Franz Kafka se cuenta siempre entre los
grandes escritores del siglo XX, en especial porque, como otros en su tiempo
(James Joyce, Marcel Proust, o Virginia Woolf), fraguó una obra que, al mismo
tiempo que mostró una nueva forma de hacer literatura, sirvió como medio de
expresión de la subjetividad de su época.
En otro aspecto, Kafka pasó a la
historia también por la leyenda que se formó en torno a su persona. Quienes
conozcan algunos detalles de su vida o se hayan acercado a su obra,
posiblemente tengan la idea de un hombre de salud quebradiza, siempre sufriendo
por alguna razón, capaz de imaginar escenas un tanto siniestras u opresivas pero
de todos modos elocuentes.
Parte de esa leyenda también es el
insomnio habitual que Kafka padeció, especialmente en sus años de madurez y
que, en su caso, es indisociable de la escritura. De hecho, en un episodio que
cuenta en sus diarios y sus críticos y estudiosos citan de tanto en tanto, el
primer cuento que Kafka escribió y que encontró verdaderamente literario fue
resultado de una noche pasada en vela, escribiendo incesantemente, y de la cual
emergió también entre lágrimas, temblores y quizá alguna hemorragia nasal
menor.
La escena puede parecer exagerada, pero
además de que no es la única en las referencias sobre su vida, una
investigación reciente ha puesto de nuevo a discusión la utilidad que la
imposibilidad para dormir reportó a Kafka en términos literarios.
En particular, los investigadores
Antonio Perciaccante y Alessia Coralli publicaron hace poco en la revista The Lancet Neurology un artículo sobre el efecto del
insomnio y la parasomnia en la obra creativa de Kafka.
Entre sus observaciones, Perciaccante y
Coralli se detienen con especial atención en el efecto un tanto hipnótico o
alucinatorio que la privación de sueño pudo generar en Kafka, mismo que se
transformó en algunas de las “visiones” que pueblan sus escritos. Por la manera
en que Kafka habló de su dificultad para dormir (especialmente en sus cartas y
sus diarios), los investigadores creen que el autor checo encontró una
inesperada fuente de expresión y creatividad en ese instante específico en que
el sueño parece sobrevenir sobre nosotros, esa frontera un tanto vaga entre la
realidad de la vida diurna y la vida onírica, entre la conciencia y la pérdida
de esta y en la cual pueden llegar a surgir algunos de los pensamientos más
sorprendentes. Según Perciaccante y Coralli, Kafka encontró la forma de
mantenerse ahí, de sostener ese estado ambiguo entre vigilia y sueño y usarlo
para escribir. En una entrada en su diario del 2 de octubre de 1911, escribió:
Noche de insomnio. Es ya la tercera de la serie. Me duermo bien, pero
una hora después me despierto como si hubiese metido la cabeza en un agujero
equivocado. Estoy totalmente desvelado, tengo la sensación de no haber dormido
nada o de haberlo hecho sólo bajo una fina membrana; de nuevo veo ante mí el
trabajo de volver a dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y desde este
instante hasta cerca de las cinco, transcurre toda la noche en un estado en el
que realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran
intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras yo mismo tengo que andar a
golpes con los sueños. Hacia las cinco, se ha consumido el último rastro de
somnolencia, y ya sólo sueño, lo que resulta más fatigoso que estar en vela. En
resumen, me paso toda la noche en el estado en que se encuentra una persona
sana unos breves instantes, antes de dormirse realmente. Cuando me despierto,
todos los sueños se han congregado en torno a mí, pero evito pasarles revista
en mi memoria. […]
Creo que este insomnio se debe únicamente a que escribo. Ya que, por
poco y por mal que escriba, estas pequeñas conmociones me sensibilizan;
especialmente al caer la noche, y más aún por la mañana, el soplo, la inmediata
posibilidad de estados más importantes, más desgarradores, que podrían
capacitarme para cualquier cosa, y luego, en medio del fragor general que hay
en mi interior y al que no tengo tiempo de dar órdenes, no encuentro reposo.
Y un par de días después:
Por otra parte, anoche me insensibilicé intencionadamente, salí de
paseo, leí a Dickens, luego me sentí algo mejor y había perdido la energía para
la tristeza, una tristeza que consideraba justificada, aunque también me
parecía verla algo más apartada de mí; ello me daba la esperanza de dormir
mejor. Efectivamente, el sueño fue un poco más profundo, pero no suficiente, y
menudearon las interrupciones. Para consolarme, me dije que, de hecho, había
vuelto a reprimir la gran agitación que hubo en mí; que sin embargo, no quería
abandonarme, como me había ocurrido siempre después de semejantes períodos,
sino que quería permanecer consciente de los últimos vestigios de aquella
agitación, lo que anteriormente no había hecho nunca. Tal vez así pudiera hallar
en mi interior una firmeza oculta.
¿Fue el insomnio una extraña
manifestación de esa “firmeza oculta” que buscaba Kafka?
(pijamaSURF / 12-29-2017)
(pijamaSURF / 12-29-2017)
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