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SER Y ESTAR - JORGE LIBERATI exclusivo para elMontevideano


Sabemos espontáneamente que somos. No lo sabemos por ningún conocimiento particular, intuitivo o especializado. Si hay algo de saber es pura creencia, quizá originada en el tacto. Nos llevamos las manos al rostro y lo tocamos, y al resto del cuerpo, y comprobamos que somos, que somos algo. Algo que está aquí, en el lugar que ese cuerpo ocupa. Al extender las manos tocamos cosas que sentimos fuera de nosotros, pero que también son, que son otros algos. Ese gesto elemental confirma ambas cosas, que somos y que estamos. Si se es, se está, y si se está se es. Ser y estar guardan una fuerte relación de reciprocidad, pero son conceptos que se estudian por separado: la filosofía se ocupa del ser; la ciencia se ocupa del estar. El ser es algo abstracto; el estar es algo concreto. Y la gramática, atenta a esas dualidades que se reflejan en el lenguaje, ha destinado dos verbos que difieren poco en significado y tienden a una unificación: ser y estar. El verbo es un asombroso invento que al flexionarse nos permite la expresión: soy, eres, es; estoy, estás, está.

Ser y estar es todo lo que sabemos. El resto son variaciones sobre el mismo tema, proposiciones, cosas a las cuales se atribuyen otras cosas, un número infinito de transformaciones que se aplican sobre otras transformaciones ya realizadas. Es así que se forman las creencias, el haber fundamental del cerebro humano, creencias sobre el mundo, el tiempo y el espacio, el universo, acerca de los seres que se pueden tocar y de los que no se pueden tocar, que están en un mundo o en otro, que tienen o no tienen algo, que pueden o no pueden, deben o no deben, se diría creencias acerca de todo. Es el haber del saber, que vulgarmente nos hace decir “es lo que hay”. Efectivamente, las creencias son lo que hay; luego, necesitamos crear, inventar, superar las creencias.

Ellas tienden a hacernos permanecer en lo concreto, en el estar, en el algo que es fácilmente perceptible y tocable. Por su parte, el ser escapa de los sentidos: es fluible y gaseoso como una nube. Por las creencias nos gusta estar en lo concreto. Pero, no se puede estar sin sentir por dentro, sin evitar que las creencias pujen por saltar sobre sí mismas, por modificarse y transformarse. El ser humano no puede permanecer en lo concreto sin que en algún momento se dispare su curiosidad y le haga caer en la duda. Se trata de una pequeña y silenciosa explosión que hace estallar la creencia en mil pedazos. Induce a volver de lo concreto, a retrotraerse a algo más abstracto, a valerse de algunos de los fragmentos del estallido que portan el germen del cambio: las ideas. Son piezas sueltas, provenientes de la explosión, que se liberan e interceptan todo, contactos, sentires, movimientos; invaden incluso ese gesto por el cual tocamos algo con las manos. Nos inducen a descreer, a disolver las creencias.

Pasamos, así, del simple estar al ser. Advertimos lo que no se ve a primera vista, lo que no se puede tocar con la mano, lo que apenas se “olfatea”, intuye o sospecha. El ser es el centro de atracción de nuestras dudas, el máximo misterio, el más original de los fenómenos que permanece por bajo de lo concreto, del estar ahí como está una persona, un gato, un árbol o una piedra. En el mismo nombre que nos distingue llevamos el misterio: ser humano. Pero, el interés por escapar de la estabilidad del estar para dinamizar las creencias y desarrollar las ideas presenta algunos problemas. Porque no todos creen de la misma manera, no todos son iguales, no todos están en el mismo mundo de creencias, no todos dudan con el interés que mueve a obtener ideas para superar las creencias, como dijimos. Hay de todo en “lo que hay”. Hay ideas sueltas omnipotentes, y no hay duda que las conmueva. La correspondencia entre ser y estar hace que surja así la desigualdad entre los seres, aunque les corresponda el mismo estar.

Nos sugieren, pues, que el conocimiento del ser es innecesario, inútil, inconducente en nuestra época; una cuestión propia de los antiguos griegos y de la mentalidad medieval. Toda la modernidad se caracteriza por posarse en el estar y dejar caer el ser. Pero el conocimiento del ser, explicar lo que somos, es lo que nos sacó de la superstición, de los dioses profanos y de los mitos ancestrales. Fuimos a buscarnos a nosotros mismos y encontramos que estamos en condiciones de superar las creencias fijas, aunque algunas pueden ser buenas. Nos desalientan si dudamos, si investigamos, si nos preocupamos por lo que somos. Nos aplauden si sólo estamos, si nos arrollamos en lo concreto y lo cuidamos y cultivamos.

Ser y estar entran de ese modo en conflicto. Se dejan de conjugar los verbos, lo que es esencial y lo que es circunstancial; lo que es creado y lo que es dado. El ser se nos queda en el tintero, lo que realmente somos, despojado del accesorio que recogemos por ahí y que se nos pega y adhiere como si fuera un parásito. Pero, en realidad, terminamos nosotros siendo el parásito. Desdeñamos lo que somos y elegimos lo que son otros, lo que es asequible y se puede obtener por medios fáciles; aquello con lo que topamos no bien amanecemos en el horizonte de la vida adulta y consciente, ávida, con toda razón, de aprendizaje, de experiencias sorprendentes e intuidas desde la adolescencia y la infancia. Y no nos damos cuenta de algo inherente a la condición humana: no somos lo otro, somos nosotros. Todos estamos de la misma manera en el mundo, aunque bajo diferentes condiciones y situaciones, pero no todos somos lo mismo.

Al desconocer que somos, que estamos aquí, en un aquí de entrecejo sañudo, ensimismados por el poderoso influjo de la apariencia, cegados por el aquí que ha barrido con la paz, con la esperanza, con la cultura, nos convertimos en objeto del puro azar. Terminamos habitando una “dimensión desconocida”, dimensión en la que, como en la otra, todo está, pero fuera de nuestra voluntad, porque hemos renunciado al estar que nos corresponde, exigente, demandador de esfuerzo, de pensamiento y conducta, de moral y voluntad. De modo que podemos conjugar el verbo ser y estar de la manera que se nos antoje: sea como ser, como lo que verdaderamente somos, sea como estar, en el que nos instalamos de tal forma que se puede hacer con nosotros lo que se quiera.

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