“Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana.”
“Todos no
se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o
cimbran en una tempestad…”
“Lo poco
que pueden todos, depende de lo mucho que algunos anhelan…”
“Y no se
nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere…”
“Los
idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los
oprimen. Resisten la tiranía del engranaje nivelador, aborrecen toda coacción,
sienten el peso de los honores con que se intenta domesticarlos y hacerlos
cómplices de los intereses creados, dóciles, maleables, solidarios, uniformes
en la común mediocridad. Las fuerzas conservadoras que componen el subsuelo
social pretenden amalgamar a los individuos, decapitándolos; detestan las
diferencias, aborrecen las excepciones, anatematizan al que se aparta en busca
de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme sus
odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables…”
“Las
existencias vegetativas no tienen biografía: en la historia de su sociedad sólo
vive el que deja rastros en las cosas o en los espíritus. La vida vale por el
uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que
cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal; las canas denuncian la
vejez, pero no dicen cuánta juventud la precedió…”
“Muchos
nacen; pocos viven…”
“El hombre
mediocre aspira a confundirse en los que le rodean; el original tiende a
diferenciarse de ellos”.
“En la
ostentación de lo mediocre reside la psicología de lo vulgar”.
“Heine
dijo: los charlatanes de la modestia son los peores de todos; y Goethe
sentenció: Solamente los bribones son modestos”.
(Sobre la
Maledicencia)
“Detestan a los que no pueden igualar, como si con sólo existir los ofendieran.
Sin alas para elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos: la exigüidad del propio
valimiento les induce a roer el mérito ajeno.
Clavan sus dientes en toda reputación que les humilla, sin sospechar que nunca
es más vil la conducta humana. Basta ese rasgo para distinguir al doméstico del
digno, al ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al villano del gentil
hombre. Los lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben
envenenar la vida ajena”.
“Los
maldicientes florecen doquiera: en los cenáculos, en los clubs, en las
academias, en las familias, en las profesiones, acosando a todos los que
perfilan alguna originalidad. Hablan a media voz, con recato, constantes en su
afán de taladrar la dicha ajena, sombrando a puñados la semilla de todas las
yerbas venenosas. La maledicencia es una serpiente que se insinúa en la conversación
de los envilecidos; sus vértebras son nombres propios, articuladas por los
verbos más equívocos del diccionario para arrastrar un cuerpo cuyas escamas son
calificativas pavorosos”.
“El
escritor mediocre es peor por su estilo que por su moral. Rasguña tímidamente a
los que envidia; en sus collonadas se nota la temperancia del miedo, como si le
erizaran los peligros de la responsabilidad. Abunda entre los malos escritores,
aunque no todos los mediocres consiguen serlo; muchos se limitan a ser terriblemente
aburridos, acosándonos con volúmenes que podrían terminar en el primer
párrafo”.
“El hombre
que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está ya viejo, irreparablemente…”
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