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EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (63) - JOSEPH CAMPBELL


4 / APOTEOSIS (2)


La primera maravilla que debemos notar aquí es el carácter andrógino del Bodhisattva: masculino, Avalokiteshvara; femenino, Kwan Yin. Los dioses masculinos-femeninos son comunes en el mundo del mito. Siempre emergen con un cierto misterio, porque conducen la mente, más allá de la experiencia objetiva, a un reino simbólico donde la realidad se supera. Awonawilona, dios principal de los Pueblo Zuñi, creador y contenedor de todo, es a veces tratado como “él” pero en realidad es “él-ella”. La gran Original de las crónicas chinas, la santa T’ai Yuan, combina en su persona el masculino Yang y el femenino Yin. (87) Las enseñanzas cabalísticas de los judíos medievales, como también los escritos de los cristianos gnósticos del siglo II, representan el Verbo Encarnado como andrógino, que era por supuesto el estado de Adán cuando fue creado, antes de que al aspecto femenino, Eva, se le diera otra forma. Y entre los griegos, no sólo Hermafrodito (el hijo de Hermes y Afrodita), (88) sino también Eros, la divinidad del amor, (el primero de los dioses, de acuerdo con Platón (89) tenía sexo masculino y sexo femenino.

“Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó y los creó macho y hembra.” (90) Puede surgir en la mente la cuestión relativa a la naturaleza de la imagen de Dios, pero la respuesta ya está dada en el texto y es suficientemente clara. “Cuando el Todopoderoso, bendito sea, creó el primer hombre, lo creó andrógino.” (91) El haber dado a lo femenino otra forma simboliza la caída de la perfección a la dualidad y a ello siguió naturalmente el descubrimiento de la dualidad del bien y del mal, el exilio del jardín donde Dios pasea sobre la tierra y de allí la construcción del muro del Paraíso, constituido de la “unión de los contrarios”, (92) por medio de la cual el Hombre (ahora hombre y mujer) se ha separado no sólo de la visión sino del recuerdo de la imagen de Dios.

Esta es la versión bíblica de un mito conocido en muchos países. Representa una de las formas básicas de simbolizar el misterio de la creación: la eternidad que se convierte en tiempo, la división de uno en dos y luego en muchos, así como la generación de vida nueva a través de la conjunción de los dos. Esta imagen está al principio del ciclo cosmogónico, (93) y se encuentra con igual propiedad al terminar el héroe su jornada, en el momento en que la muralla del Paraíso se diluye, se encuentra y se recuerda en forma divina; y se recobra la sabiduría. (94)


Notas

(87) Yang, el ligero, activo principio masculino y Yin, el oscuro, pasivo y femenino en su interacción son la base y constitución de todo el mundo de las formas (“las diez mil cosas”). Proceden de y manifiestan juntos a Tao, la fuente y ley del ser. Tao significa “camino” o “vereda”. Tao es el camino o curso de la naturaleza, del destino o del orden cósmico; el Absoluto manifiesto, Tao es por lo tanto también “verdad”, “conducta recta”. Yang y Yin juntos como Tao se representan como en el dibujo adjunto. Tao sustenta al cosmos. Tao habita todas las cosas creadas.
(88) “Para los hombres yo soy Hermes, a las mujeres me aparezco como Afrodita: llevo los emblemas de mis padres.” Anthologia Graeca ad Fidem Codices, vol. II.
“Una parte de él es de su procreador y todo el resto, lo tiene de madre.” Marcial, Epigramas 4, 174; loeb libraby, vol. II, p. 501.
La relación que hace Ovidio de Hermafrodito aparece en las Metamorfosis, IV, 288 ss. Muchas imágenes clásicas de Hermafrodito han llegado a nosotros. Véase Hugh Hampton Young, Genital Abnormalities, Hermaphroditism, and Related Adrenal Distases (Baltimore: Williams and Wilkins, 1937), capítulo I, “Hennaphroditism in Literature and Art”.

(89) Banquete.

(90) Génesis, 1: 27.

(91) Midrash, comentario al Génesis, Rabbah 8:1

(92) Supra, p. 87.

(93) Infra, pp. 252-255.

(94) Comparar con James Joyce: “en la economía del cielo… no hay más matrimonios, hombre glorificado, ángel andrógino, siendo una esposa para sí mismo.” (Ulises; traducción de J. Salas Subirat; Santiago Rueda, Buenos Aires, 1945; p. 227.)

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