo su entendimiento filosófico de la vida, sus sentimientos más íntimos, su concepción de todo. Se trataba de un hombre que había tenido poder, que logró escalar a las posiciones más altas, para luego caer abruptamente, viéndose sometido al escarnio público y al rechazo social. Fue una tormenta de vida que le puso en confrontación directa con su mundo conocido, abriendo grietas en su espíritu, a través de las cuales se colaron las sombras más siniestras.

Esta turbación espiritual, clamaba por un elixir que le recordara su humanidad y le hiciera sentir que podía ser salvado. Y Dante tenía en su corazón una imagen que podía ayudarlo.

A los nueve años conoció a una niña de su misma edad llamada Beatriz.  Dice en la Vita Nuova:

“Nueve veces desde mi nacimiento había vuelto el cielo de la luz al mismo punto casi, en cuanto a su propio giro, cuando apareció ante mis ojos, por vez primera, la gloriosa señora de mis pensamientos, a quien muchos, aun no sabiendo cómo se llamaba, llamaron Beatriz. Apareció vestida de novilísimo color rojo suave y honesto, ceñida y adornada de la guisa que a su edad juvenil convenía. En aquel punto, digo en verdad que el espíritu de la vida que mora en la secreta cámara del corazón, comenzó a temblar con tal fuerza hasta que en mis últimos pulsos latía horriblemente, y temblando dijo estas palabras Ecce Deus fortior me qui veniens dominabitur mihi”[3]

El poeta menciona dos ocasiones en que la presencia de Beatriz lo marca profundamente. Esa primera vez a los nueve años y otra nueve años después. El amor de Dante por Beatriz es, como el amor cortés, un amor prohibido. Beatriz se casó con Simón de Bardi, viudo y banquero muy acaudalado. Para Dante se trataba de un amor inalcanzable, que desde el primer momento idealizó, bajo los parámetros de su poesía stil novesca.

Dante se casó con Gema Donatti, madre de sus tres hijos, y tuvo numerosas amantes. Pero su amor silencioso por Beatriz le causaba grandes conflictos internos, llenándole de sentimientos culposos. Luego, la muerte de Folco Portinari, padre de Beatriz, le deja una grave impresión, provocándole una reflexión, que fue la génesis de la Divina Comedia:

“Necesariamente sucederá que Beatriz se muera alguna vez. Comencé a sufrir como una persona frenética y a imaginarla de esta manera: en un principio aparecieron unos rostros de mujeres desmelenados que me decían: ‘También tú morirás’. Y después de esas mujeres apareciéronme unos rostros de horrible aspecto, los cuales me decían: ‘Tú estás muerto’… Me parecía ver que había unas mujeres que iban desmelenadas por una calle maravillosamente triste, y parecíame que el sol se oscurecía y que las estrellas mostraban un color que me hacían creer que lloraban; y parecíame que los pájaros que volaban por el aire caían muertos y que nos espantaban grandísimos terremotos. Muy maravillado de semejante fantasía y con mucho espanto se me ocurrió que un amigo veníame a decir: ‘Qué ¿no lo sabes? Tu admirable dama ya ha salido de este mundo…’ Yo imaginaba que miraba el cielo, y me parecía ver multitud de ángeles, los cuales volvían hacia arriba y tenían ante ellos una nubecilla blanquísima… Entonces me parecía que el corazón donde había tanto amor me dijese: ‘Es verdad que muerta yace tu señora”[4].

El viaje existencial de Dante es una mezcla de sensaciones tormentosas, que lo empujaron a lo más profundo de su mente, donde encontró que sus creencias eran expulsadas por un volcán de confusión. Sus convicciones espirituales chocaban con la Iglesia Católica; los ideales políticos le fueron frustrados por su caída estrepitosa al oprobio de la deshonra, provocándole un exilio obligatorio que le arrancó sus raíces. Su fidelidad conyugal se ponía en entredicho por ese amor prohibido que anidaba en su corazón. Todo lo que sostenía su vida conocida hasta ese momento se volvió pedazos, y Dante quedó flotando en un vacío existencial frío y oscuro.

Beatriz, su imagen y las fantasías que le inspira, generan en él un ansia de trascendencia. Busca alguna luz externa que ilumine su intelecto, oscurecido por la pesadumbre. En ese limbo se conectó arquetípicamente con aquellos viajes de Ulises y Eneas que representaron una odisea espiritual, donde estos héroes sufrieron el infierno para lograr que sus almas mancilladas pudieran generar soplos liberadores; un final donde la honra regresa al hogar, y el hombre se regenera en todas sus dimensiones psíquico espirituales.  Pero se necesita, a los ojos del poeta, no solo el viaje, también la presencia del ángel redentor, la donna angelicata.

Notas
[3] He aquí un Dios más fuerte que yo, el cual viniendo me dominará.

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