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AHORA ES EL GRITO - JORGE LIBERATI exclusivo para elMontevideano


Se señala el cuadro de Edvard Munch “El grito” como una de las principales obras que anuncian o directamente inician el período expresionista en el arte, en 1893. Se sabe que la obra forma parte de una serie del mismo nombre que incluye otras diferentes en la que el grito no parece como figura, sea en el oído de quien lo oye o en el rostro de quien lo produce. Es entonces cuando invade una dimensión que está más allá de las particulares marcas, la contorsión de la boca y la molesta explosión del aire.

El expresionismo desplazó la percepción y con ella la concepción del mundo que había predominado por siglos. Berkeley las había unificado: la existencia de una idea, sostuvo, consiste en ser percibida. Ver y pintar eran asuntos que se venían transformando desde tiempos muy anteriores al expresionismo. Los románticos dejaron que percepción y cosmovisión se perdieran en el espíritu, pero, ¿qué es el espíritu? Para Kierkegaard es el yo, y el yo es una relación que se refiere a sí misma, una luz que descubre la desesperación, como el naufragio en las marinas de Aivazofsky. Para Schelling idea y realidad son una síntesis que deja al descubierto esa misma luz que infunde el arte. El cedazo de los impresionistas separa de ella la vibración al atrapar sólo lo que aparece, sin otro trámite, como Brentano buscó atrapar la verdad hurtándole el mundo a los sentidos. A partir de “El grito” la linterna apunta al interior oscuro donde se oculta la existencia vacilante y temblorosa de Kierkegaard. Se tiene que elegir bajo el dominio de la ansiedad y prorrumpir en silencio el alarido que Melanie Klein descubre en la regresión al bebé. Pero el ritual que sobreviene después del expresionismo no busca que todo entre, sino que todo salga.

Celebra la liberación del ánimo y quiere espantar el terror y la angustia con desorden y descontrol. Ingenuamente, cree bajar al fondo en que al fin se apoya la conciencia. Se presta para celebrar tanto como para vilipendiar, porque la visión y la concepción que lo caracterizan son las del mundo feliz. Percepción, idea, conciencia, espíritu, yo: sólo papel maché con que se hacen las máscaras, discurso gárrulo de novela río. El grito es el valor de una variable vuelta constante; no hay que buscarla porque ya fue encontrada y hay que garfiñarla a los demás. Al adquirir la forma de un mito, toma lo que está a la mano y en acto, falso patrimonio de quien carece de imaginación. Es una costumbre que quiere derogar las costumbres, es una pasión que quiere emborrachar a las pasiones; es un acto solemne que quiere matar la solemnidad. En su incontinencia expansionista se expresa con el horrendo timbre del salvaje y la articulación desencajada del guerrero.

La invasión del nuevo grito o rito coloniza el espacio acústico, símbolo por el cual las fronteras de la coexistencia se declaran derogadas, por anticuadas y caducas. Termina con los prejuicios que coartan la locura individual, ahora liberada. Baco y Libertas juntos, en la compañía de Eros y Thanatos. Embriaguez, amor y muerte, cuya fagocitosis, han dicho los analistas de la posmodernidad, acaba con los cuentos de hadas, licúa las ideas, cansa y debilita el pensamiento, somatizándose con desenfreno. Enfermedad insidiosa y difícil de curar que produce la vida y la muerte a la vez, paradójica ebullición del hielo y congelación del fuego, indagadas por el psicoanálisis. La bataola anuncia la guerra al resto de la tribu y el fragoroso temporal lleva al naufragio del excéntrico que navegue solitario. Allí donde se alberga la esperanza, el arte, el mito, la creencia, donde el grito interno ahuyenta la incertidumbre, allí mismo se levanta el obelisco sonoro de la destrucción. ¿Por qué hay que echar el cielo abajo si se puede contribuir en el empeño de que siga allá arriba, azul y silencioso?

El pensamiento y los sentimientos no siguen el mismo rumbo; abandonan el exterior para meterse en el interior en un viaje de lo sensible a lo insensible. Lo imaginario (la raíz cuadrada de ‒1) y lo imposible (que haya verdades a medias) encuentran aplicación en la matemática y en la lógica. La ciencia irrumpe en los más imperceptibles interiores y en sus planos intermedios: la biología en el genoma, la física en los mesones. La psicología presta más atención al interior de las sensaciones que a aquello que las provoca. La historiografía penetra en la notoriedad concreta de los hechos y desentraña la energía secreta de las ideas. La pedagogía examina la mente del niño y abandona los cuerpos sólidos, las regletas y los ábacos que están afuera de ella. La sociología se fija en los hechos insignificantes, yendo de las relaciones grandes y fijas a las pequeñas y cambiantes. Y se podría seguir.

La cultura se marca un nuevo rumbo al girar hacia adentro. La religión muele en el mismo mortero la fe siempre fresca y el pan de cada día que pronto endurece. Vuelve a la tierra sin metafísica a hollar en ella la existencia aterida y miserable. Dios y el hombre establecen una nueva relación a distancia, y la turbación se impone sobre la contemplación. Si hay ciencias y saberes verdaderos en el profesional, en el comerciante, en el empresario, en el obrero, ya no importa si vienen de arriba o de abajo, porque tienen algo en común que no difiere, cualquiera sea la forma de cultivarlas: lo que importa no son los sentidos sino lo que los sentidos buscan para encontrar lo que importa.

Celebrar quiere decir “alabar”, y alabar es función principal del mito. Debe ajustarse con propiedad a su objeto, sin equívocos ni distracciones. La mitología es condición necesaria de todo arte y tiene que respaldarse en una tradición de vieja data y de todo un pueblo. Pero esta mitología no tiene arte, data ni pueblo. No hay rito ni mito cuando la alabanza y el elogio no ensalzan nada que se destaque por ser sagrado y universal. Y no se ve que la modernidad tenga al ruido como una de sus mayores innovaciones. La más refinada tecnología, recorriendo la dirección inversa, cada vez imprime menos ruido al motor a explosión, a los artefactos eléctricos, a las grabaciones, a las transmisiones de radio y televisión, disminuyendo hasta lo increíble aquello que en la comunicación llamábamos “ruido”. Incluso está buscando cómo disminuir la desagradable explosión con que los más veloces aviones rompen la barrera del sonido. Pero la celebración y la música se han limitado al volumen, un meteoro que se trasmite por aire y tierra y hace temblar todo lo que encuentra, carne u hormigón. Para serenar las olas de una conciencia ganada por el alboroto, hoy se sopla la caracola con la que Tritón serenaba las olas del océano. Pero esta caracola, lejos de serenar, intranquiliza y enferma.



Abril de 2019

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