-Me llamo
Jean Valjean: soy presidiario. He pasado en presidio diecinueve años. Estoy
libre desde hace cuatro días y me dirijo a Pontarlier. Vengo caminando desde
Tolón. Hoy anduve doce leguas a pie. Esta tarde, al llegar a esta ciudad, entré
en una posada, de la cual me despidieron a causa de mi pasaporte amarillo, que
había presentado en la alcaldía, como es preciso hacerlo. Fui a otra posada, y
me echaron fuera lo mismo que en la primera. Nadie quiere recibirme. He ido a
la cárcel y el carcelero no me abrió. Me metí en una perrera, y el perro me
mordió. Parece que sabía quién era yo. Me fui al campo para dormir al cielo
raso; pero ni aun eso me fue posible, porque creí que iba a llover y que no
habría un buen Dios que impidiera la lluvia; y volví a entrar en la ciudad para
buscar en ella el quicio de una puerta. Iba a echarme ahí en la plaza sobre una
piedra, cuando una buena mujer me ha señalado vuestra casa, y me ha dicho:
llamad ahí. He llamado: ¿Qué casa es ésta? ¿Una posada? Tengo dinero. Ciento
nueve francos y quince sueldos que he ganado en presidio con mi trabajo en
diecinueve años. Pagaré. Estoy muy cansado y tengo hambre: ¿queréis que me
quede?
-Señora
Magloire -dijo el obispo-, poned un cubierto más.
El hombre
dio unos pasos, y se acercó al velón que estaba sobre la mesa.
-Mirad
-dijo-, no me habéis comprendido bien: soy un presidiario. Vengo de presidio y
sacó del bolsillo una gran hoja de papel amarillo que desdobló-. Ved mi
pasaporte amarillo: esto sirve para que me echen de todas partes. ¿Queréis
leerlo? Lo leeré yo; sé leer, aprendí en la cárcel. Hay allí una escuela para
los que quieren aprender. Ved lo que han puesto en mi pasaporte: "Jean
Valjean, presidiario cumplido, natural de..." esto no hace al caso...
"Ha estado diecinueve años en presidio: cinco por robo con fractura; catorce
por haber intentado evadirse cuatro veces. Es hombre muy peligroso." Ya lo
veis, todo el mundo me tiene miedo. ¿Queréis vos recibirme? ¿Es esta una
posada? ¿Queréis darme comida y un lugar donde dormir? ¿Tenéis un establo?
-Señora
Magloire -dijo el obispo-, pondréis sábanas limpias en la cama de la alcoba.
La señora
Magloire salió sin chistar a ejecutar las órdenes que había recibido.
El obispo
se volvió hacia el hombre y le dijo:
-Caballero,
sentaos junto al fuego; dentro de un momento cenaremos, y mientras cenáis, se
os hará la cama.
La
expresión del rostro del hombre, hasta entonces sombría y dura, se cambió en
estupefacción, en duda, en alegría. Comenzó a balbucear como un loco:
-¿Es
verdad? ¡Cómo! ¿Me recibís? ¿No me echáis? ¿A mí? ¿A un presidiario? ¿Y me
llamáis caballero? ¿Y no me tuteáis? ¿Y no me decís: "¡sal de aquí,
perro!" como acostumbran decirme? Yo creía que tampoco aquí me recibirían;
por eso os dije en seguida lo que soy. ¡Oh, gracias a la buena mujer que me
envió a esta casa voy a cenar y a dormir en una cama con colchones y sábanas
como todo el mundo! ¡Una cama! Hace diecinueve años que no me acuesto en una
cama. Sois personas muy buenas. Tengo dinero: pagaré bien. Dispensad, señor
posadero: ¿cómo os llamáis? Pagaré todo lo que queráis. Sois un hombre
excelente. Sois el posadero, ¿no es verdad?
-Soy -dijo
el obispo- un sacerdote que vive aquí.
-¡Un
sacerdote! -dijo el hombre-. ¡Oh, un buen sacerdote! Entonces ¿no me pedís
dinero? Sois el cura, ¿no es esto? ¿El cura de esta iglesia?
Mientras
hablaba había dejado el saco y el palo en un rincón, guardado su pasaporte en
el bolsillo y tomado asiento.
-Señor
cura -dijo el hombre-, sois bueno; no me despreciáis, me recibís en vuestra
casa.
Encendéis
las velas para mí. Y sin embargo, no os he ocultado de donde vengo, y que soy
un miserable.
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