1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
PARTE 1
10 (1)
El miércoles fue el
último día de calor. De madrugada el tiempo cambió completamente, y un frío
glacial que bajaba de las montañas nos hizo sentir nostalgias por el simulacro
del verano que habíamos vivido a contramano los últimos diez días. Decidí
llamar a Ángel desde mi escritorio para invitarlo a almorzar conmigo en la
cantina. No pareció, en un primer momento, muy entusiasmado.
-Espero que no hayas
invitado a Hilda -me dijo con ironía.
-Te podés imaginar que no
hubo mala intención. Pensé que podía gustarte pero le erré. Te aseguro que esta
vez no hay sorpresas y además no tiene porqué ser hoy. Lo dejamos para otro día,
cuando quieras.
-¿A qué hora acostumbrás
almorzar?
-A eso de las doce y
media.
-Está bien. Te paso a
buscar a esa hora a tu escritorio y así aprovecho para tomar un poco del sol
que nos quedó.
Barrios volvió de la
terminal del ómnibus con la camioneta cargada de medicamentos, muestras gratis
de sueros y antibióticos, folletos e instrumental que el Ministerio nos mandaba
desde la capital. Lo ayudé a cargarlos hasta el escritorio, y los amontonamos
en el depósito. Después le di la lista de las cosas que tenía que distribuir y
se fue. A las diez y media llamó ella.
-Sobre lo de ayer de
noche.
-Ya sé -le dije. -Fue una
bobada mía.
-No me refería a eso. El
que me preocupa es Ángel.
-¿Qué pasa con Ángel?
-No sé. Por eso me
preocupa. El lunes apenas pude verlo desde lejos, cuando salía de la cantina.
Pero ahora lo vi de cerca, y te aseguro que no es el mismo de antes.
-Miriam, estás exagerando.
-Ese muchacho debe estar
haciendo un curso para faquir, Diogo. Un poco más y va a poder pasar por abajo
de las puertas.
-Bueno, está bastante más
flaco. Pero de ahí a pensar que-
-No es sólo la flacura lo
que llamó la atención. Parecía tener como una sombra en la cara, no sé. Yo te
digo que no es el mismo: o le pasó algo o quién sabe si no le está pasando algo
en este momento.
-Voy a conversar con él.
-Esa historia de que
estuvo enfermo-
-Se lo pregunto y después
te lo cuento. Ahora cuelgo porque estoy lleno de trabajo. A mediodía almuerzo
con él en la cantina.
Y pensé: muchachas. Con
seguridad que ya habían hablado con Hilda y la otra le llenó la cabeza. Traté
de adelantar lo máximo posible el trabajo para no tener que volver corriendo
después del almuerzo. Pasé en limpio los datos de la última feria ganadera que
se hizo a 120 kilómetros de aquí, con copias para la capital y para nuestros
archivos. El tiempo parecía estar volviendo a mejorar un poco. Después del
mediodía llegó Ángel con su padre y los recibí en el hall.
-Pasen, pasen que estoy
terminando -les dije.
-Yo los dejo para que
puedan almorzar en paz -dijo don Octavio, apretándole el hombro a Ángel. -Si no
hablo pronto con estos tipos no me sale más la jubilación.
-¿No quiere almorzar con
nosotros?
-No, se lo agradezco.
Ester me espera en casa, y además así ustedes conversan más tranquilos.
Ángel entró en mi
escritorio. Mientras terminaba de escribir lo sentí dar vueltas con los lentes
de sol en la mano, mirando los cuadros y las láminas de las paredes. Guardé las
hojas en las carpetas correspondientes, cerré el cajón del escritorio y me
levanté.
-Así terminan las pobres
vaquitas -me dijo.
Estaba parado al lado del
dibujo del animal ya dividido en cuartos.
-Las vacas de abasto son
para eso. Y no olvidemos que algunos de esos pedazos bien que supieron
alimentar ese cuerpito tuyo.
-Ahora no. Ya dejé de
comer carne.
-No te creo. No me vas a
decir que te volviste vegetariano-
-No. No es para tanto
-hizo un gesto circular en dirección a las paredes. -Pero no sé si podría
trabajar en un sitio donde hubiera solamente fotos de cosas muertas.
Yo miré los dibujos de
ovejas, cabras, cabritos, gallinas, carneros y hasta de caballos que una
hacienda del norte exportaba a Francia, todos divididos en cortes.
-Al contrario, no son
cosas muertas. Son cosas vivas que permiten que la vida continúe. Tan simple
como eso. ¿O acaso pretendemos fundar una sociedad de protección a los animales
comestibles?
Sonrió y me miró,
sabiendo que esta, por lo menos, se la había ganado.
-Vamos -dijo, palmeándome
el brazo. -Vamos a comer.
Cerré el escritorio y
cruzamos la plaza. Había vuelto el calor, y era reconfortante pasar entre los
olores de las flores de los canteros sombreados.
-El lunes, cuando nos
encontramos aquí -dije mientras rodeábamos la fuente desactivada y pasábamos
bajo los cables que unían los altoparlantes- yo estaba el con el veterinario
del Ministerio de Agricultura.
-Si, me acuerdo.
-Dijo algo sobre vos que me
llamó la atención.
-¿Sobre mí? Ese tipo ni
me conoce. ¿Qué dijo?
-Que estabas enfermo.
Inclinó la cabeza para
pasar debajo de las ramas de un árbol que precisaba una poda, y desembocamos en
el sol de la calle.
-Ese tipo no debe ser un
veterinario, debe ser adivino. No entiendo por qué carajo la tiene que meterse
con la vida de todo el mundo.
-Bueno, Ángel. No lo hizo
por mal.
Él no me contestó. No se
le alcanzaban a ver los ojos debajo de los lentes, pero supe que estaba enojado
y no entendí bien por qué.
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