lunes

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (14)


5 (1)

“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS

Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (2)

Madre, una ironía de ironías

Quizás sea una peculiaridad absoluta de la naturaleza humana tratar de diluir y / o negar la masacre al por mayor de personas, la destrucción de culturas, después del hecho. Como los que niegan el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial, en Armenia, en Camboya, el asesinato de las tribus masurias y suabas, y lo que se hizo a los kurdos y varios cientos más, hoy hay quienes desean borrar la memoria de esta invasión a sangre fría de las Américas y en consecuencia renombrar el mal como “bien”.

Pero en nuestro propio tiempo, mirando la destrucción de Zimbabue por el dictador Robert Mugabe; la ruina de Birmania por el dictador Than Shwe; el horror de las colonizaciones en Haití por los invasores y luego el vil saqueo perpetrado por los dictadores Papa Doc, Baby Doc Duvalier y su exesposa Michèle Bennett; al ver en nuestra época otras tierras y pueblos casi completamente destruidos, hemos atestiguado de primera mano en nuestros días, corroborado con ojos bien abiertos, que solo se necesita un puñado de matones para abrumar y dañar a literalmente millones.

Conociendo así la realidad de la “peor bajeza” de la naturaleza humana, somos claros testigos en nuestros propios tiempos de las predecibles tretas terroristas usadas por los dictadores para aplastar y conquistar, los asesinatos gratuitos de las almas que intentan proteger la verdad y la inocencia, su avaricia sin oposición por el lucro y la esclavización de otros seres humanos. Los viejos relatos sobre los actos terroríficos y los propósitos reales detrás de la conquista de las Américas deben permanecer como un conjunto brutal de historias atroces y verdaderas.

La redención de los males severos no viene de blanquear la merde, el excremento, sino de levantar la fuerza vital, levantarla y sacarla del lodo, el dolor y la sangre, para que pueda brillar verdaderamente de nuevo y cantarse en forma propia y reverente, cueste lo que cueste.

La Santa Madre y el Pueblo Santo fueron despuestos en la Conquista, pero ahora se ven en iglesias modernas por toda América aunque con nuevos nombres, muchos distintos de los ancestrales. Cuando fui a Cholula en la década de 1960, mucha gente, como en otros lugares reconocía a la Madre por nombres viejos, nombres nuevos, por cualquier nombre, en realidad, como su amada Mujer Santa. La conocían porque la conocen, sin importar el rostro que pinten encima, sin importar el apodo.

Hay otra forma en que la gente mantuvo vivos a la Madre y al Pueblo Santo en su memoria en medio de la invasión. Curiosamente, la Conquista desarrolla un rasgo específico en los pequeños grupos agresivos decididos a someter a un pueblo; con frecuencia se desata un “frenesí de construcción de edificios””. Los invasores buscan sobrescribir la cultura existente, de modo que los ideales icónicos de la gente supuestamente se borren, se olviden, y los valores de los conquistadores sean los únicos visibles.

Hemos visto esto en nuestra era en varios países, más notablemente en el frenesí por construir edificios en la Alemania bajo Hitler, en Rumania bajo Ceausescu, la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. En cada uno de estos lugares se vio cómo un grupo pequeño o una sola persona ordenaba enormes demoliciones de formas culturales de vida vigentes, por ejemplo incendiando, inundando, desmantelando granjas, tierras agrícolas y equipo, llevándose y matando ganado.

Estas demoliciones obligaban a migraciones masivas de pueblos agrícolas a las ciudades para vivir en rascacielos cuadrados de concreto sin un pozo central ni un río. Se derribaron santuarios venerables y hermosas formas construidas por culturas más antiguas, reemplazándolas con lo que se consideraban los edificios más importantes del “Estado”, con la intención de glorificar una idea limitada o una persona.

Los invasores en México y las Américas también obligaron a trabajar a los indígenas que quedaban, forzándolos a demoler sus templos sagrados, estatuas emblemáticas, frescos y estelas. Esto incluía ordenar a los trabajadores esclavos que destrozaran millones de santuarios, templos, estatuas y figuras pintadas de la Madre, y representaciones artísticas de sus múltiples dones a todos los seres humanos.

A los trabajadores de les ordenó que, encima de esos sitios exactos y lugares sagrados antiguos, construyeran los extravagantes palacios y edificios que los invasores quisieran, y que crearan estatuas que reflejaran rostros europeos en lugar de las caras del pueblo.

Hoy existe una dulce ironía en esto, la cual debe hacer que la Madre Santísima sonría sutilmente: en la mayoría de las miles de iglesias construidas en épocas de la Conquista con el trabajo de esclavos, uno puede ver cómo se alzan sus muros, sí. Pero las raíces, las piedras mismas de los cimientos -que con frecuencia se alzan cinco o diez metros más arriba del suelo y tienen metros de profundidad- son justo los mismos cimientos colocados para la Madre y su Familia, para sus templos y santuarios.

Estos cimientos de piedra fueron colocados con hermosa precisión por el Pueblo Santo nahua, muchos antes de que los conquistadores se tropezaran con las Américas.

Por eso la Madre en todos esos siglos desde la Conquista permaneció en la base de cientos de miles de iglesias levantadas en todo el territorio de las Américas: la Santa Madre sigue siendo un cimiento, la raíz misma de lo que yace encima.

La mayoría de los observadores no se dan cuenta de que mucho antes de la Conquista el pueblo azteca, los mayas, los incas, todos construían nuevas pirámides encima de pirámides viejas, una táctica de ingeniería aparentemente lógica para la estabilidad de estructuras tan altas.

Solo que los ancianos con los que hablé en estos lugares revelaron que, aunque también tenía que ver con la ingeniería, el propósito real de construir sobre otros edificios en los viejos tiempos era para honrar “los pies”; es decir, para venerar que lo “nuevo” nunca se pone encima: crece desde la raíz de lo Santo.

Así se puede apreciar que miles de iglesias de la Conquista no “cubren” exactamente, sino que están sostenidas, abrazadas por la Madre Santa, por su raíz nutritiva.

Quizás puedan imaginarse a los que ordenaron los nuevos edificios pensando que eliminaban una cultura que entendían como ajena, mientras que los que construían creían que Nuestra Santa Madre es suficientemente vasta, suficientemente profunda, como albergar a ese nuevo edificio.

Quizás un antiguo capataz indígena, aunque él mismo también era un esclavo, convenció a un constructor español para que usara los viejos cimientos de los templos del Pueblo Santo. Quizás el constructor español accedió, viendo la ventaja manifiesta -la estabilidad- y el ideal detrás de ello; preservar valores ancestrales y la devoción a la Madre y su parentela al construir sobre su fuerza.

A pesar de todo, los pueblos de las Américas mantuvieron viva a la Santa Madre en los cimientos de los edificios más grandes, pues la gente comprendió que, al igual que con una planta, lo que más importa es la raigambre; lo que realmente sotiene, nutre, da apoyo a todo, es lo que está bajo tierra.

No importa qué o quién intente obstruir su paso, construya encima de Ella, la encierre detrás de un muro, Ella todavía está aquí. Todos los que tienen ojos para ver, la ven. Todos los que tienen oídos para escuchar, la escuchan.

Así es como esto fue benditamente predestinado.

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