lunes

RICARDO AROCENA - EL GRITO / VERSIÓN COMPLETA Y DEFINITIVA (17)


(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)

EL GRITO III: CARMELA Y JOSÉ

CARMELA

José, m´hijo querido, últimamente lo veo inquieto, embroyado… Ayéguese, mocito, creo saber lo que le tá pasando. Acaba de cumplir diez años y es hora de que parlamentemos, por eso le pedí que me acompañe hoy domingo hasta el cementerio, adonde mi Cecilio y los padres de usté tán enterrados. Nunca le oculté sus verdaderos orígenes, pero lo he criado como a un hijo más, como me lo pidió Camila, cuando apenas de nacido lo entregó en mis brazos. Como puede comprobar, los tres sepulcros, el de su madre, el de Jacinto, su padre, y el de mi querido Cecilio, son vecinos. Juntitos estuvieron en vida y por eso jué mi deseo que juntos estén en la eternidad. ¡Si me parece que los siento, que en este momento nos abrazan…! He intentado que las malezas no los tapen…  Cuide usté que cuando acabe mi tiempo, me pueda reunir con eyos… Solo eso le pido. Como ya le conté, Camila murió acá en Capiya Nueva, en la casa adonde vivimos.  Su cuerpo no agüentó los húmedos calabozos de Montevideo, adonde la introdujeron las partidas peninsulares y adonde debió afrontar las tropelías que le impusieron por su condición de patriota oriental. Jué detenida mientras cruzaba las asperezas de Mahoma; la Negra Tomasa, que la había criado desde muy chica, jué testigo del atropeyo. Enseguida se ayegó hasta donde tábamos pa´ anoticiarnos y salir también eya a Montevideo. Cuando la quisimos detener nos gritó que sus urgencias habían yegado hasta último término, que iba a estar cerca de eya y que sobre los muros de Montevideo taban los laureles que prontamente habrían de coronar la frente de todos. Era tal su determinación que no insistimos. Al cabo de un par de meses, hacia fines de mayo de 1811, Camila jué expelida de aqueya ciudad, en globo, con un grupo de curas y unas familias, y recogida juera del portón por una partida de paisanos, entre los que taba Tomasa. Jacinto y eya la trujeron a Mercedes gracias a la humanidá del General Artigas. Jué en su homenaje que a usté lo bautizaron José. Camila taba muy débil y todos teníamos el desvelo de que pudiese abortar, porque taba en los meses mayores. Murió a poco de parir, en nuestra casa de Dacá. M´hijo querido, le debía esta historia, pa´ que aurita que empieza a hacerse mocito ricuerde adonde tan sus raíces y puedan florecer en su alma los más virtuosos sentimientos. Porque si algo debe quedarle claro, es que sus padres regaron la tierra con su sangre, por cumplir con su deber. No olvide eso nunca. ¿No dice nada? Mire a su madre Carmela que tanto lo quiere y no sea zonzo, no se ataje con su silencio, que no le voy a pedir nada que no pueda dar… Pese a ser tan joven no escapa a usté que la invasión de los portugos, que lo dominan todo, nos ha puesto en el precipicio de la temeridad y la locura. El veneno que lanzan contra la memoria de nuestros patriotas no es un rebozo y no podemos sino escandalizarnos de tanta insidia, por eso quiero que usté esté penetrado de todo lo ocurrido con su familia de origen, pa´ que pueda sostener con honor la defensa de eya y la de todos los que se batieron por la dulce causa. Por eya jué vertida mucha sangre, a la que, no lo olvide cuando se haga mozo, deberá honrar, siempre, siempre… No permita que envenenen su ricuerdo y aunque debemos precavernos mucho en estos tiempos por nuestra seguridá, no deje de escandalizarse de la insolencia con la quieren ocultar las fatigas del pasado. ¡Que en respuesta el odio y la execración marquen sus pasos…! No juimos bandidos, ni vagos, ni exaltados, como aurita repiten, simplemente juimos gente que un día despertó para sacudir el yugo pesado de una esclavitud vergonzosa. No había otra alternativa. Al igual que hoy, el negocio taba quieto, los frutos estancados, el vecindario era delatado y solamente se nos ofrecía confinaciones horrorosas y húmedos calabozos, como los que encerraron a Camila. Jué en estos pagos, querido mío, que comenzó el levantamiento de toda la campaña oriental, ayasito, por el Monte de Asencio. Cansado de humiyaciones, un grupo de vecinos decretó la libertad… Entre eyos taban Cecilio y Jacinto… Cuando Camila murió Jacinto quedó en Capiya Nueva, aun cuando la mayoría de las familias acompañó al General en la Redota. Quería estar cerca para protegernos, pero como era conocida su adicción a la justa causa, debió esconderse. Era famoso en todos los partidos, por haber andado de chasquero y bombero de los insurgentes, como en opinión general, había pocos o ninguno más ardiente y temible. Por ocurrencias políticas los habitantes quedamos en un compromiso muy amargo por la parte activa que tomamos por la libertad y resultamos expuestos a la saña de portugos y godos, tanto que a cualquier parte que deteníamos la vista, se divisaba sino la imagen de la persecución… El enemigo tuvo la viyandá de entrar robando y matando la campaña toda, Mercedes, Soriano, Gualeguay, Arroyo de la China, Viya de Belén, jueron teatro de sus iniquidades… Y Jacinto se sumó a un grupo de paisanos que por todos los medios intentó inutilizar los intentos del enemigo… Cuando podía escapaba hasta nuestro rancho pa´ verlo crecer a usté y matear con la Gringa y conmigo. Taba dispuesto a todo, a defender el suelo hasta morir… Una vez nos dijo, enojado, cuando le comentamos de las  tropelías contra los vecinos, que basta de pantomimas, que no había otro árbitro que el de las balas, que mejor que ardiera Troya. En otra de sus visitas nos cantó, lo ricuerdo como si juera hoy.., déjeme vichar los versos que le he tráido: “El que juera sarraceno/ si en esta América habita/ puede vivir con cuidado/ si la patria resucita…” Era un maestro en el canto yano, en el manejo de los instrumentos y versado en la solfa… Lo dejábamos solo con usté y su copla era más dulce que nunca… Pero las visitas lo perdieron. Una noche yegaron hasta las casas unos hombres armados, mientras taba con nosotros. Alguien lo había delatado. Le gritaron… ¡Gayardo, hijo de una gran puta, salí juera que hoy te van a comer los caranchos! Pelió con fiereza, pero cayó herido. Antes de morir nos dijo a la Gringa y a mí, algo que quiero que yeve en su pecho como un trono: nuestros hijos en los transportes de alegría dirán que la libertad que gozan es un legado del valor de sus padres y que nuestro brazo potente jué el que derribó la tiranía. Quería parlamentar esto con usté, mocito, para que no se pierda, pero también le traigo de ricuerdo, de su padre, para que las conserve, estas chupas de paño, con forro de caseriyo, esta camisa de lienzo, este armador de cera fina y estas bordonas de su guitarra, con las que deleitaba las fiestas. Y de su madre este peinetón, este abanico, estos zarciyos, este alfiletero y este Diario que yevaba, adonde anotó los alborotos que corrió en estos pagos, durante su jubilosa infancia y sus aventuras de moza. Esto es todo lo que le quiero decir… Y vamos aurita con Teresa y Felipe que han de tar conjundidos por nuestra larga ausencia y que no dejan de ser sus hermanos por la historia que le he contado. Todo lo contrario.


CARTA DE JOSÉ GALLARDO
BUENOS AIRES, 30 DE AGOSTO DE 1851

Querida madre Carmela. Aprovecho que viaja a Mercedes un conocido de ambos, para notificarle que esta noche salgo para Paraguay. Tengo la esperanza de encontrar en ese país a personas que hayan participado activamente de la gesta oriental, para entrevistarlos .Tal vez acierte con algún documento de ese período, pero además, puede que tenga la fortuna de encontrar a alguien que haya conocido a mis padres…  Siento que es algo que me debo… Dicen que cuando una persona cumple 40 años, entra en una etapa de balance… Y puede que sea eso lo que me está pasando, sobre todo en este momento, en que me veo en la necesidad de aclarar mis sentimientos. Es la única forma de poder seguir adelante, tanto en lo referente a mi vida social, como en lo que tiene que ver con lo más íntimo y personal. Me consta que Ud. está al tanto de que mi relacionamiento con quienes me rodean, y mi propia vida familiar están en crisis y me pregunto cada día si mis opciones fueron las correctas. Muchas veces dudo acerca de si cuando hace años viajé a la Argentina para estudiar y formarme un porvenir, en cierta forma no estaba huyendo de un Uruguay al que veía cada día más extraño, más de espaldas a los sueños de los hombres y mujeres que, como mis padres, lo dieron todo por un futuro diferente. Pero, por sobre todo, me pregunto si la mía no fue una actitud cobarde, si quedándome no hubiera podido contribuir, en alguna medida, a que no acabáramos como acabó nuestra patria, lacerada por confrontaciones sin sentido. Mucho me ha dado la Argentina, no  me puedo quejar, aquí pude realizar una carrera liberal, formar una familia. Antonia y Jacinta, mis dos hijas, son los puntales que me sostienen…  Mi esposa, Isabel y su hermano Vicente, quien fue compañero mío de Universidad y me la presentó, como Ud. sabe, provienen de una acaudalada familia, que no vaciló en apoyarse en el poder de turno, para enriquecerse y expandir sus negocios. Cuando lo conocí, Vicente era un joven y decidido militar, con estudios de ingeniería, hoy continúa con la tradición familiar y acumula riquezas. No me puedo quejar, me acogieron como a uno más, pero Ud. no desconoce, porque siempre le confié mis dudas, que desde un principio entreví que ellos y yo partíamos de visiones políticas –y no solamente políticas- completamente antagónicas. Por eso, sin ocultar mi condición de republicano, durante años me mantuve al margen de cualquier conflicto, salvo ante situaciones puntuales durante las cuales callar me pareció inaceptable. ¿Cómo no reaccionar cuando en mi tierra natal era aprobada una Constitución que barría de un plumazo las tradiciones federales, o cuando veo que hoy en día los orientales venimos siendo manejados por potencias extranjeras? Las diferencias con mi esposa comenzaron a surgir hace años y se fueron profundizando con cada viaje que realizamos a Mercedes, pero no es para que se sienta culpable. Es que Isabel comprobó que sus  orígenes eran bien diferentes a los míos. Que otras eran mis pasiones, que otras eran mis raíces. Y el choque para ella fue grande. De cada uno de esos viajes, retorné cada vez más definido en cuanto a mis pensamientos y eso no cayó bien. Sin buscarlo, me fui creando una aureola de persona desavenida, inadaptada, lo que me marginó del núcleo social al que ellos pertenecen y me impulsó a nuevas amistades, más afines a mis reafirmadas ideas. De mi última visita a Ud. y a mis hermanos volví espantado, ya que pude constatar el grado de deterioro en que se encuentra el Uruguay: me di cuenta que la campaña es un inmenso desierto, que la población ha sido dispersada, diezmada. Seguramente no me lo  quiso contar en sus cartas para no preocuparme, pero no me pasó desapercibido que no hay un solo animal en muchas leguas y que son más las tunas y las taperas que las poblaciones habitadas. Es más, durante mi pasaje por Soriano, con asombro noté que para comer carne, las autoridades deben traerla de Entre Ríos. Por todo esto la quise convencer, querida Madre Carmela, a Ud. y a mis dos hermanos y sus respectivas familias, que vinieran conmigo a Buenos Aires, bajo mi resguardo. Demasiado los quiero para verlos sufrir. Entiendo que no hayan aceptado. Ahí está su hogar, ese es su terruño. Pero lo que me dolió fue el escaso apoyo que obtuve de mi esposa para que ustedes vinieran, aún cuando su familia cuenta con sobrados recursos, como para ayudarlos. Y desde entonces para mí todo ha sido diferente. Durante mi última visita los vi bien a todos, a pesar de las fatalidades. Ud. siempre con la misma firmeza. Con la  convicción con la que nos crió a Teresa, a Felipe y a mí, durante nuestra infancia. A ellos también los vi bien, no me animé a confesárselos…, pero transmítales mi agradecimiento, por haberla cuidado como sé que lo han hecho y también por todos los sobrinos que me han dado. Y dígales también que nuestros paseos por esos campos forman parte de mis mejores recuerdos, de esos a los que uno se agarra en momentos como éstos. También a ellos los llevo junto a lo más importante. Hasta mi último suspiro tendré presente nuestros juegos, nuestras risas, nuestras peleas, nuestras ansiedades frente a lo nuevo. ¿Cómo olvidar sus rezongos Madre, cuando no nos portábamos como debíamos? En esos pagos crecí… Por eso nunca podré olvidar al viento que abraza las costas del Río Negro, a sus finas y doradas arenas, hoy tan desiertas, a las arboledas de Asencio, a las piedras de Asperón de la Capilla y hasta al horrible escudo que la adorna en la entrada de la Sacristía. Recuerdo que nos burlábamos cada vez que lo veíamos. ¿Cómo olvidar los colores y los olores de las Mimosas, de los Ñapindá o los frutos de los árboles de Chañal, o a las enormes y ahora solitarias praderas? Muchas veces me pregunto a partir de qué momento se torcieron los sueños que amasaron mis padres y sus compañeros, para que todo terminara de esta forma. ¿Qué diría Antonio Berdún, si viera a su Provincia Oriental, ocupada, colonizada por Brasil, en gran parte de la frontera? ¿Lo recuerda? ¿Cuando yo tenía veintisiete años, durante uno de mis viajes a Montevideo, Berdún me mandó  a llamar para decirme que había conocido a mis padres. Estaba en el Hospital de Caridad. Internado. Eran sus últimos días. No podía dejar de escucharlo. Quedé prendado de sus relatos. Me contó con lujo de detalles cómo había sido la Batalla de las Piedras, el Primer sitio de Montevideo y la invasión portuguesa. Y de cuando cayó prisionero en Catalán y fue trasladado a los calabozos de Río de Janeiro. ¿Qué diría Andrés Medina…? Y tantos otros que conocimos… Acá en Buenos Aires no quieren ni sus recuerdos y cuando he comentado de sus sacrificios me han respondido que los que acompañaron a Artigas no eran otra cosa que caudillos y terroristas, de una ferocidad brutal. Dígame, Madre, sinceramente, ¿valió la pena la muerte de mis padres, y de todos los que cayeron, para que las potencias extranjeras, los grandes estancieros y los comerciantes usureros, acaben aprovechando tanto sacrificio, y se adueñen de la patria para ponerla a su servicio? Ya sé lo que me va a decir, perdóneme las flaquezas… Por todo esto es que quiero viajar al Paraguay, adonde está otra parte de mi historia, adonde murió el General, para conocer más de los tiempos durante los cuales transcurrió mi infancia, como forma de encontrar el camino que desde hace tanto tiempo ando buscando. La extraño. Cuídese. Y guárdeme para cuando vaya a visitarla un porroncito con ese rico licorcito con el que siempre me recibe.

Siempre suyo

JOSÉ

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