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EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (30)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018


PARTE 2

13


El jueves volvió a cambiar el tiempo y el invierno se instaló definitivamente. De madrugada me despertó el frío y tuve que levantarme para ponerme medias y agregar otra frazada. Me costó volver a dormirme. Ahora el viento bajaba de la montaña con una consistencia que no dejaba dudas: los días de sol y calor ya se habían terminado. Cuando mi padre me llamó ya eran más de las ocho y preferí no ducharme. La abuela me esperaba con su tazón de café con leche enfrente.

-Llamó tu amigo -dijo con la boca llena y la mano derecha agitándose sin parar sobre sus piernas. -El que vino de la ciudad a pasar sus vacaciones.

-Ángel.

-Sí. No dijo que fuera urgente, pero para telefonear a esta hora de la mañana-

Y tomó un sorbo de su tazón rellenado con pedazos de pan.

-Qué extraño -dije.

-El teléfono a estas horas nunca es bueno. Dijo que iba a volver a comunicarse.

Mamá me pasó la llamada de Ángel al cuarto, cuando ya estaba vistiéndome para salir.

-Espero no haberte despertado, Diogo.

-¿Qué fue lo que pasó?

-Jairo amaneció muerto.

-¿Quién es Jairo?

-Mi canario. Anoche estaba perfecto, y hoy-

-Ah: aquel canario negro que cantaba tan lindo.

-Sí -hizo un silencio como si esperase que yo agregara algo, y escuché el viento afuera.

-Capaz que le hizo mal el cambio de temperatura -se me ocurrió decir.

-Puede ser. El garaje es muy frío.

-¿Y ahora qué vas a hacer?

-Enterrarlo.

Hubo algo en su tono de voz que me hizo recordar al Ángel que siempre había mostrado un respeto exagerado por toda forma de vida, que capturaba a las abejas con un vaso y las soltaba afuera. Y me pareció entender lo que quería.

-Puedo pasar por ahí antes de ir al trabajo -dije. -Si te parece bien.

-¿No se te irá a hacer tarde?

-No, No tiene importancia.

Cuando salí me topé con una niebla gelatinosa que parecía empujarme de nuevo hacia mi casa. Me costó bastante llegar a lo de los Muñoz, porque era difícil distinguir algo a más de veinte metros. Fui acercándome a la puerta del garaje y encontré a Ángel y a Cristina custodiando la jaula como soldados.

-Pobre Jairo -dijo Cris. -Vamos a enterrarlo en el jardín, junto con los otros. Y cantaba tan lindo.

Ángel miró la jaula y agregó:

-Mi padre lo compró hace diez años, más o menos. Era el último de todos.

-Yo no me acuerdo de haberlo visto antes -dije, observando la jaula con más atención. -¿Era todo negro así? ¿Hasta las patas?

-Era. Voy a buscar una caja o algo para enterrarlo.

-Te acompaño. Sé dónde hay una -dijo Cris.

Cuando volvieron Cris traía una cajita y Ángel una tijera. No entendí para qué era la tijera. Salimos caminando en procesión y subimos hasta el jardín donde habíamos ido enterrando a todos nuestros animales, desde que éramos chicos. Arriba hacía más frío, y se podía ver la hierba cubriendo completamente el valle. Ángel empezó a cavar con una pala de jardín.

-¿Cuántos canarios enterraron? -me preguntó Cris.

-Tres, por lo menos. Uno era mío. Y tres perros, unos cuantos gatos y todos los demás: mariposas, escarabajos, grillos.

Cristina se agachó y ayudó a empujar la tierra con las manos desnudas. Ángel sacó al pájaro de la jaula y lo dejó en el pasto. Entonces agarró la tijera y cortó el aire varias veces, como si fuera un peluquero antes de empezar a trabajar.

-Qué vas a hacer -le pregunté.

-La caja es demasiado chica -me explicó Cris, dando la vuelta la cabeza y apretándome la mano con los ojos cerrados.

Entonces Ángel levantó el pequeño cuerpo negro y le cortó las patas con un único gesto y el chasquido del metal me puso la piel de gallina. Porque las cortó con satisfacción, y en ese momento me pasó por la cabeza que hasta lo podría haber hecho con el canario vivo. Ahí me di cuenta que ya no era el Ángel que se había ido a estudiar a la ciudad. Dejó caer las patitas igual que si fueran escarbadientes usados y después acomodó el cuerpo del canario con la misma ferocidad maligna y casi sonriente.

-Ya está -dijo Cris, todavía sin animarse a abrir los ojos.

-Ya está -repitió Ángel, y cuando me miró pareció el de siempre, otra vez, un poco sorprendido y como sin saber qué hacer con la caja que tenía entre las manos.

-Vamos a terminar con esto de una vez -le dije.

Después nos quedamos un momento en el medio de la niebla, contemplando la tierra removida.

-Así termina todo -dijo él, y suspiró.

-Falta algo -dijo Cris, agachándose.

-Qué vas a hacer -le pregunté.

-Rezar. Los animales también tienen un alma.

Y dejó caer las rodillas largas y finas sobre el pasto, juntó las manos y empezó la oración. Recién ahí me di cuenta que estaba totalmente vestida de negro. Después volvimos a la casa y Ángel me miró.

-Nueve años -dijo. -Y para que sepas, los animales también tienen un alma.

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