por Nadia Smirnova
El
escritor británico Aldous Huxley es ampliamente conocido por
su contribución al género de la distopía con Un mundo feliz (1932),
una obra provocadora, profética, que habla del fin de la individualidad
provocado por el progreso y la globalización. Más allá de la
novelística, podemos encontrar un amplio espectro de géneros en la creación
literaria del autor, desde tratados y guiones cinematográficos hasta teatro y
poesía. Un hombre de una mente infatigable, y un notable inconformismo, Huxley
tuvo infinitas inquietudes –la música, la psicología, el misticismo, la
medicina, el arte–, que de una forma u otra se reflejan en sus obras.
En
su gran parte, un campo de intereses tan inmenso puede explicarse por la
procedencia de Aldous, puesto que creció en una familia de grandes
intelectuales: su padre era biólogo y profesor; su madre, una de las
primeras mujeres para graduarse de Oxford y fundadora de una escuela femenina.
Su abuelo por la parte paterna, Thomas H. Huxley, además de gran dibujante, era
científico y colaborador de Darwin, mientras que en la parte
materna de la familia encontramos al ilustre poeta Matthew Arnold y a la
novelista Mrs. Humphry Ward. Así, los ancestros de Aldous desarrollaron una
notable actividad, tanto en el campo de las humanidades como en el de
las ciencias, mundos que actualmente se conciben como opuestos e
irreconciliables.
Precisamente
es Huxley quien hereda ese doble legado: desde los primeros momentos de su
carrera como escritor, demostró una gran preocupación por los dos mundos, y “se
había esforzado, incansable, en agrupar los conocimientos humanos, científicos,
intuitivos, artísticos, en un equilibrio capaz de armonizar hombre y
naturaleza”, como expresa MacDermott. De este modo, Aldous se posiciona en
el punto de intersección y crea un equilibrio perfecto entre el
racionalismo y la sensibilidad. Podemos encontrar la demostración de ello
en cualquiera de sus obras. En el Contrapunto, publicado en
1928, Huxley escribe:
El
griego sensato, armonioso, obtiene el mayor rendimiento posible de esos dos
grupos de estados. No es tan tonto que quiera matar una parte de sí mismo.
Guarda el equilibrio. Esto no es fácil, por supuesto: es hasta endiabladamente
difícil. Las fuerzas que hay que conciliar son intrínsecamente hostiles. El
alma consciente pugna contra las actividades de la parte inconsciente, física,
instintiva del ser total. La vida de la una es la muerte de la otra, y
viceversa. Pero el hombre sensato trata al menos de guardar el equilibrio. Los
cristianos, que no eran sensatos, han dicho a las gentes que debían echar la
mitad de sí mismas al cesto de los papeles. Y ahora vienen los científicos y los
hombres de negocios y nos dicen que debemos arrojar la mitad de lo que nos han
dejado los cristianos. Pero yo no quiero estar muerto en las tres cuartas
partes. Prefiero estar vivo, enteramente vivo. Es hora de que se inicie una
revolución en favor de la vida y de la plenitud.
Este
pasaje también sirve como una demostración del interés que manifestó Huxley
hacia un tema tan controvertido como la relación entre la ciencia y la
religión. Sus conclusiones con respecto a ello pueden encontrarse en varios
escritos, como La filosofía perenne (1945) o Cielo
e Infierno (1956), pertenecientes a la época tardía de la obra de
Huxley, caracterizada por el misticismo y la religión. En 1952 publica Los
demonios de Loudun, una novela testimonio que narra los hechos
sucedidos en el primer tercio del siglo XVII en Loudun –un polémico caso de
posesión demoníaca sobre un convento de monjas ursulinas–. Como en la gran
parte de los escritos de Aldous, el caso histórico es un pretexto para una
serie de reflexiones sobre la natura hominum y todo lo que a
ella concierne. Los demonios de Loudun es un libro que habla
de los infiernos del ser humano, con sus demonios particulares en forma
de deseos de autoafirmación y de autotrascendencia, de sus vicios y
sus pecados, hasta llegar al círculo de la infrahumanidad.
Los
hombres desean reforzar dentro suyo la conciencia de que son aquello que ellos
mismos siempre han considerado ser, pero también desean –reiteradamente y con
incontenible violencia– llegar a alcanzar la conciencia de que son algo más. Se
arrojan fuera de sí mismos para poder rebasar los límites del pequeño y aislado
universo dentro del que cada uno se halla confinado. Este deseo de
trascendencia que invade a un individuo no es idéntico al deseo de escapar al
dolor físico o al dolor moral. Es verdad que, en muchos casos, el deseo de
escapar al dolor refuerza el deseo de trascendencia que uno tiene; pero este
último puede existir sin el otro. Si no fuera así, los individuos sanos y
afortunados que “han hecho un excelente ajuste con la vida” nunca sentirían la
urgencia de ir más allá de sí mismos. Pero lo hacen. Hasta entre aquellos a
quienes la naturaleza y la fortuna han dotado con más esplendidez, encontramos
un profundo y arraigado horror de su propia personalidad, un ardiente anhelo de
quedar libres de esa repulsiva identidad a la que la misma perfección de su
“ajuste con la vida” los ha condenado. Cualquier hombre o mujer, tanto el ser
más feliz, como el más desgraciado y miserable, pueden llegar, súbita o
gradualmente, a lo que el autor de La nebulosa de lo desconocido denomina “desnudos
conocimientos y sentimiento del propio ser”. Esta conciencia inmediata de la
propia personalidad engendra un agónico deseo de rebasar la isla del yo que
está en cada uno. Soy amargura, escribe
Hopkins.
Huxley
introduce sus propios comentarios e hipótesis para reinterpretar los hechos
desde la racional visión del hombre moderno, donde la epistemología, la
fisiología y, sobre todo, la perspectiva histórica tienen una gran relevancia.
Así, analiza aspectos como los modos de vida, los ideales y los problemas de la
época, arrojando luz sobre las premoniciones, convicciones y depravaciones de
las personas implicadas.
Bien
es sabido que la Edad Moderna se caracteriza por la constante presencia de dos
grandes protagonistas inseparables: la Iglesia y la Monarquía, de
modo que en el siglo XVII la religiosidad estaba estrechamente ligada a
la política. El nombre de Dios solía usarse para fines personales, de
prestigio, venganza o autoafirmación, por lo cual cabe destacar la separación
entre dos fenómenos que, a primera vista, han de ir de la mano: la religiosidad
y la fe. Huxley analiza los vínculos sociopolíticos de todos los integrantes de
la historia de aquellas monjas endemoniadas, llegando hasta el cardenal
Richelieu y los reyes de Francia. No es de extrañar que en esta coyuntura un
caso de posesión puede explicarse como un simple fraude causado por la
desmesura de ambiciones personales en el contexto de una sociedad totalitaria,
y no como un pacto con Satanás.
Evidentemente,
en aquella época esa perspectiva no era viable, dado que se trataba de “una
sociedad que se dedicaba a la captura de los demonios”. Por esta misma razón,
en Loudun no se dispensó de los exorcismos y los procedimientos médicos,
por lo que Huxley dedica una gran parte del libro a los métodos de tratamiento
de la época, donde el hecho fundamental es el desconocimiento de las vías del
funcionamiento tanto de la fisiología (estructura celular o química) como de la
psicología humana (el subconsciente, no estudiado debidamente hasta
principios del siglo XX). Así, lo que ahora podría interpretarse como un caso
de histeria, neurosis o hipocondría, se explicaba supersticiosamente como un mal
causado por los hechizos, encantamientos o el exceso de la bilis negra.
Para acercarnos a la mentalidad del siglo XVII, Huxley recurre a la mención del
inglés Robert
Burton, cuyo ensayo Anatomía de la Melancolía presenta
una perfecta demostración de la teoría de la naturaleza humana, incluyendo los
convencimientos filosóficos y médicos de todo un período de la historia de la
humanidad. Se hacen evidentes las carencias de la medicina de los primeros
tiempos de la Edad Moderna –eran los azotes, la sangración o el uso de
antimonio metálico como una purga lo que se empleaba como tratamiento para
casos que hoy en día se reconocen como meramente psicológicos–: “Por experiencia
puedo afirmar que muchos hombres melancólicos e hipocondríacos se curaron con
la exclusiva aplicación de lavativas” (Robert Burton).
Huxley
presenta un estudio íntegro de la historia de las ursulinas, incluyendo un
factor tan complejo como lo es la humanidad en su
plenitud.
Nadie
puede concentrar su atención en el mal o en la simple idea del mal, sin verse
afectado por él. Una posición más profunda contra el demonio que con Dios, es peligrosa. La posesión es con mayor frecuencia
secular que sobrenatural. Los hombres son poseídos por los propios pensamientos
de odio a una persona, a una clase, a una raza, a una nación. Actualmente, los
destinos del mundo se hallan en manos de los que se han endemoniado por sí
mismos, de esos hombres que son poseídos por, y que manifiestan, el mal que han
elegido ver en otros. No creen en los demonios, pero han hecho todo lo posible
para ser poseídos y lo han logrado. Y puesto que creen menos en Dios que en el
diablo, parece inverosímil que sean capaces de curarse a sí mismos de su
posesión.
En
su análisis de los sucesos de Loudun tienen cabida las inquietudes de los
individuos, todos ellos, con sus sentimientos, sus propias maneras de percibir
la realidad y sus cuerpos, inevitablemente unidos con sus espíritus… La psicofísica era
un tema de especial interés para Huxley, y en consecuencia, recurrente en sus
obras. “¿Es que el desorden mental tiene por causa un desorden químico? Y ¿el
desorden químico se debe a su vez a angustias psicológicas que afectan a las
suprarrenales?” (Las puertas de la percepción). En Los demonios
de Loudun el autor inglés insiste en la correspondencia entre el
estado anímico y el físico de uno, destacando sobre todo la causalidad
espiritual del malestar del organismo humano.
Durante
años de un crónico desasosiego había mantenido tan escaso aliento en sus
pulmones, que parecía vivir en todo momento al borde de la asfixia. Casi
súbitamente, su diafragma se ponía en movimiento; respiraba profundamente y era
capaz de llenar sus pulmones de aire que daba vida. Realmente experimentaba en
su cuerpo un fenómeno análogo al de su liberación espiritual.
Huxley
da una explicación racionalista y justificada de los acontecimientos; no
obstante, el libro no es privado de misticismo. En Los demonios de
Loudun se hace evidente la aspiración de Huxley de combinar la
materia con el espíritu, una necesidad intrínseca de su persona. En
consecuencia, en ocasiones plantea ideas que incluso hoy en día podrían
considerarse radicalmente innovadoras e insólitas, pero en ningún caso faltas
de sentido o razonamiento.
No hay nada
intrínsecamente absurdo o contradictorio en la idea de la admisibilidad de
espíritus no humanos, sean buenos, malos o indiferentes. Nada nos obliga a
creer que la únicas inteligencias que hay en el universo se hallan conectadas
al cuerpo del ser humano y de los animales en general. Si se acepta el
testimonio que nos ofrecen la clarividencia, la telepatía y la previsión,
entonces debemos admitir que hay procesos mentales en verdad independientes del
espacio, del tiempo y de la materia. Si esto es así, parece que no existe razón
alguna para negar a priori
que
puede haber inteligencias no humanas, enteramente descarnadas o asociadas con
la energía cósmica de un modo hasta ahora para nosotros desconocido.
Todavía
ignoramos cómo se halla asociada la mente de una persona con esa vorágine de
tan compleja organización, ese vértice misterioso de la energía cósmica al que
llamamos cuerpo. Que existe alguna asociación es evidente; ahora bien, de lo
que no tenemos idea es de cómo la energía se transforma en proceso mental y
cómo el proceso mental afecta a la energía.
En su introducción al tomo de la poesía completa de Aldous Huxley, Jesús Isaías Gómez López afirma que la forma poética impregna toda la producción narrativa del escritor británico. Efectivamente, en cualquier de sus escritos, es un constante modo de expresión, a través del cual se puede observar su fascinación por el lenguaje y su soltura poética, independientemente de la materia sobre la que se indaga. Los demonios de Loudun no es una excepción, y de hecho, tanto la poesía como el lenguaje forman todo un tema en la susodicha obra.
La
pluma es más eficaz que la espada, pues es por el pensamiento hecho verbo por
lo que nosotros dirigimos y mantenemos nuestros esfuerzos y realizamos nuestras
obras. Pero también está el riesgo de usar las palabras como sustitutos,
viviendo en un universo puramente verbal y no en el mundo concreto de la
experiencia inmediata. Cambiar un vocabulario es fácil; cambiar las
circunstancias externas o nuestros hábitos inveterados es duro y enojoso. […]
La letra mata o, al menos, deja inerte. Es el espíritu, la realidad que subyace
bajo los signos verbales, lo que procura nueva vida.
Los
Demonios de Loudun es un libro
enriquecido con abundantes referencias y citas. Huxley recurre a los escritos
anteriores y contemporáneos de la posesión (como A. Lefèvre, S. J. o Kramer y
Sprenger), lo que hace que el libro se asemeje al Passagenwerk,
la inacabada obra maestra de Walter Benjamin, donde el alemán pinta
el retrato de la época decimonónica únicamente a través de la citación.
Evidentemente, el objetivo de Huxley no fue el mismo, por tanto, aparte de los
autores fundamentales para la interpretación del caso de las monjas
endemoniadas, alude a autores como Whitman,
Plinio, Corneille, Kierkegaard y
Flaubert, entre muchos más. Así, a la hora de hablar de la infrahumanidad,
recurre a dos poemas de Baudelaire y Mallarmé que
nos acercan a diferentes formas de enfrentarse a la Nada; y cuando
lleva a cabo un análisis psíquico de los protagonistas de la historia, anticipa
la citación de Blake que
posteriormente dará origen al título de uno de sus tratados más destacables que
tuvo un notable impacto sobre la cultura de su tiempo, Las puertas
de la percepción (1954):
Espontáneamente,
y por una especie de bendito acontecimiento, había penetrado en aquel mundo
infinito y eterno que todos nosotros podríamos habitar con tan sólo –según
expresión de Blake– “tener purificadas las ventanas de la percepción”.
A
primera vista, parece que los pensadores de períodos tan separados en el eje
temporal no tienen relación alguna con el estudio del caso particular, no
obstante, hemos de acordarnos que se trata de un libro que presenta una
perspectiva transversal y atemporal del género humano. Las referencias de Huxley
constituyen un recurso que demuestra, en las palabras del propio autor,
que:
El
encanto de la historia y de sus enigmáticas lecciones consiste en el hecho de
que nada cambia a lo largo de los siglos y, sin embargo, todo es completamente
distinto. En los personajes de otros tiempos y de culturas extrañas reconocemos
nuestra demasiado humana identidad y sabemos, mientras lo hacemos, que el marco
de referencia de nuestras vidas ha cambiado, que ciertas proposiciones que
entonces parecían axiomáticas son ahora insostenibles y que lo que nosotros
consideramos como evidentes postulados no podían, en un período anterior, tener
cabida en la mentalidad más osadamente especulativa. Sin embargo, las
diferencias entre aquellos tiempos y el nuestro son siempre periféricas. una
identidad fundamental subsiste en el núcleo. Los seres humanos, como mentes
encarnadas, sujetas al desgaste físico y a la muerte, capaces de sentir dolor y
placer, sometidas a sus anhelos y aversiones, y oscilantes entre el deseo de
autoafirmación y el de autotrascendencia, se enfrentan, en todo tiempo y lugar,
con los mismos problemas, arrostran las mismas tentaciones y el orden de las
cosas les permite realizar la misma elección entre la pasividad y el
esclarecimiento. El contexto cambia, pero la sustancia y el significado son
invariables.
Dentro
de la obra de Aldous Huxley, Los demonios de Loudun es una
demostración más de la extraordinaria educación del autor y de su deseo de la
claridad en el discurso histórico, que de forma directa se relaciona con la
aspiración a concienciación del ser humano. Como expresa en la novela, “el
pensamiento independiente y propio es el mejor antídoto contra los que se
hallan sumergidos en la masa”. Huxley procura abrir sus propias puertas de percepción,
invitando a sus lectores al viaje hacia lo desconocido y fascinante,
pero sobre todo, hacia lo armonioso, donde las ciencias y las humanidades no
son maniqueas, sino que forman parte del mismo discurso.
Una
poesía que representa al hombre aislado de la naturaleza, lo hace
inadecuadamente. Y, de modo análogo, una espiritualidad que anhela conocer a
Dios sólo en las almas de los hombres, sin considerar al propio tiempo el mundo
que no es de naturaleza humana y con el cual nos hallamos de hecho indisolublemente
ligados, es una espiritualidad que desconoce la plenitud del ser divino.
(El vuelo de la lechuza / 16-9-2018)
(El vuelo de la lechuza / 16-9-2018)
No hay comentarios:
Publicar un comentario