HAY
ALGO RARO EN LA MEMORIA
Cuando se rememora
la historia personal suele aparecer distorsionada, como si por momentos se rompiera
y dejara de pertenecer a la cadena de acontecimientos y etapas. El fenómeno es lo
suficientemente intenso como para que algunos fragmentos asomen desconectados de
la identidad y parezcan corresponder a la historia de otra persona, aunque
figuren en la propia. Entre el río de imágenes reconocibles, dotadas de alegres
aureolas o teñidas de tristeza, desprecio o repudio, algunas ajenas y extrañas
se escurren entre todas y se enroscan como enredaderas, a veces dejándose reconocer
apenas por alguna arista, escondiéndose y estirándose ya sin un rasgo identificable.
Esa evocación no
puede hacerse sino bajo aspecto de representaciones, imágenes, torbellinos
visuales, colores, líneas y planos interceptados por figuras de objetos, cosas,
casas, cielos, habitaciones, rostros, detalles de paisajes y follajes, rincones
con espacios vacíos y corredores que producen fuerte conmoción. No es posible evocar
el continuo de otra manera, con ideas o conceptos; no hay una serie histórica de
reflexiones dispuestas en el tiempo, argumentos o proposiciones, como hay
imágenes. Y entre éstas predominan los contornos, sombras y luces, siluetas y
manchas, fuentes de luz que asoman sobre un fondo indeterminado y bañan la
memoria poblándola de indicios de cualquier cosa, un primer plano de caos y diminutos
relámpagos. En particulares ocasiones, música entrañable asociada a lugares, estados
de ánimo y vivencias que reproducen escenarios o épocas como si fueran actuales.
Surge la sospecha
de si es cine creado por la mente, o si es la realidad vivida, misteriosa unión
de continuidad y contigüidades, cadena de vivencias, percepciones y evoluciones, hechos genuinos
vividos interiormente con mayor intensidad que en la intemperie del mundo. Salta
la duda de si todo eso ha sido ficción o hechos reales, verificables si se
tuviera la iniciativa de ir por ahí a confirmarlos con testigos y testimonios
del pasado, duda que se afirma en la mente como poste enterrado en la tierra. No
se sabe si es fiable esa estampida de recuerdos, derrame de escenas quizá
vividas y ciertas, o si se trata de un mero artilugio generado por la fantasía,
fiebre acumulada a través del tiempo, ardientes reminiscencias que bajan
humeando como lava de volcán.
No es del caso
ayudarnos con los demás, ir a debatir con la esposa esta clase de problema, con
la familia o los amigos. No se presta para difundir este sutil presentimiento,
incertidumbre capaz de enviarnos al psiquiatra y al encierro. Sólo pueden
deshacerse de la mente escribiendo, pensando en silencio, buscando en la
pantalla interior alguna pista que pudiera sugerir la palabra acertada, aunque
fuera delgadísima, despejar la equis que aclarara cada cuadro y cada escena.
Podemos movernos a gusto yendo más atrás o más adelante, distinguiendo entre lo
antiguo y lo reciente, confirmando que aparecen iguales, más nítidas las de la
infancia, pero como si estuvieran en una misma esfera del recuerdo y sin que
ninguna añeja o nueva ofrezca un complemento de alguna especie que permitiera entenderlas
cabalmente. Todo en un mismo gran embudo sin explicaciones que se hunde en la
oscuridad del yo, o como lejanos planetas (errabundos) que describieran órbitas
en torno a un centro que es el yo actual.
No se trata de poner
en orden los recuerdos ni de intentar una puesta en limpio de la historia
personal, como si fuera el balance de una empresa. Es otra cosa bien distinta:
entender qué es, no cómo fue ni cuáles fueron los contenidos ni cómo se
desarrollaron o evolucionaron, asuntos que ya sabemos. ¿Qué nos parece que fue
la vida? ¿Está ahí como imagen o es otra clase de realidad, diferente a la que
aprecian los sentidos y confirma ahora la conciencia? ¿Es sólo recuerdo o es vida
real? Si es sólo recuerdo, ¿somos sólo esto de ahora? Si es vida real, tan real
como la que llamamos presente, ¿cómo se unen y se dejan entender como lo que son,
es decir, una sola? Pues no hay dos vidas, una que existe y otra que no. Sentimos
la de ahora tan nuestra y palpitante
como la otra, esa que creemos que ya no existe y remitimos al pasado. Pero, ¿dónde
está?
La memoria evoca pensamiento,
abstracción, sentir sin objetos ni sujetos ni cuerpos, pero, ¿es tan diferente
a lo que vemos y tocamos? Lo que vemos y tocamos, ¿no es sólo “emblema”, como
pensaba Thomas Carlyle? “Todas las cosas visibles son emblemas. Nada de lo que
ves existe por su propia voluntad, de manera que en rigor no existe realmente,
pues la materia no tiene realidad sino para representar y dar cuerpo a una idea”[i].
Emilio Oribe, el poeta y filósofo que se escondió en la idea para enjuiciar la realidad
en la que no creía, dejó reflexiones como estas: “Cada acto que realizas es un
sorbo de muerte que bebes; cada uno de tus pensamientos es un sorbo de vida.”[ii]
“El ser se constituye en la acción; pero sólo se realiza en el pensamiento.”[iii] “Que
una sola Idea resplandezca en mí, y os devolveré el universo que habéis
construido en mí, oh sentidos engañosos, ¡máscaras adorables!”[iv] “Poco
importa ser hombre; lo que vale es ser una idea encarnada.”[v]
Enero de 2019
(1) Thomas Carlyle, Apuntes sobre la
vida heroica, impreso en España, Ingenios, 2017, p. 34.
(2) Emilio Oribe, El mito y el logos,
Buenos Aires, Poseidón, 1945, p. 125.
(3) Emilio Oribe, ib., p. 142.
(4) Emilio Oribe, La Dinámica del
Verbo, Montevideo, Impresora Uruguaya, 1953, p. 134.
(5) Emilio Oribe, ib., en la
misma página.
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