domingo

JORGE LIBERATI especial para elMontevideano Laboratorio de Artes


HAY ALGO RARO EN LA MEMORIA

Cuando se rememora la historia personal suele aparecer distorsionada, como si por momentos se rompiera y dejara de pertenecer a la cadena de acontecimientos y etapas. El fenómeno es lo suficientemente intenso como para que algunos fragmentos asomen desconectados de la identidad y parezcan corresponder a la historia de otra persona, aunque figuren en la propia. Entre el río de imágenes reconocibles, dotadas de alegres aureolas o teñidas de tristeza, desprecio o repudio, algunas ajenas y extrañas se escurren entre todas y se enroscan como enredaderas, a veces dejándose reconocer apenas por alguna arista, escondiéndose y estirándose ya sin un rasgo identificable.

Esa evocación no puede hacerse sino bajo aspecto de representaciones, imágenes, torbellinos visuales, colores, líneas y planos interceptados por figuras de objetos, cosas, casas, cielos, habitaciones, rostros, detalles de paisajes y follajes, rincones con espacios vacíos y corredores que producen fuerte conmoción. No es posible evocar el continuo de otra manera, con ideas o conceptos; no hay una serie histórica de reflexiones dispuestas en el tiempo, argumentos o proposiciones, como hay imágenes. Y entre éstas predominan los contornos, sombras y luces, siluetas y manchas, fuentes de luz que asoman sobre un fondo indeterminado y bañan la memoria poblándola de indicios de cualquier cosa, un primer plano de caos y diminutos relámpagos. En particulares ocasiones, música entrañable asociada a lugares, estados de ánimo y vivencias que reproducen escenarios o épocas como si fueran actuales.

Surge la sospecha de si es cine creado por la mente, o si es la realidad vivida, misteriosa unión de continuidad y contigüidades, cadena de vivencias, percepciones y evoluciones, hechos genuinos vividos interiormente con mayor intensidad que en la intemperie del mundo. Salta la duda de si todo eso ha sido ficción o hechos reales, verificables si se tuviera la iniciativa de ir por ahí a confirmarlos con testigos y testimonios del pasado, duda que se afirma en la mente como poste enterrado en la tierra. No se sabe si es fiable esa estampida de recuerdos, derrame de escenas quizá vividas y ciertas, o si se trata de un mero artilugio generado por la fantasía, fiebre acumulada a través del tiempo, ardientes reminiscencias que bajan humeando como lava de volcán.

No es del caso ayudarnos con los demás, ir a debatir con la esposa esta clase de problema, con la familia o los amigos. No se presta para difundir este sutil presentimiento, incertidumbre capaz de enviarnos al psiquiatra y al encierro. Sólo pueden deshacerse de la mente escribiendo, pensando en silencio, buscando en la pantalla interior alguna pista que pudiera sugerir la palabra acertada, aunque fuera delgadísima, despejar la equis que aclarara cada cuadro y cada escena. Podemos movernos a gusto yendo más atrás o más adelante, distinguiendo entre lo antiguo y lo reciente, confirmando que aparecen iguales, más nítidas las de la infancia, pero como si estuvieran en una misma esfera del recuerdo y sin que ninguna añeja o nueva ofrezca un complemento de alguna especie que permitiera entenderlas cabalmente. Todo en un mismo gran embudo sin explicaciones que se hunde en la oscuridad del yo, o como lejanos planetas (errabundos) que describieran órbitas en torno a un centro que es el yo actual.

No se trata de poner en orden los recuerdos ni de intentar una puesta en limpio de la historia personal, como si fuera el balance de una empresa. Es otra cosa bien distinta: entender qué es, no cómo fue ni cuáles fueron los contenidos ni cómo se desarrollaron o evolucionaron, asuntos que ya sabemos. ¿Qué nos parece que fue la vida? ¿Está ahí como imagen o es otra clase de realidad, diferente a la que aprecian los sentidos y confirma ahora la conciencia? ¿Es sólo recuerdo o es vida real? Si es sólo recuerdo, ¿somos sólo esto de ahora? Si es vida real, tan real como la que llamamos presente, ¿cómo se unen y se dejan entender como lo que son, es decir, una sola? Pues no hay dos vidas, una que existe y otra que no. Sentimos la de ahora tan nuestra y palpitante como la otra, esa que creemos que ya no existe y remitimos al pasado. Pero, ¿dónde está?

La memoria evoca pensamiento, abstracción, sentir sin objetos ni sujetos ni cuerpos, pero, ¿es tan diferente a lo que vemos y tocamos? Lo que vemos y tocamos, ¿no es sólo “emblema”, como pensaba Thomas Carlyle? “Todas las cosas visibles son emblemas. Nada de lo que ves existe por su propia voluntad, de manera que en rigor no existe realmente, pues la materia no tiene realidad sino para representar y dar cuerpo a una idea”[i]. Emilio Oribe, el poeta y filósofo que se escondió en la idea para enjuiciar la realidad en la que no creía, dejó reflexiones como estas: “Cada acto que realizas es un sorbo de muerte que bebes; cada uno de tus pensamientos es un sorbo de vida.”[ii] “El ser se constituye en la acción; pero sólo se realiza en el pensamiento.”[iii] “Que una sola Idea resplandezca en mí, y os devolveré el universo que habéis construido en mí, oh sentidos engañosos, ¡máscaras adorables!”[iv] Poco importa ser hombre; lo que vale es ser una idea encarnada.”[v]                          


Enero de 2019


(1) Thomas Carlyle, Apuntes sobre la vida heroica, impreso en España, Ingenios, 2017, p. 34.
(2) Emilio Oribe, El mito y el logos, Buenos Aires, Poseidón, 1945, p. 125.
(3) Emilio Oribe, ib., p. 142.
(4) Emilio Oribe, La Dinámica del Verbo, Montevideo, Impresora Uruguaya, 1953, p. 134.
(5) Emilio Oribe, ib., en la misma página.

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