por Andrés Pinzón-Sinuco
Bebe, escribe y coge.
Ese era su consejo de iconoclasta insumiso. Hank, o Charles, o Bukowski,
eran la misma persona y los tres tenían la fuerza de los elementos. El rayo de
su escritura llegó como una llama viva, un fuego agresivo de púgil del que se
desprendía el acto creativo de una literatura prolífica.
Poeta maldito. “Si a tus amigos les empieza a gustar tu trabajo, algo
anda mal. Si los policías andan cerca, algo bueno debe estar pasando. Lo que
necesitas es vivir, tu trabajo debe estar vivo”. Lo decía sin la menor
impostura a Steve Richmond, uno de sus mejores amigos.
Los poemas, sus relatos cortos y las más de cincuenta novelas que
publicó hasta los 73 años, cuando la infame muerte lo sorprendió, emergieron de
un mundo que alucina en pensiones baratas y en bares insumergibles de Los
Ángeles, Estados Unidos.
La primera vez que experimentó el mecanismo de poblar con palabras una
hoja rayada tenía tan sólo 13 años. Sobre un cuaderno de escolar brotó el
hábito que consumiría sus horas desesperadas de viejo loco postrero que siempre
estaba solo, pero que, al mismo tiempo, necesitaba compañía cuando bebía. “Se
sentía muy bien, me parecía muy fácil y agradable escribir, aún me sigue
pareciendo muy fácil y agradable”, lo dijo a una reportera en el
documental Born into this.
El encanto crespuscular de Bukowski era, es y será tan infrecuente que de alguna manera extraña él adivinó que el reconocimiento si bien iba a hacerse esperar, llegaría macizo como un golpe de fortuna irrevocable.
“Los tipos con cámaras y toda la mierda llegaron muy tarde. Me dan
ganas de romperlo todo y decirles que se lo metan por el culo. Los coños firmes
de las rubias han llegado muy tarde. Han llegado muy tarde, pero soy muy
fuerte, los dioses me dieron una coraza, y todavía son buenos conmigo”.
Afirmaba que cuando escribía siempre era el héroe de sus historias, y no podría
ser de otra manera pues sentía desprecio por la autoridad y las normas. Era un
vago y un tipo que se hacía el duro, pero guardaba un corazón latente que se
hacía aguas ante la más mínima reincidencia de afecto.
Henry Charles Bukowski Jr. muy pronto sufragaría en las entrañas un
personaje llamado Hank. Al igual que Ernest Hemingway, de quien se
consideró cómplice insustituible, tenía muy claro que nadie sabe realmente que
es escritor, “sólo se creen escritores”. Demasiado pronto encontró un
bolígrafo y comenzó a escribir sin parar, logrando ser admitido en la carrera
de periodismo de la Universidad de Vermont, en Los Ángeles.
“No hice nada, sólo me tumbaba por ahí y dormitaba. No encontraba
trabajo como periodista. Me decían: ‘termina una especialidad y ya veremos’. Es
muy difícil entrar a trabajar a un periódico, pero creo que si hubieran confiado
en mí, habría sido un buen periodista”, dijo alguna vez Bukowski.
No dejes que te maten
Hacia 1941, cuando Estados Unidos entraba a la Segunda Guerra Mundial,
Hank tenía 21 años. Es memorable su narración en la que cuenta que no fue
admitido en el ejército por el psiquiatra que hacía las selecciones. La
negativa estaba determinada en la incompatibilidad de tener entre sus filas a
un hombre que tuvieras claros tantos conceptos.
“El licor es como una sinfonía, como una canción clásica o algo así. Lo
bebes para subir al cielo cuando te duele algo o cuando estás bajo presión… Soy
un boxeador”
Porque su trabajo tenía que estar vivo, pasó gran parte de principios de
los años cuarenta deambulando por los Estados Unidos. Necesitaba experiencias.
Decía que quería estar lo más lejos posible de su padre. Pensiones baratas y
sitios de alquiler se convirtieron en los espacios desde los que buscaba la
frase de oro. Conseguía trabajos basuras. Sólo comía una barrita de
caramelo al día, costaban un níquel. “Les daba sólo un mordisco y era
maravilloso”.
En paralelo, escribía cuentos y poemas hasta a cuatro editoriales cada
día y recibía siempre el rechazo aplastante de los editores, a los que siempre
consideró los cancerberos de la literatura. Decían que no era lo
suficientemente bueno. Pero Bukowski nunca se rindió.
“Una voz interior me decía no lo abandones. Debes quedarte con una
pequeña ascua porque luego podrás hacer un fuego completo con ella. Me decía:
‘no permitas que te maten’”.
Soportó humillaciones de pie hasta que, por fin, una de las revistas
había aceptado un relato corto. Los escritores norteamericanos no eran tan
reconocidos y las escasas revistas literarias preferían a los europeos, de
manera que le costó mucho trabajo ser reconocido.
A finales de los 40 regresó a Los Ángeles para quedarse. Tenía unos 25
años. Se enrolló con una mujer 10 años mayor que él, aunque parecía que andaba
siempre solo.
“El amor es como cuando te levantas una mañana y ves que hay niebla
después de que haya salido el sol. Es como ese breve instante que hay hasta que
se quema. El amor es una niebla que se quema al primer rayo de luz de la
realidad”.
La tenacidad
Era muy desaliñado. En el 52 tomó un trabajo como cartero en la Oficina
de Correos, pero su andadura de holgazán lo seguía. “Tenía una cara tan ruda
que te echaba para atrás. Odiaba las leyes y los reglamentos por eso el jefe le
imponía las rutas más duras que podía”, contó uno de sus amigos de la
época, Don Muto.
Bukowski empezó a
gritar en sus poemas. Contaba cómo su infancia se asemejaba a una historia de
terror y cómo desde los seis hasta los once años su padre le daba palizas con
una correa de barbero.
“Cuando aguantas tanta mierda durante tanto tiempo tienes la
tenacidad de dar a entender lo que quieres decir. Mi padre fue un gran maestro
de literatura, me enseñó el significado del dolor sin razón”.
Pero gritaba bien en sus escritos y sobre todo por las dos úlceras que
había empollado en los años de trasnocho desmesurado y malos hábitos alimenticios.
El dolor era insufrible. Durante aquella época produjo más poesía que cualquier
otro escritor de su generación y esos textos los enviaba con persistencia a las
editoriales hasta que llegó a ser llamado “El rey de las revistas pequeñas”.
A Bukowski le gustaba rodearse de personas que estaban un poco dañadas.
“Hace tiempo solía pensar que era demasiado feo para las mujeres,
pero me encontré con que las mujeres son muy fuertes. Si tienes algo bueno que
ofrecerles, ya sabes, como tus sentimientos… las mujeres son tan fuertes que
nos les importa si eres manco o si has perdido cinco dedos, o si te sangra la
nariz…”.
Bebía demasiado y le aterraba la idea a pasar un día sin escribir.
Más de quince años estuvo trabajando para el correo estadounidense, doce
en la oficina postal y tres más como cartero. Aunque era un empleo
despreciable, según él, tenía la ventaja de ser nocturno, condición por demás
conveniente dado que no podía dormir por las noches.
Escribía durante todo el día antes de irse a trabajar y así continuó
hasta 1960, cuando el empresario John Martin, quien para entonces no sabía
que iba a ser editor, encontró a los escritores de la generación Beat como Allen
Ginsberg y Jack Kerouac.
Cuando a leyó a Bukowsky, dice Martin, todos pasaron a un segundo plano.
(RULETA RUSA / 2-5-2019)
*Ruleta Rusa agradece las facilidades de la
revista Otras Inquisiciones para la
publicación de este artículo.
Periodista y escritor colombiano. Participante del Pen Club Colombia de
Escritores. Trabajó durante ocho años como editor y periodista en el periódico
El Universal, de Cartagena de Indias. Además, desarrolló el programa de UdeC
Radio 'Trovadores' de la Universidad de Cartagena, especial musicalizado del
cual es director y realizador. Fue ponente en 2015 de la Tercera Edición de la Conferencia
Internacional de la Ética en la Comunicación, de Sevilla, España, con la
comunicación escrita titulada 'El concepto de la ética en la obra de Gabriel
García Márquez'. Trabajó en 2014 como Asesor de Prensa en la Universidad
Internacional de Andalucía (UNÍA), de España. Tiene un diplomado en Formación
Pedagógica de la Universidad de Cartagena, institución de la cual es egresado
del programa de Comunicación Social y Periodismo. Actualmente reside en
Alemania, país del cual estudia su cultura e idioma. Es el Director General de
Otras Inquisiciones.
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