lunes

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (28)


La Comisaría (3)

Mientras los veía retornar y recibir la incorporación del que había caído:

-¡El Recluta! ¡No te dije! ¡El Recluta! -el Tigre, así bramante, estaba calculando que, como toditos sus milicos eran culpables, no iba a tener con quién mandarlos a las guascas.

-¡Si solito quedo yo en libertá, esto no tiene fundamento!

Y se dio vuelta sin esperar a los suyos para cruzar el patio, apagar y encender su fulguración al pasar bajo el ombú, y atenuar definitivamente aquellos brillos cuando se metió en la Mayoría a ganar su silla. Mas fue todo uno sentarse y quedar parado y hecho arco.

-¡A que alguno se me alzó anoche con el tintero!

De un manotazo levantó el lindo quepis. Y se sintió duramente defraudado, porque apareció el tintero. Por tal razón fue que exclamó:

-¡Chamuchina como esta, jamás se ha visto!

En seguida el Sargento Primero Cimarrón asomó, muy, muy cauteloso a la cabeza, trepidante por el jadeo. Y la volvió a retirar como si le hubieran salpicado la cara con agua caliente.

-¡Sargento Primero!

Ahora este se recortó de cuerpo entero en la puerta, haciendo la venia y tartamudeando:

-¡A la orden, Mi Comisario!

Parecía que, de los nervios, había quedado más chico. Pero lo que en realidad acontecía era que en la corrida se le había bajado el cinto, y las rojas bombachas daban casi en el suelo, como polleras.

-¡Mande formar, que voy a pasar revista a la tropa!

Se hizo humo el Cimarrón. Se oyeron voces de mando, ruidos de sables, otra vez. El Tigre se miró a los pies y, regulando bien el paso, salió bajo esa vigilancia al patio, envuelto en luz. Al aparecer, ya llevaba erguida la frente, pero tan crispada por la ira que distinguía por entre los pelos. Con todo, se contuvo él en el marco de la puerta. Así, dio humanamente tiempo a que los rezagados soldado Mao Pelada, Tamanduá, Avestruz, el Asistente Macá y el todavía lleno de tierra Recluta Carpincho se incorporaran a la fila.

Atrás, a los metros, uno de los tremendos ombúes hacía vasto dosel al marcial cuadro.

Delante de la tiesa milicada el Sargento Primero Cimarrón ponía la vista tan, tan fija en el filo de su machete, que la mirada le salía de allí partida en dos.

El Jefe, marcando el paso como si se lo regulara la banda lisa, empezó a recorrer la formación cortándole el respiro al que le llevaba al lado. Pasó casi refregando -o los otros creían que casi- a los Soldados Macá, Águila, Cuzco Overo, Cuzco Barcino, Gato Pajero, Gavilán, Flamenco, Mao Pelada, Tamanduá, Avestruz, Recluta Carpincho, (faltaban, en “comisión”, los Solados Carancho, Cigüeña, Carao) pasó frente al Cabo Pato (faltaba, en “comisión”, el valeroso Cabo Lobo).

Estaban, como de palo, por orden de estatura. Siendo de una misma medida los uniformes que nos mandan de Montevideo, algunos servidores, los más petisos, parecían metidos hasta el cinto dentro de un atado de ropa roja, de tan bajas que tenían las abollonadas bombachas. Otros, el viejo Avestruz, y el Recluta y el Flamenco en la extrema derecha -donde la línea de quepis daba un brusco salto hacia arriba- dejaban asomar media canilla porque, para peor, estos tres servidores estaban con las alpargatas de cuando abandonaron el lecho. Los sables de reglamento, iguales, claro, todos, por relación allí cambiaban de tamaño hasta lo que se no se ha visto nunca. Los del Avestruz, del Mao Pelada, del rechoncho Recluta, les pendían como espadines. Y el Pato, los Cuzcos, el Gavilán, el Yacú, el Asistente Macá, etc., de tan grandes que les quedaban parecían que andaban con armas de monumento. Para la variante en los quepis no era la estatura lo que obraba sino el grandor de las cabezas. Así, el Carpincho tenía que llevar el suyo a la nuca porque no le entraba ni haciendo fuerza o si no sucedía la desgracia de un planchazo. Y el Avestruz, el Cabo Pato, el Águila y otros tantos, sudaban a ciegas pues, así como estaban, en posición de “firme”, no podían acomodárselos y se les iba hundiendo hasta el pescuezo, en el jadeo.

Faltaba una chaquetilla, que fue la que se quemó con el finado Cabo cuando el personal de la Comisaría acudió a pagar lo poco que quedaba en el incendio del rancho de las Nutrias, en Puntas del Estero. Por eso el Recluta Carpincho estaba de particular hasta la mitad.

Después de ir de punta a punta, el Comisario había vuelto a situarse en el centro y de frente. Como el sol le daba de lleno, medio cuerpo lo tenía en rutilaciones.

-¡Esto de que se pasen todo el día de mucha guitarra y chupando caña, trae estos resultados!

El Tigre hizo un esfuerzo por interrumpirse al sentirse impulsado a hollar el terreno de las confidencias. Pero no pudo resistir.

-¡Sí, chupando caña, he dicho! ¿O se creen que no me doy cuenta que toditos ustedes esperan que yo empiece a pegar unos tragos por mi languidez de estómago y, cuando se aseguran de que ya no les puedo sentir el olor, se prenden como mamones a la bebida? Ahora que se me h acabado la pacencia, sepan que ustedes a mí no me engañan jamás; que lo que hay es que he sido un padre para toditos. ¿Cómo fue que se cayó al agua, a ver, el finado hermano de este, el finado Flamenco? ¡En tranca! (cual si el que se ahogó fuera él, se estremeció el soldado Flamenco). ¿Cómo fue que se incendió también él, en el incendio, el finado Cabo? ¡En tranca! ¿Cómo fue que te vinistes abajo del mangrullo vos, Mao Pelada, y no quedastes como bosta de aplastao porque recién llevabas subida la mitad de los travesaños ¡En tranca, caray! ¿Cómo, sin estar en esas condiciones, se puede dejar, no más, una plancha caliente que era un fuego arriba de la ropa?... Y, oiganlón bien: ¿Para qué, Cuzco Overo, (casi se vino al suelo ese Soldado de tanto que inclinó la cabeza, ya arrepintiéndose de todo lo que fuese a revelar el acusador), para qué te ponés a chacotear como que me das serenatas por la ventana, y me hacés quedar así adentro del cuarto, aprovechándote…?

Iba a continuar: “de que soy loco por la música”, pero se contuvo y se sonrojó a pesar de la furia. Y quedó con el pensamiento saltando sobre la última palabra pronunciada hasta que desde ella obtuvo una transacción con las que debían seguir:

-¡…aprovechándote… aprovechándote vos, sí, de que en ocasiones… a mí un poco me gusta la música! Pues sí, m’hijito, me entretenés pa refrescar a alguno en el barril del agua o para acostarlo, porque se le ha ido de más el codo. ¡Sepan, sepan al fin la gran verdá! ¡Yo me daba cuenta de todo! ¡Yo te voy a dar música, de aquí en adelante! ¡Cuando te vea otra vez con la guitarra en mi ventana, les voy a registrar hasta abajo de los catres! ¡Y al que pesque durmiendo la mona lo voy a hacer pasar por las armas, como no lo he hecho nunca aquí: en público y con todas las formalidades, para ejemplo!

Los soldados respiraban a escondidas, de “firmes” que se mantenían.

-Y ahora, de aquí voy a destacar dos partidas, que han de salir para darme con la ladrona. Cuando vuelva el Sargento Segundo Cuervo, él se va a poner al frente de un piquete. Y usté, Sargento Primero, usté me va a tomar tres hombres: vos y vos y vos -y señaló al Soldado Cuzco Barcino, al Soldado Avestruz y al Soldado Mao Pelada- y me empieza desde ya la persecución.

Giró sin más sobre los talones para volver a la Mayoría; pero, antes de adelantar un paso, ya con vuelta contraria quedó otra vez de frente y mirando al rígido conjunto, con ganas de patear en particular a cada uno. Y gritó, subiéndosele la sangre a la cabeza, de la fuerza:

-¡Rompan filas!

Casi sobre las espuelas de tanto que se había echado atrás, volvió a girar y, entonces, se topó con un Charabón que, embobado, estaba hacía ratos contemplando el marcial espectáculo.

-¡Y usté qué pucha me está haciendo aquí!

Se hizo un arco el interpelado porque no pudo mover los tamangos para, aunque más no fuera, dar algún paso atrás. Y cerrando los ojos quiso entregar algo, más muerto que vivo. Pero no podía. Porque buscaba el bolsillo y lo único que hacía era refregar la ropa, temblando. Al fin consiguió llegar a la carta.

-Aquí le mandan… de la pulpería… “La Blanqueada”.

-¡Ah, usté es un propio! -exclamó, serenándose, el Tigre. -Entonces, bueno, sigamé para el despacho.

Y se introdujo en la Mayoría apagándosele las luces en su ropa.

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