martes

JUAN VILLORO “LO NUESTRO DEBERÍA LLAMARSE HISPANOAMERICANO”


por Fernando Díaz de Quijano


El escritor publica El vértigo horizontal, un recorrido por la inabarcable y múltiple Ciudad de México en el que confluyen la literatura de viajes, la crónica periodística y la autobiografía

De principio a fin o siguiendo distintas rutas como líneas de metro. Así puede leerse el último libro de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), El vértigo horizontal (coeditado por el sello oaxaqueño independiente Almadía y Anagrama), un peculiar retrato de su megalópolis natal a partir de sus lugares, sus personajes, los recuerdos personales del escritor o acontecimientos, entre ellos los terremotos de 1985 y de 2017 (ambos ocurridos un 19 de septiembre). Villoro se convierte así en una mezcla de flâneur, cicerone y protagonista de una ciudad donde caminar tranquilamente por la calle se ha convertido en una utopía en los últimos años. El título del libro, tomado de una expresión inventada por Pierre Drieu La Rochelle para describir La Pampa argentina, alude a la apabullante extensión y el caótico crecimiento de esta urbe de 9 millones de habitantes (sin contar la zona metropolitana, que supera los 20). Conocida anteriormente como Distrito Federal, en 2016 cambió su estatus legal y su nombre por el de Ciudad de México y el escritor participó en el equipo ciudadano que redactó el borrador de su constitución.
¿Se puede considerar este libro como una peculiar guía de viaje de la Ciudad de México?
Una de las cosas más gratas de los viajes es con quién los haces, con quién estás conversando, cómo vas viendo los lugares a partir de lo que otra persona te señala o sugiere. Se podría decir que este es un libro para acompañar en el viaje. No es una guía exhaustiva de la ciudad, porque además plantea muchas cosas problemáticas que yo no quisiera que la gente viviera, no es en ese sentido un catálogo de atracciones sino de las luces y sombras de la ciudad. Cuando leí Estambul, de Orhan Pamuk, me enteré de cosas de su familia, de los autores que le interesaban, de historias secretas de la ciudad. Ese es el tipo de libro que a mí me gusta, un viaje literario o sentimental.
El libro se compone de diferentes textos, algunos de los cuales tienen más de veinte años. ¿Cómo compuso el conjunto?
Empecé a escribir de la ciudad hace 25 años. En 1994 ocurrió el levantamiento zapatista y entonces se produjo un viraje cultural muy importante en México, porque pusieron el tema indígena en la agenda de la modernidad. Hasta entonces nos referíamos a los indígenas en pasado. El levantamiento fue en enero y en marzo de ese mismo año recibí una invitación a escribir algo de la ciudad de México y busqué un tema que tratara de combinar nuestra aparente modernidad con las muchas influencias del mundo prehispánico, y lo encontré en el metro, porque todas las cosmogonías prehispánicas ocurren bajo tierra y el sistema de señales del metro tiene un código pictográfico, como los códices indígenas, entre otras cosas porque todavía hay mucho analfabetismo en la ciudad. Además hay remanentes prehispánicos en las estaciones; por ejemplo, en la de Pino Suárez hay una pirámide y hay muchas estaciones con nombres prehispánicos. A partir de todos estos elementos hice una versión del metro que trataba de establecer un contacto con los pueblos del origen. Ese fue el primer texto que escribí. A partir de entonces escribí crónicas tratando de establecer conectivas no muy usuales en el entendimiento del espacio urbano, y hace unos ocho años me di cuenta de que ya tenía suficiente material como para armar un libro, con el problema de que ese material se parecía demasiado a su tema, había crecido desordenadamente como la ciudad de México y más que un corrector de estilo necesitaba urbanista. Entonces se me ocurrió nuevamente recurrir al metro y trazar seis líneas principales de lectura que se intersecaran y que permitieran leer el libro de distintos modos, de principio a fin o siguiendo algunas de estas líneas de lectura, una más autobiográfica y personal, otra sobre personajes de la ciudad, otra de lugares, otra de sobresaltos, y así sucesivamente.
El título El vértigo horizontal procede de la expresión inventada por La Rochelle para describir inmensidad de La Pampa argentina.
Sí, normalmente pensamos que el vértigo ocurre hacia abajo y representa la pérdida del equilibrio, pero hay extensiones tan amplias que suscitan vértigo en el horizonte, como es el caso de la Antártida, La Pampa o la Ciudad de México. A Borges le sorprendió que un francés recién llegado encontrara la expresión perfecta para describir un paisaje que él no había podido sintetizar de esa manera. Me apropié de ella para hablar de una ciudad que durante muchos años creció como una marea de casas bajas y hoy se está redensificando y convirtiendo en una selva vertical. Los nuevos métodos de ingeniería y la especulación inmobiliaria han hecho que la ciudad de México se esté manhattanizando, por así decirlo. Pero eso es reciente. El libro retrata sobre todo los últimos 50 años de expansión horizontal de la ciudad.
 ¿Esa expansión ha tenido alguna planificación urbanística?
No. Falta un plan maestro. El principal estímulo para construir en la ciudad ha sido la especulación pura y dura. Hay un verso de Ezra Pound que dice “con usura, no hay casa de buena piedra”. Y esto se demuestra cada vez que hay un terremoto en la Ciudad de México, muchos edificios se vienen abajo, tristemente muchos de ellos son públicos, y más tristemente muchos de ellos son escuelas. La ciudad ha crecido sin orden ni concierto pero es también un espacio sumamente creativo y estimulante. Los que vivimos allí, los chilangos, todos los días juramos abandonar la ciudad y todos los días nos reconciliamos con ella. Este libro trata de ver esas luces y sombras de mi ciudad.
Usted estuvo presente en los dos terremotos, el de 1985 y el de 2017. ¿Cómo los vivió?
Sí, viví los dos y también el de Chile de 2010, que fue el quinto más fuerte de la Tierra. Escribí un librito sobre eso, 8.8, el miedo en el espejo. Aquel fue más fuerte desde el punto de vista sísmico, pero mucho menos dañino porque la arquitectura chilena es una forma del milagro, y es un país mucho más organizado y preparado para estas contingencias que nosotros. En cambio, siendo mucho menos fuertes, los terremotos de México de 1985 y 2017 causaron graves daños en la ciudad. Mi libro acaba con el segundo. Fue una tragedia pero al mismo tiempo reveló la intensa solidaridad de la gente. El último texto se llama El puño en alto, es una especie de letanía dedicada a los brigadistas, que levantaban el puño para que todo el mundo guardara silencio y se pudiera escuchar si alguien seguía con vida. Ese gesto solidario que podría utilizarse en muchas circunstancias, el de tratar de escuchar qué dice el menos favorecido, se convirtió en lo más importante de las jornadas posteriores al terremoto y reveló la verdadera cara de la ciudad. Yo en esa letanía digo “eres del lugar donde recoges la basura”. Si estás dispuesto a hacerte cargo de los desperdicios, es que eres de ese sitio.
Antes mencionaba esa relación de amor y odio de quienes habitan una gran ciudad. ¿Qué le hace querer marcharse de la Ciudad de México y qué le reconcilia con ella?
Todos los escritores que se han enfrentado a grandes metrópolis las han visto como lugares de esímulo y perdición, como una Babel o Leviatán. James Joyce se refería a su adorada Dublín con tres ddear dirty Dublin; Robert Musil definía Viena como Kakania, una letrina; y Karl Kraus habló también de Viena como un laboratorio para el fin de los tiempos. Estas ciudades, que a la distancia parecen muchísimo más tolerables y ordenadas que las nuestras, recibieron también estos insultos de gente que sin embargo quería mucho sus espacios, y lo mismo ocurre con la ciudad de México. Es un lugar que te estimula pero al mismo tiempo te desafía a permanecer ahí, porque el solo hecho de vivir en ella es un trabajo de medio tiempo: desplazarte, hacer un cobro, resolver un trámite, recoger a tus hijos en la escuela, todas estas cosas que forman parte habitual de la vida, de pronto te consumen el tiempo de un trabajo. Es una ciudad que te desvive y te desgasta pero también te da muchas cosas a cambio, por eso seguimos ahí, es como un amor neurótico.


En el libro cuenta que la ciudad estuvo a punto de tener un huso horario distinto al del Estado de México y los demás de su zona. ¿La ciudad, lo que antes era el D. F., ha ido siempre por libre?
Es una buena pregunta. Una quinta parte de la población del país vive en el D. F. La concentración de poderes allí es enorme, siempre ha sido así. El imperio azteca era absolutamente centralista y sometía a muchos otros pueblos. La colonia durante tres siglos mantuvo un orden centralista. Y los gobiernos del México independiente, sobre todo en el siglo XX con el PRI, también fueron muy centralistas. Eso ha hecho que la ciudad sea como un país en sí mismo. Por ejemplo, desde 1997 ha sido gobernada por la izquierda. El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas fue el primer Jefe de Gobierno del Distrito Federal electo por votación. Desde entonces la izquierda nunca ha perdido las elecciones y eso ha hecho que sea una ciudad mucho más progresista que el resto del país. Se legalizó el aborto, se aceptaron los matrimonios de convivencia, el matrimonio gay… Es una ciudad de mayores libertades que el resto del país y una ciudad de acogida de migrantes. Esto que digo suena un tanto idílico, también es una ciudad violenta, contaminada, discriminatoria. Tiene muchos problemas pero a pesar de ello ha logrado mantener una agenda liberal importante.
¿Cómo son los contrastes sociales en la ciudad?
Yo hice el servicio militar en la punta norte de la ciudad. Iba vestido como conscripto [soldado en periodo de instrucción] y la gente de esa colonia, muy popular, cercana a un barrio ferrocarrilero, me aceptaron entre ellos porque pensaron que yo era un joven pobre, no alguien perteneciente a la clase media favorecida que pronto sería un universitario. Tuve un noviazgo con una chica de allí a la que solo pude conocer porque el uniforme me permitió desclasarme y entrar en esa otra ciudad, en una casta distinta. México es un país muy estratificado. Otro ejemplo de esto son las crónicas que incluyo en el libro sobre los niños de la calle que viven en las alcantarillas. El clima de la ciudad de México es bastante benévolo y hay niños que llegan caminando desde Centroamérica para vivir en la calle.
¿Qué espera del gobierno de López Obrador?
Aun no sabemos, estamos en una situación experimental. Están cambiando muchas cosas pero espero que no se polarice demasiado la discusión. Vivimos en un mundo muy propenso a las polarizaciones, fomentadas por las redes sociales. Lo vemos en Estados Unidos, en Brasil, en Italia, en Argentina, en muchos lugares. El analista debe aceptar que su puesto no está en una silla o en otra, sino en el hueco entre dos sillas, que no es un espacio para sentarse cómodamente sino para observar lo que puede estar bien en una silla y lo que puede estar mal en la otra. Creo que López Obrador ha tenido muchos aciertos, como la desclasificación de todos los informes de la policía política, haber convertido un presidio oprobioso como las Islas Marías en un centro cultural, haber iniciado el combate contra la piratería de gasolina por parte de las mafias. Pero al mismo tiempo hay otras medidas que contravienen una agenda liberal o progresista, por ejemplo la posible creación de un tren en la península de Yucatán que va a arrasar con la ecología, conlos sitios arqueológicos, y va a convertir a los descendientes de los pueblos originarios en simples empleados del gran capital turístico internacional. El proyecto se llama “tren maya” pero de maya solo tiene el nombre, me parece terrible.

¿Qué le parece la petición de López Obrador de que España pida disculpas por la conquista de México?

Él ha hecho un uso social del perdón muy importante en lo que toca al ámbito de su competencia. Ha pedido perdón a víctimas de la violencia, a personas que han sufrido abusos. Me parece significativo porque al pedir perdón por hechos que ocurrieron en otras administraciones él se está comprometiendo a que esto no vuelva a suceder. Más complicado me parece pedir perdón por lo que ocurrió hace 500 años. Sería como decir que la situación de los pueblos originarios depende exclusivamente de España y durante 200 años de independencia de México han seguido sojuzgados. Se debe reconocer que la conquista fue una empresa del expolio y de la sangre, desde luego, pero el despojo que los indígenas sufren hoy es responsabilidad del México moderno. Es pura demagogia.
¿Cree que sigue existiendo un colonialismo cultural y lingüístico por parte de España en América?

Es evidente que la industria editorial más poderosa sigue teniendo sede en España y los principales medios de información también. Aparte de esto hay usos que son inconscientes. Yo tengo muchos amigos traductores aquí en España y yo mismo ejerzo la traducción. Para un mexicano sería impensable traducir una novela inglesa ubicada en la guerra civil española donde los milicianos hablaran con modismos mexicanos. Sería un despropósito. En cambio un traductor español traduce una novela ubicada en México donde hablan sicarios y le parece normal que hablen con modismos españoles. Eso es así porque hay un sentido de propiedad y autoridad del idioma muy naturalmente aceptado. El hecho de decir que hablamos español es un acto colonial. Debemos tener conciencia de que es una lengua hispanoamericana.

¿Usted le cambiaría el nombre al idioma?

Sí, propondría que se llamara idioma hispanoamericano, porque la lengua ya no es española aunque en su origen sí lo fuera. Sería un reconocimiento importante.



(El Cultural / 16-4-2019)


No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+