por Fernando Krapp
La banda de sonido de la infancia de la directora
Melina Terribili, hija de militantes de los 70, estuvo dominada por Alfredo
Zitarrosa. En 2009 se decidió a hacer un documental sobre el artista e inició
su investigación. Y en uno de los viajes a Montevideo descubrió lo que para
cualquier documentalista es oro puro: un enorme archivo de la obra de Zitarrosa
guardado en el sótano de su casa. Cajas y cajas con manuscritos a mano, libros
inéditos de poemas y de narrativa, diarios, cartas, grabaciones no sólo de
canciones sino de pensamientos y reflexiones. Con todo ese material concibió Ausencia de mí: un documental sobre
Zitarrosa que se trata del encuentro con este archivo gigante e inesperado. Y
también sobre el exilio en España y México, documentado en miles de
diapositivas y cientos de rollos de Super 8.
Hay tres imágenes que
vuelven, una y otra vez, a lo largo de Ausencia de mí, documental dirigido por
Melina Terribili sobre la figura de Alfredo Zitarrosa. Esas imágenes son una
bandada de pájaros en la rambla, un camino con árboles y el mar. Imágenes que
ante algún estallido social o una grabación difusa reaparecen como si generaran
un lapsus mental, un corte interno o una respiración abrupta. Melina Terribili
la llama “paisajes del exilio” y fueron grabados por la directora en Super8 y
en SuperVHS, para dar una unidad estética, y al mismo tiempo proporcionar un
falso presente. La película comienza cuando Alfredo Zitarrosa estaba prohibido
en Uruguay en 1973. “No tenía trabajo y se tuvo que ir a vivir con su familia a
un pueblo costero. Ese es el paisaje que a él lo rodeaba, de algún modo. Y esas
imágenes funcionaron como un recurso poético para trabajar sentimentalmente lo
que dejó; como símbolo de patria, como un lugar de pertenencia perdido”.
Cuando habla de su
documental, Melina Terribili dice estar contenta y satisfecha; al mismo tiempo,
recuerda el largo proceso creativo con mucho dolor. “Fue entrar en un laberinto
que duró diez años, empezando por el momento de investigación en 2009. Necesité
de un tiempo para separarme de mi vínculo afectivo con el artista. Y con los
años de estar inmersa en ese mundo, me empecé a olvidar mucho de su obra.
También tuve que asumir que de pronto yo estaba hablando de esta persona, y eso
era una responsabilidad gigantesca.” El extenso proceso de montaje de casi un
año completo, en donde Valeria Racioppi, montajista de Años de Calle de
Alejandra Grinschpun, y de El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi,
entre otras películas, fue una figura clave; coincidió, por otro lado, con el
advenimiento del macrismo con sus políticas neoliberales que parecían hacer eco
con las grabaciones sobre la época de los setenta, y por otro, con la muerte
del padre de la directora. Actualmente, Melina está desarrollando un documental
sobre Carlos Terribili, muralista y pintor popular, que militó durante los 70
en distintas agrupaciones de izquierda y fue quien, en cierto modo, le acercó
la obra de Zitarrosa cuando ella era muy chica. Según la directora, esta nueva
película formaría un tríptico junto con Ausencia de mí, y una película que
planea hacer sobre el gran fotógrafo uruguayo Jorge Vidart, recientemente
fallecido.
Egresada de la
carrera de Cine Documental de la Escuela de Avellaneda, Melina Terribili se
formó como autodidacta en fotografía fija y después asistió a talleres con
distintas figuras claves: Gustavo Fontán en escritura y desarrollo de
proyectos, Miguel Pérez en estructura dramática, y Marta Andreu en cine
documental. Entre otros títulos, trabajó haciendo cámara y dirección de
fotografía para directores como Andrés Habegger en El (im)posible olvido y en la mencionada Años de Calle, una
película que acompaña a dos chicos de la calle durante diez años. En el año
2014 estrenó su primer documental, en co-dirección con su hermana Luciana,
grabado íntegramente en España, sobre una pareja lesbiana de gitanas y los
conflictos que la relación generó en su comunidad. Un día gris, un día azul,
igual al mar se estrenó en Mar del Plata en el año 2014.
“El documental genera
un vínculo muy lindo y maravilloso entre el que filma y lo que está filmando.
La ficción no te da ese tipo de conexión. Yo me meto mucho en el proceso de
hacer un documental y eso lleva tiempo, voy a la verdulería y pienso en mi película.
Una vez que desentrañaste qué película querés hacer, cómo va a ser, se
convierte en un estado casi permanente de pensar en eso. Es una conexión muy
profunda” dice Melina. El problema de Ausencia
de mí fue justamente ese: desentrañar el tipo de película que Melina, en
principio, no sabía que iba a hacer. ¿En qué momento de su extensa carrera como
DF se tomó el tiempo para trabajar durante diez años en su proyecto de hacer un
documental sobre Alfredo Zitarrosa? Y por otro lado, ¿cómo se le ocurrió poner en
marcha una película tan ambiciosa sin contar, en un principio, con un apoyo
institucional ni productivo más que sus propias ganas? A decir verdad, Melina
no sabía con qué iba a encontrarse cuando se propuso hacer eso. No podía saber
que canciones como “Pal que se va”, “El violín de Becho” o “Adagio a mi país”,
grabadas en casetes entre otras canciones latinoamericanas que escuchó en un
walkman durante su adolescencia y juventud, serían la puerta de entrada a un
laberinto de objetos, grabaciones inéditas, material de archivo, miles de cajas
y más cajas, acumuladas en el sótano de una casa de Montevideo.
Pal que se va
Cada vez que Melina
menciona a Zitarrosa dice Alfredo. No lo dice para hacer gala de una cercanía,
ni para darse un aire de nada; lo dice porque el nivel de familiaridad que
logró con las hijas de Zitarrosa y con distintos representantes del músico
uruguayo la volvieron “una más”. “Cuando yo me decidí a hacer la película, lo
primero que hice fue viajar a Montevideo para hablar con las hijas y con la
viuda. Conocía a Alfredo como espectadora, como oyente. En mi familia, mi mamá
y mi papá, artistas plásticos los dos, estuvieron muy vinculados a la
militancia política y Zitarrosa era parte del sonido de mi infancia.” Tiempo
después, a sus veinte años, Melina se reencontró con la música de Alfredo.
Compró los CDs que Página12 había editado con inéditos y colgó las fotos de los
libritos en su casa. A partir de la lectura del libro Alfredo Zitarrosa: La biografía de Guilermo Pellegrino, se decidió
a hacer la película.
Viajó entonces a
fines del 2009 para conocer a la familia y proponerles el proyecto. En un
principio, la película que Melina tenía en mente estaba más relacionada con la
casa de Alfredo en donde actualmente viven sus dos hijas, Serena y Moriana. Y
en uno de esos viajes a Montevideo durante la etapa de investigación, Melina
descubrió lo que para cualquier documentalista es oro puro: un enorme archivo
de la obra de Zitarrosa guardado en el sótano de la casa ocupando un espacio
gigantesco. Había ahí de todo: cajas y cajas con manuscritos a mano, libros
inéditos de poemas y de narrativa, diarios, cartas (Alfredo, dice Melina,
escribía una carta y la fotocopiaba para guardársela), grabaciones no solo de
canciones en procesos o tarareos, sino de pensamientos e ideas, imágenes y
reflexiones; miles de diapositivas y cientos de rollos de Super8 en donde
Zitarrosa registró su exilio en España y en México.
De pronto a Melina se
le reveló un mundo; la interioridad del artista que quería documentar. Entendió
que la película estaba oculta ahí, en esa voluminosa cantidad de material que
Zitarrosa había guardado de un modo obsesivo. “Alfredo tenía un hábito de
registrar todo, que pasaba más por una necesidad. Era una persona obsesiva en
su trabajo, pero creo que su obsesión por acumular y grabar pasaba más por un
lado de la necesidad. Porque en esa obsesión por documentar, en esa cosa
compulsiva por grabar, también se estaba creando un lazo de pertenencia con el
país que había dejado atrás en el exilio y adonde siempre quiso volver”.
Las hijas le contaron
a Melina que estaban esperando un mecenazgo para comenzar a trabajar en el
armado de un catálogo y en la preservación del archivo, para avanzar con la
digitalización de las cintas y de las grabaciones. También tenían pensado armar
un archivo de consulta, un museo sobre Alfredo. Había muchas ideas pero el
dinero no llegaba. Melina les propuso entrar en el proyecto y desde la película
motorizar el trabajo. Habló con el director de DocMontevideo, un espacio de
cine documental en Uruguay muy importante, e inmediatamente la contactó con la
Universidad de la República. A partir de ahí, dice, se puso en marcha
todo.
En el 2014 se llevó
el archivo de Zitarrosa al Teatro Solís de Montevideo. Comenzó un proceso muy
largo de recuperación y de estudio del material. Serena tenía una lista de
objetos pero no coincidían algunas cosas. El teatro, cuando asumió el rol de
custodiar la obra desde su equipo de archivólogos, llamado CIDDAE, empezó a ver
que algunas cosas de la lista no coincidían con el material. Cuando hicieron un
nuevo conteo, se encontró de todo; desde objetos personales, manuscritos
inéditos hasta cañas de pescar. Su vida estaba dentro de esas cajas. El
problema era, ¿cómo se hacía para llevar adelante un plan de trabajo con tanto
material? Había cosas que no pertenecían a un determinado criterio, y por otro
lado, el Teatro solo tenía especialistas en papel y no otro tipo de objetos.
Ahí se empezó a definir un criterio, una metodología desde la archivología como
para ver qué se hacía con ese desbordante volumen de cosas.
Mientras tanto Melina
registró el proceso. Filmó a la familia en plena apertura de las cajas. Logró
grabar el impacto emocional de reencontrarse con la imagen de Alfredo y con su
voz, con sus cosas. Y al mismo tiempo, un proceso de distanciamiento ya que se
intentaba buscar una metodología de trabajo para inventariar fotografías,
diapositivas, carpetas (muchas carpetas), y miles cartas. Por otro lado, estaba
la digitalización de las cintas y del Super8; un trabajo que Melina llevó
adelante desde su propia película. Ausencia de mí es, entonces, uno de esos
raros casos de documental en donde la acción de la propia película incide y
mejora aquello que se está documentando.
En mi país
Incluso, después de
registrar este proceso, Melina no sabía qué forma tendría su película. No sabía
a ciencia cierta de qué iba a hacer ni qué terminaría por editar. Tuvo que
esperar a hacer ese proceso de ordenamiento del material para poder escuchar, con
Valeria Racioppi, la montajista, los audios y el video, y entender de qué les
hablaba ese material. Escucharon una gran cantidad de cosas en las que fueron
planillando y seleccionando hasta que llegaron a la idea de hacer una película
centrada íntegramente en el exilio entre los años 1973 y 1985.
Ausencia de mí está dividida por placas en donde se marcan los distintos exilios de
Alfredo Zitarrosa. Primero en España y el segundo en México, en el DF. El
tiempo que vive afuera es un momento muy duro y difícil. Melina hace hincapié
en la falta de trabajo, en los conflictos domésticos y en el problema de
Zitarrosa con el alcohol, de público conocimiento. Con los materiales
proporcionados por el archivo, la película va creando un clima, una atmósfera
de extrañamiento, de evocación; entre lo que se deja atrás y lo que se pierde,
entre la memoria y el proceso creativo. Los cortes trabajan desde el
borramiento de espacios y de lugares, en la suspensión del tiempo y los
momentos de soledad de Alfredo con su grabador. Lo que queda de la película es
la marca de la voz. Esa voz tan particular, melodiosa y ligeramente milonguera,
que parece llegar desde el sótano de una casa. En ese aspecto, Melina resalta
también el trabajo del diseño sonoro a cargo de Gaspar Scheuer. Durante dos
meses trabajaron sobre una búsqueda exhaustiva de detalles para ampliar la
paleta de recursos sonoros. Marchas, cánticos como “Pan Tierra y Trabajo”, y
hasta sonidos específicos de pájaros, que son tratados dentro de la película
como enclaves para darle una unidad dramática.
Las placas que
anuncian las fechas de los distintos exilios son seguidas de una serie de
poemas que Alfredo escribió muy joven; forman parte de los hallazgos del
archivo. La película los resignifica y les da un enorme poder predictivo, como
por ejemplo la frase “soy tosco aún/ tu recuerdo me paraliza”, que remite al
recuerdo de sus dos hijas y de su esposa quienes deciden regresar a Uruguay
desde España. Pero, dice Melina, lo que plantea Ausencia de mí no es sólo la
nostalgia por la tierra que se dejó atrás, por ese paisaje que se perdió y que
sólo puede rememorarse en una memoria cada vez más difusa y onírica; sino
también sobre el impacto y la dureza que implicó en muchos uruguayos el
desexilio. “Con el exilio todavía guardás una esperanza de algo” dice Melina
“pero cuando volvés ya no la tenés más. En el regreso de Alfredo se jugaron
muchas cosas. La imposibilidad de volver a militar, la posdictadura que arrasó
con todo, una desolación que queda. Para el exiliado que regresa hay algo muy
marcado: no puede volver a reconstruirse, desde lo personal, en eso que dejó
atrás y que al volver reencuentra: un paisaje, personas, un vínculo afectivo
con esos espacios que no existen más. Aunque la rambla sea la misma, la ciudad
sea la misma, es imposible retornar a ese vínculo. Eso le pasó a muchos
exiliados”.
La película, que
viene de ganar la competencia internacional de FICSUR, tuvo su pre estreno el
11 de diciembre del 2018 en Uruguay, en el Teatro Solís, en el marco del 70º
Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y su estreno
internacional en el IDFA, en Holanda, uno de los festivales de documentales más
importantes de Europa. Las dos experiencias fueron emotivas, sobre todo en
Uruguay: después de tantos años, Alfredo Zitarrosa parecía volver
nuevamente. Volver a conectar, desde lo íntimo y lo afectivo, con su público y
con los hijos e hijas de ese público. Aunque las experiencias fueron variadas,
y mucha gente se sintió afectada por las imágenes y por el viaje audiovisual
que la película propone, Ausencia de mí
toca una herida que permanece abierta en Uruguay, que tiene que ver con una
deuda social con la figura de Zitarrosa. Cuando se lo ve en su esperado regreso
de 1984, recibido por un público eufórico, para brindar aquel multitudinario
concierto en el Estadio Nacional, no se puede evitar la conmoción. Es, en
cierto modo, la misma conmoción que produce la película y que se mantiene
intacta a lo largo de los años. “El público actual conecta con la emocionalidad
más primaria de la película, me parece” dice Melina. “Con lo más simple.
Alfredo no deja de ser un hombre que luchó por la libertad, que amó a su país y
a sus hijas, que siempre quiso volver a su paisaje. Un hombre que, a pesar de
haber sufrido una enorme tristeza, quiso un mundo mejor y peleó por él hasta su
último día de su vida”.
(Página12 / 21-4-2019)
(Página12 / 21-4-2019)
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