miércoles

EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (38)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

Edición y prólogo: Hugo Giovanetti Viola


PARTE 3

21       


-Estas cosas pasan cuando la gente se va a la gran ciudad -dijo papá. -Cuando queremos darnos cuenta de las cosas, a uno se le termina por pudrir el alma.

-No fue el alma lo que se le pudrió -dijo la abuela, desde la lucidez de sus ojos claros. -Fue la carne. Por eso tiene la peste en la punta de los dedos.

La miré sorprendido. Era evidente que ella sabía más de lo que yo nunca sabría.

-Se comenta que estaba enfermo -murmuró mamá.

-Brujerías -chistó la abuela. -Fue una brujería y de las buenas, porque ahora él puede pasarle la peste a todo el que se le acerque.

-¿Y usted cómo sabe eso, abuela?

-Hoy a mediodía, cuando estaba parado esperándote ahí afuera, se le veía el aura negra. La marca de la peste -subrayó, con los ojos enormes y todavía asustados. -Yo se la vi.

-¿Pero de qué peste me está hablando? Si ni siquiera sabemos bien lo que pasó.

-No te olvides que está todo escrito en el viento, Diogo.

Mamá me miraba con una pena que yo no conocía.

-¿Habrán sufrido mucho?

-No, no creo. No había señales de lucha, nada.

-¿Y Ángel? -preguntó papá. -¿Nadie lo volvió a ver?

-No. No apareció más.

-Y nosotros también estamos en peligro -preguntó mamá. -Porque si mató a toda la familia-

-No creo. Lo más seguro es que esté escondido en algún lugar secreto, sintiéndose muy mal -escuché golpear la puerta fiambrera contra el batiente de madera y de repente me cansé de aquel diálogo.

-No te olvides que este Ángel ya no es el mismo que conocías -seguía tratando de contenerse su mano derecha la abuela.

Entonces sonó el teléfono y aproveché para escaparme al living. Era Alzogaray.

-Disculpe la molestia, Diogo. Pero la cosa está complicándose y no sé muy bien cómo actuar: no tengo efectivos suficientes y ni siquiera se me ocurre por dónde empezar a buscar a Ángel. A lo mejor usted puede ayudarme.

-Claro. ¿Pero qué es lo que se está complicando?

-Hay un montón de gente armada frente a la casa. Tendríamos que encontrarlo nosotros primero y mandarlo preso a la capital. O a cualquier otro lado.

-¿Y le parece que lo van a querer tener preso en algún lado cuando sepan lo que él puede hacer con las manos?

-¿Los mató con las manos?

-Podría ser. Por lo menos da la impresión de que los hubiera tocado, nada más.

-¿Y usted no tiene una idea de dónde puede estar? Es su mejor amigo.

-Él conoce muy bien la montaña. Y si quiere esconderse de verdad, va a ser difícil que alguien pueda encontrarlo.

Y de golpe me paré y agregué:

-Yo lo voy a buscar.

-¿Usted solo?

-Sí. Yo conozco bastante bien algunos lugares. Y además tengo que tratar de ayudarlo, aunque sea muy difícil.

Me dijo que quedaba a las órdenes y colgó. Cuando estaba poniéndome las botas con suela de goma llegó Miriam y papá nos dejó solos en el cuarto.

-¿Los viste? -preguntó, temblando contra mí.

-Sí. Y hubiera querido no tener que verlos.

-Yo sabía que ibas a terminar yéndolo a buscar vos.

-Confiá en mí. Sé lo que estoy haciendo.

Le besé el temblor de los labios y la volví a abrazar.

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