domingo

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (25)


LA VENGANZA (3)


Salieron campeando. Y vieron con extrañeza que la tropilla había rumbeado para su querencia. Recobrando el equilibrio entre lo de abajo y lo de lo alto, la luna, ahora en el centro mismo de un cielo sin empaño, dominaba la vasta extensión y le infundía a todo su blanca dulzura ensimismada.

-¿Se habrá cortado el lazo?

-Así parece. -contestó el Zorrino, parándose en seco-. Y si no me equivoco, ahí está la novedá.

En efecto: a poca distancia de ellos, a la sombra de un ñandubay, había un grupo. Era la Lechuza, que tenía su viviendo allí cerquita; un Chimango viejo de patas medio envaradas; el tío de la Lechuza, el Ñacurutú; una Nutria que no acercaba más que los ojos al herido, para no ensuciarse, y un Carpincho enorme, recién salido del agua, al alboroto.

-Vamos a bombiarlos de aquí -dijo el Zorrino- porque estos nunca me han gustado mucho y a lo mejor después nos tienen a las vueltas.

Y espiando vieron que entre la Nutria y el Ñacurutú subían al Peludo sobre el Carpincho, saliendo luego, escoltándolo, ellos y, a la vanguardia, la Lechuza para indicar el camino al conductor que, como es tan retraído, ni sabía la casa del que llevaba a cuestas.

Al pasar frente al escondite de los primos, estos oyeron que la Nutria decía al Chimango:

-Entonces a usté la parece…

-¡Estoy seguro! -respondió el otro-. Tiene que ser ese Don Juan. Supe esta tarde en la pulpería que habían quedado de enseñarle a enlazar. ¿Y no ve el lazo? Aquí está la prueba.

¡Cómo habrían atado el lazo los parientes que, por más que hicieron, los serviciales no habían conseguido aflojarlo!

De repente el herido se quejaba, dando un suspiro quejumbroso y volvía a respirar cortito y seguido. El cuchicheo, detenido cuando eso, tornaba otra vez.

-¡Pobre Peludo! ¡Me parece que de esta hecha…!

-Sí, ¡pobre…! Y siempre fue medio tirano ¿eh? Cualquier cosa en la pulpería costaba un ojo de la cara.

-Mal alma era, derecho. Yo…

-Enderece por aquí, don Carpincho. En cuanto vandiemos aquellas chilcas, ya llegamos.

Un ¡Ay, Jesús! Del herido imponía silencio y hacía aminorar el paso al Carpincho y al cortejo. Luego, reanimada la marcha, volvía a oírse.

-Y si a uno le quedaba debiendo algún restito, ¡Dios lo libre! Tenía todos los días arriba al dependiente. Y ese Chajá, amigo, era capaz de cargar hasta con los tizones si veía que no se podía cobrar de otra…

-¡Por aquí, don Carpincho…! ¡Tenga paciencia! ¡Es una cosa que casi se puede decir que llegamos!

Y por fin llegaron. La Nutria golpeó las manos y se metió presurosa para dar primera que nadie la noticia a la Mulita. Viendo a su tío lleno de sangre, a la pobre le dio el mal.

-¡M’hija! ¡M’hija! ¡Qué le pasa! -repetía, como una gotera, la Lechuza, atendiéndola-. ¡Qué te pasa! ¡M’hija! ¡Qué te pasa!

Y hacía señas para una cama grande, que antes debió de haber tenido dosel porque ostentaba, muy arrogantes, los sostenes.

Entre los machos cortaron a cuchillo el lazo, acostaron al Peludo, lo cubrieron bien y volvieron alrededor de la sobrina, ahora sentada en su sillita de cuero. Mientras la reanimaban dándole aire con sombreros, la Nutria, curiosamente, un poco retirada, miraba el cuadro procurando guardar todos los detalles en su memoria poco tenaz por desgracia.

Cuando se sintieron sin objeto, empezaron a mirarse y a mirar para el suelo y para el techo. Entonces, la Lechuza dijo que con ella no se precisaba más, y que se quedaría hasta el día. Y los demás se fueron y a pie, unos, otros, a caballo, entraron a la noche ahora sólo con estrellas. Era que, una vez que todo estuvo atemperado en este país, la luna se había dejado resbalar silente por sobre inmensos mares de olas, hacia otras cosas y otros seres aun sin asistencia. Se fueron, así, indiferente, el Ñacuturú; apurado por tirarse al agua, el Carpincho; el Chimango embarullado con todo aquello; y bastante incomodada la Nutria porque se ofreció para quedarse y la lechuza le dijo que se retirara, no más, en tal forma que fuera como un empujón.

-¡Arrastrada de los diablos! Así está de mal mirada, por lo antipática -monologaba la ofendida.

Y alcanzó al Carpincho, que siguió apurado, casi sin oírla,

-¿No la vio que parecía la dueña de casa, don Carpincho? ¡Parece mentira, tan audaz! ¡Y quién la ve pa tantos tonos! Eso que dicen de que vive con el tío, con el Ñacurutú, es una fija, mire. La Víbora me contó que es una cosa de verlos todos los santos días…

-¡Bah! -exclamó el Carpincho, llegando al arroyo.

Y se zambulló en el agua.

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