Arte y técnica escénica
EL TEATRO MORTAL (6)
Cierta mañana estuve en
el Museo de Arte Moderno observando cómo la gente se arracimaba para sacar la
entrada cuyo precio era de un dólar. Casi todas esas personas tenían el vivo
aspecto de un buen público, de acuerdo con el modelo del público para el que
uno desearía trabajar. En potencia existe en Nueva York uno de los mejores
públicos del mundo. Por desgracia rara vez va a al teatro.
Rara vez va a al teatro
porque los precios de las entradas son demasiado altos. Cierto es que puede
pagarlos, pero no es menos cierto que ha quedado decepcionado muy a menudo. No
es casual que Nueva York sea la ciudad que cuenta con los críticos más
poderosos y duros del mundo. Año tras año, el público se ha visto obligado a
convertir en cotizados expertos a simples hombres falibles, de la misma manera
que un coleccionista no puede exponerse a correr el riesgo sólo cuando compra
una obra costosa: la tradición de los expertos tasadores de obras de arte como
Duveen, engloba asimismo el negocio teatral. De esta forma el círculo se cierra;
no sólo los artistas, sino también el público, ha de tener sus protectores, y
la mayoría de los individuos curiosos, inteligentes y no conformistas se
mantienen apartados. Esta situación no es única de Nueva York. Viví muy de
cerca una experiencia semejante cuando representamos La danza del sargento Mus-grave, de John Arden, en el Athenée de
París. La obra constituyó un rotundo fracaso -casi toda la crítica nos fue
adversa- y la sala estaba prácticamente vacía. Convencidos de que la obra había
de tener un público en alguna parte de la ciudad, anunciamos tres
representaciones gratis. Y este señuelo produjo el ambiente de los grandes
estrenos. La policía tuvo que intervenir para poner orden en la multitud, que
se apiñaba ante la puerta del teatro, y la obra se desarrolló magníficamente,
ya que los actores, alentados por el entusiasmo de la sala, ofrecieron su mejor
interpretación, premiada con ovaciones. Esa misma sala que la noche anterior
parecía muerta era un hervidero de comentarios y murmullos. Al final,
encendimos las luces y observamos al público, compuesto en su mayoría por
jóvenes bien trajeados. Françoise Spira, directora del teatro, salió al
escenario.
-¿Hay alguno de ustedes
que no podría pagar la entrada?
Un hombre levantó la
mano.
-Y los demás, ¿por qué
han esperado a que fuera gratis para venir?
-La obra tuvo mala
crítica.
-¿Creen ustedes en la
crítica?
Unánime coro de “¡No!”
-Entonces ¿por qué…?
Y de todas partes la
misma respuesta: el riesgo es demasiado grande, demasiadas decepciones. Vemos
aquí cómo se traza el círculo vicioso. Constantemente el teatro mortal cava su
propia fosa.
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