domingo

ANTONIN ARTAUD - EL TEATRO DE LA CRUELDAD (83)


UN ATLETISMO AFECTIVO (2)

Sea o no exacta la hipótesis, importa sobre todo que es verificable.

El alma puede reducirse fisiológicamente a una madeja de vibraciones.

Es posible ver a ese espectro de alma como intoxicado con sus propios gritos -que corresponderían a los mantras hindúes-, esas consonancias, esos acentos misteriosos donde las penumbras materiales del alma, acosadas hasta sus madrigueras, llegan a librar sus secretos a la luz del día.

La creencia en una materialidad fluida del alma es indispensable para el oficio de actor. Saber que una pasión es material, que está sujeta a las fluctuaciones plásticas de la materia, otorga un imperio sobre las pasiones que amplía nuestra soberanía.

Alcanzar las pasiones por medio de sus propias fuerzas, en vez de considerarlas abstracciones puras, confiere al actor la maestría de un verdadero curandero.

Saber que el alma tiene una expresión corporal, permite al actor alcanzar el alma en sentido inverso; y redescubrir su ser por medio de analogías matemáticas.

Entender el secreto del tiempo de las pasiones -esa especie de tempo musical que regula el compás armónico- es un aspecto del teatro que nuestro teatro psicológico moderno ha olvidado, desde hace mucho tiempo.

Ahora bien, ese tempo puede descubrirse por analogía, y se encuentra en las seis maneras de dividir y mantener la respiración, como si esta fuese un precioso elemento.

Toda respiración tiene tres tiempos, así como hay tres principios en la raíz de toda creación, y que aun en la respiración pueden encontrar la figura correspondiente.

La Cábala divide la respiración humana en seis arcanos principales; el primero llamado el gran arcano, es el de la creación:

  ANDRÓGINO                     MACHO                 HEMBRA
   EQUILIBRADO                  EXPANSIVO         ATRACTIVO
   NEUTRO                             POSITIVO              NEGATIVO

He tenido pues la idea de emplear este conocimiento de las distintas respiraciones no sólo en el trabajo del actor sino en la preparación del oficio de actor. Pues si el conocimiento de las respiraciones aclara el color del alma, con mucha más razón puede estimular el alma, facilitar su expansión.

Es indudable que como la respiración acompaña al esfuerzo, la producción mecánica de la respiración engendrará en el organismo que trabaja una cualidad correspondiente de esfuerzo.

El esfuerzo tendrá el color y el ritmo de la respiración artificialmente producida.

El esfuerzo acompaña simpáticamente a la respiración y de acuerdo con la calidad del esfuerzo futuro, una emisión preparatoria de aliento dará a ese esfuerzo facilidad y espontaneidad. Insisto en la palabra espontaneidad, pues el aliento reanima la vida, la hace arder en su propia sustancia.

Lo que la respiración voluntaria provoca es una respiración espontánea de la vida. Como una voz en colores infinitos, y a sus orillas guerreros que duermen. La campana matinal o el cuerno de la guerra los arroja en filas al combate. Pero que un niño grite de pronto “¡el lobo!”, y he aquí que se despiertan. Se despiertan en medio de la noche. Falsa alarma: los soldados pretenden volver al descanso. Pero no: chocan con grupos hostiles, han caído en un verdadero avispero. El niño ha gritado en sueños. Su inconsciente más sensible y fluctuante ha tropezado con una ronda enemiga. Así, por medios ocultos, la presión nacida del teatro cae sobre una realidad más temible aun, que la vida no había sospechado nunca. Así el actor labra su personalidad con el agudo filo de la respiración.

Pues el aliento que alimenta la vida permite remontar gradualmente sus etapas. Por medio de la respiración el actor puede alcanzar un sentimiento que él no conoce; si combina juiciosamente sus efectos, no se equivocará de sexo. Pues el aliento es macho o hembra y menos frecuentemente andrógino. Pero a veces es necesario describir raros estados que no se han desarrollado.

La respiración acompaña al sentimiento y es posible penetrar en el sentimiento por medio de la respiración, si se sabe discriminar cuál conviene a ese sentimiento.

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