lunes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (14)


EL TEATRO MORTAL (14)

En teoría pocos hombres hay tan libres como el dramaturgo, quien puede llevar el mundo entero al escenario. Pero de hecho es un ser extrañamente tímido. Observa la vida y, al igual que todos nosotros, sólo ve un minúsculo fragmento, un aspecto que capta su imaginación. Por desgracia, raramente intenta relacionar este detalle con una estructura más amplia, como si aceptara sin discusión que su intuición es completa y su realidad toda la realidad, como si su creencia en su propia subjetividad como instrumento y fuerza le excluyera de toda dialéctica entre lo que ve y lo que capta. Existe, pues, el autor que explora su experiencia interior en profundidad o el que se aparta de esa zona para estudiar el mundo exterior, cada uno de ellos convencido de que su mundo es completo. Si no hubiera existido Shakespeare cabría afirmar que la combinación de los dos era imposible. Sin embargo, el teatro isabelino existió y su ejemplo cuelga constantemente sobre nuestras cabezas. Hace cuatrocientos años le fue posible a un dramaturgo presentar en abierto conflicto los acontecimientos del mundo exterior, los procesos internos de hombres aislados como individuos, la amplitud de sus temores y aspiraciones. El drama era exposición, confrontación, contradicción que llevaba al análisis, al compromiso, al reconocimiento y, finalmente, al despertar del entendimiento. Shakespeare no era una cima sin base que flotara de manera mágica sobre una nube, sino que se sustentaba en docenas de dramaturgos menores, naturalmente con menos talento, pero que compartían la ambición de lucha contra lo que Hamlet llama las formas y presiones de la época. Claro está que un teatro neoisabelino basado en el verso y en la pompa sería una monstruosidad. Esto nos lleva a considerar el problema más de cerca con el fin de saber cuáles son exactamente las cualidades especiales de Shakespeare. Surge enseguida un simple hecho. Shakespeare empleaba la misma unidad de tiempo que hoy día: unas horas. Dicho material lo presenta simultáneamente en una infinita variedad de niveles, se adentro muy hondo y sube muy alto: los recursos técnicos, el empleo de la prosa y del verso, los numerosos cambios de escenas, excitantes, divertidos, turbadores, fueron los medios de que se valió el autor para satisfacer sus necesidades. El autor tenía un objetivo preciso, humano y social que era el motivo de su búsqueda temática, el motivo de la investigación de sus medios de expresión, el motivo para escribir teatro. El autor moderno sigue maniatado en las prisiones de la anécdota, consistencia y estilo, condicionado por las reliquias de los valores Victorianos que le hacen creer que ambición y pretensión son sucias palabras. Sin embargo, ¡cuánto las necesita! Ojalá fuera ambicioso, ojalá pusiera una pica en Flandes. No lo conseguirá mientras sea un avestruz, un aislado avestruz. Antes de levantar la cabeza ha de enfrentarse también a la misma crisis, ha de descubrir también lo que a su entender debe ser el teatro.

Claro está que un autor sólo puede trabajar con lo que tiene, sin poder saltar de su propia sensibilidad. Ha de ser él mismo, ha de escribir sobre lo que ve, piensa y siente. Pero tiene la posibilidad de corregir el instrumento su disposición. Cuanto más claramente reconozca los eslabones perdidos en sus relaciones, cuanto con mayor exactitud comprenda que nunca es bastante profundo en bastantes aspectos de la vida, ni bastante profundo en bastantes aspectos del teatro, y que su necesario aislamiento es también su prisión, más fácil le será encontrar maneras de unir cabos sueltos de información y experiencia que hasta el presente los tiene desunidos.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+