1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
Edición y prólogo: Hugo
Giovanetti Viola
PARTE 3
21
-Estas cosas pasan cuando
la gente se va a la gran ciudad -dijo papá. -Cuando queremos darnos cuenta de
las cosas, a uno se le termina por pudrir el alma.
-No fue el alma lo que se
le pudrió -dijo la abuela, desde la lucidez de sus ojos claros. -Fue la carne.
Por eso tiene la peste en la punta de los dedos.
La miré sorprendido. Era
evidente que ella sabía más de lo que yo nunca sabría.
-Se comenta que estaba
enfermo -murmuró mamá.
-Brujerías -chistó la
abuela. -Fue una brujería y de las buenas, porque ahora él puede pasarle la
peste a todo el que se le acerque.
-¿Y usted cómo sabe eso,
abuela?
-Hoy a mediodía, cuando
estaba parado esperándote ahí afuera, se le veía el aura negra. La marca de la
peste -subrayó, con los ojos enormes y todavía asustados. -Yo se la vi.
-¿Pero de qué peste me
está hablando? Si ni siquiera sabemos bien lo que pasó.
-No te olvides que está
todo escrito en el viento, Diogo.
Mamá me miraba con una
pena que yo no conocía.
-¿Habrán sufrido mucho?
-No, no creo. No había
señales de lucha, nada.
-¿Y Ángel? -preguntó
papá. -¿Nadie lo volvió a ver?
-No. No apareció más.
-Y nosotros también
estamos en peligro -preguntó mamá. -Porque si mató a toda la familia-
-No creo. Lo más seguro
es que esté escondido en algún lugar secreto, sintiéndose muy mal -escuché
golpear la puerta fiambrera contra el batiente de madera y de repente me cansé
de aquel diálogo.
-No te olvides que este
Ángel ya no es el mismo que conocías -seguía tratando de contenerse su mano
derecha la abuela.
Entonces sonó el teléfono
y aproveché para escaparme al living. Era Alzogaray.
-Disculpe la molestia,
Diogo. Pero la cosa está complicándose y no sé muy bien cómo actuar: no tengo
efectivos suficientes y ni siquiera se me ocurre por dónde empezar a buscar a
Ángel. A lo mejor usted puede ayudarme.
-Claro. ¿Pero qué es lo
que se está complicando?
-Hay un montón de gente
armada frente a la casa. Tendríamos que encontrarlo nosotros primero y mandarlo
preso a la capital. O a cualquier otro lado.
-¿Y le parece que lo van
a querer tener preso en algún lado cuando sepan lo que él puede hacer con las
manos?
-¿Los mató con las manos?
-Podría ser. Por lo menos
da la impresión de que los hubiera tocado, nada más.
-¿Y usted no tiene una
idea de dónde puede estar? Es su mejor amigo.
-Él conoce muy bien la
montaña. Y si quiere esconderse de verdad, va a ser difícil que alguien pueda
encontrarlo.
Y de golpe me paré y
agregué:
-Yo lo voy a buscar.
-¿Usted solo?
-Sí. Yo conozco bastante
bien algunos lugares. Y además tengo que tratar de ayudarlo, aunque sea muy
difícil.
Me dijo que quedaba a las
órdenes y colgó. Cuando estaba poniéndome las botas con suela de goma llegó
Miriam y papá nos dejó solos en el cuarto.
-¿Los viste? -preguntó,
temblando contra mí.
-Sí. Y hubiera querido no
tener que verlos.
-Yo sabía que ibas a
terminar yéndolo a buscar vos.
-Confiá en mí. Sé lo que
estoy haciendo.
Le besé el temblor de los
labios y la volví a abrazar.
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