lunes

EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (25)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

PARTE 1

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El miércoles fue el último día de calor. De madrugada el tiempo cambió completamente, y un frío glacial que bajaba de las montañas nos hizo sentir nostalgias por el simulacro del verano que habíamos vivido a contramano los últimos diez días. Decidí llamar a Ángel desde mi escritorio para invitarlo a almorzar conmigo en la cantina. No pareció, en un primer momento, muy entusiasmado.

-Espero que no hayas invitado a Hilda -me dijo con ironía.

-Te podés imaginar que no hubo mala intención. Pensé que podía gustarte pero le erré. Te aseguro que esta vez no hay sorpresas y además no tiene porqué ser hoy. Lo dejamos para otro día, cuando quieras.

-¿A qué hora acostumbrás almorzar?

-A eso de las doce y media.

-Está bien. Te paso a buscar a esa hora a tu escritorio y así aprovecho para tomar un poco del sol que nos quedó.

Barrios volvió de la terminal del ómnibus con la camioneta cargada de medicamentos, muestras gratis de sueros y antibióticos, folletos e instrumental que el Ministerio nos mandaba desde la capital. Lo ayudé a cargarlos hasta el escritorio, y los amontonamos en el depósito. Después le di la lista de las cosas que tenía que distribuir y se fue. A las diez y media llamó ella.

-Sobre lo de ayer de noche.

-Ya sé -le dije. -Fue una bobada mía.

-No me refería a eso. El que me preocupa es Ángel.

-¿Qué pasa con Ángel?

-No sé. Por eso me preocupa. El lunes apenas pude verlo desde lejos, cuando salía de la cantina. Pero ahora lo vi de cerca, y te aseguro que no es el mismo de antes.

-Miriam, estás exagerando.

-Ese muchacho debe estar haciendo un curso para faquir, Diogo. Un poco más y va a poder pasar por abajo de las puertas.

-Bueno, está bastante más flaco. Pero de ahí a pensar que-

-No es sólo la flacura lo que llamó la atención. Parecía tener como una sombra en la cara, no sé. Yo te digo que no es el mismo: o le pasó algo o quién sabe si no le está pasando algo en este momento.

-Voy a conversar con él.

-Esa historia de que estuvo enfermo-

-Se lo pregunto y después te lo cuento. Ahora cuelgo porque estoy lleno de trabajo. A mediodía almuerzo con él en la cantina.

Y pensé: muchachas. Con seguridad que ya habían hablado con Hilda y la otra le llenó la cabeza. Traté de adelantar lo máximo posible el trabajo para no tener que volver corriendo después del almuerzo. Pasé en limpio los datos de la última feria ganadera que se hizo a 120 kilómetros de aquí, con copias para la capital y para nuestros archivos. El tiempo parecía estar volviendo a mejorar un poco. Después del mediodía llegó Ángel con su padre y los recibí en el hall.

-Pasen, pasen que estoy terminando -les dije.

-Yo los dejo para que puedan almorzar en paz -dijo don Octavio, apretándole el hombro a Ángel. -Si no hablo pronto con estos tipos no me sale más la jubilación.

-¿No quiere almorzar con nosotros?

-No, se lo agradezco. Ester me espera en casa, y además así ustedes conversan más tranquilos.

Ángel entró en mi escritorio. Mientras terminaba de escribir lo sentí dar vueltas con los lentes de sol en la mano, mirando los cuadros y las láminas de las paredes. Guardé las hojas en las carpetas correspondientes, cerré el cajón del escritorio y me levanté.

-Así terminan las pobres vaquitas -me dijo.

Estaba parado al lado del dibujo del animal ya dividido en cuartos.

-Las vacas de abasto son para eso. Y no olvidemos que algunos de esos pedazos bien que supieron alimentar ese cuerpito tuyo.

-Ahora no. Ya dejé de comer carne.

-No te creo. No me vas a decir que te volviste vegetariano-

-No. No es para tanto -hizo un gesto circular en dirección a las paredes. -Pero no sé si podría trabajar en un sitio donde hubiera solamente fotos de cosas muertas.

Yo miré los dibujos de ovejas, cabras, cabritos, gallinas, carneros y hasta de caballos que una hacienda del norte exportaba a Francia, todos divididos en cortes.

-Al contrario, no son cosas muertas. Son cosas vivas que permiten que la vida continúe. Tan simple como eso. ¿O acaso pretendemos fundar una sociedad de protección a los animales comestibles?

Sonrió y me miró, sabiendo que esta, por lo menos, se la había ganado.

-Vamos -dijo, palmeándome el brazo. -Vamos a comer.

Cerré el escritorio y cruzamos la plaza. Había vuelto el calor, y era reconfortante pasar entre los olores de las flores de los canteros sombreados.

-El lunes, cuando nos encontramos aquí -dije mientras rodeábamos la fuente desactivada y pasábamos bajo los cables que unían los altoparlantes- yo estaba el con el veterinario del Ministerio de Agricultura.

-Si, me acuerdo.

-Dijo algo sobre vos que me llamó la atención.

-¿Sobre mí? Ese tipo ni me conoce. ¿Qué dijo?

-Que estabas enfermo.

Inclinó la cabeza para pasar debajo de las ramas de un árbol que precisaba una poda, y desembocamos en el sol de la calle.

-Ese tipo no debe ser un veterinario, debe ser adivino. No entiendo por qué carajo la tiene que meterse con la vida de todo el mundo.

-Bueno, Ángel. No lo hizo por mal.

Él no me contestó. No se le alcanzaban a ver los ojos debajo de los lentes, pero supe que estaba enojado y no entendí bien por qué.

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