UN ATLETISMO AFECTIVO (2)
Sea o no exacta la
hipótesis, importa sobre todo que es verificable.
El alma puede reducirse
fisiológicamente a una madeja de vibraciones.
Es posible ver a ese
espectro de alma como intoxicado con sus propios gritos -que corresponderían a
los mantras hindúes-, esas consonancias, esos acentos misteriosos donde las
penumbras materiales del alma, acosadas hasta sus madrigueras, llegan a librar
sus secretos a la luz del día.
La creencia en una materialidad
fluida del alma es indispensable para el oficio de actor. Saber que una pasión
es material, que está sujeta a las fluctuaciones plásticas de la materia,
otorga un imperio sobre las pasiones que amplía nuestra soberanía.
Alcanzar las pasiones por
medio de sus propias fuerzas, en vez de considerarlas abstracciones puras,
confiere al actor la maestría de un verdadero curandero.
Saber que el alma tiene
una expresión corporal, permite al actor alcanzar el alma en sentido inverso; y
redescubrir su ser por medio de analogías matemáticas.
Entender el secreto del tiempo de las pasiones -esa especie de tempo musical que regula el compás
armónico- es un aspecto del teatro que nuestro teatro psicológico moderno ha
olvidado, desde hace mucho tiempo.
Ahora bien, ese tempo puede descubrirse por analogía, y
se encuentra en las seis maneras de dividir y mantener la respiración, como si
esta fuese un precioso elemento.
Toda respiración tiene
tres tiempos, así como hay tres principios en la raíz de toda creación, y que
aun en la respiración pueden encontrar la figura correspondiente.
La Cábala divide la
respiración humana en seis arcanos principales; el primero llamado el gran arcano,
es el de la creación:
ANDRÓGINO MACHO HEMBRA
EQUILIBRADO EXPANSIVO ATRACTIVO
NEUTRO POSITIVO NEGATIVO
He tenido pues la idea de
emplear este conocimiento de las distintas respiraciones no sólo en el trabajo
del actor sino en la preparación del oficio de actor. Pues si el conocimiento
de las respiraciones aclara el color del alma, con mucha más razón puede
estimular el alma, facilitar su expansión.
Es indudable que como la
respiración acompaña al esfuerzo, la producción mecánica de la respiración
engendrará en el organismo que trabaja una cualidad correspondiente de
esfuerzo.
El esfuerzo tendrá el color
y el ritmo de la respiración artificialmente producida.
El esfuerzo acompaña
simpáticamente a la respiración y de acuerdo con la calidad del esfuerzo
futuro, una emisión preparatoria de aliento dará a ese esfuerzo facilidad y
espontaneidad. Insisto en la palabra espontaneidad, pues el aliento reanima la
vida, la hace arder en su propia sustancia.
Lo que la respiración
voluntaria provoca es una respiración espontánea de la vida. Como una voz en
colores infinitos, y a sus orillas guerreros que duermen. La campana matinal o
el cuerno de la guerra los arroja en filas al combate. Pero que un niño grite
de pronto “¡el lobo!”, y he aquí que se despiertan. Se despiertan en medio de
la noche. Falsa alarma: los soldados pretenden volver al descanso. Pero no:
chocan con grupos hostiles, han caído en un verdadero avispero. El niño ha
gritado en sueños. Su inconsciente más sensible y fluctuante ha tropezado con
una ronda enemiga. Así, por medios ocultos, la presión nacida del teatro cae
sobre una realidad más temible aun, que la vida no había sospechado nunca. Así
el actor labra su personalidad con el agudo filo de la respiración.
Pues el aliento que
alimenta la vida permite remontar gradualmente sus etapas. Por medio de la
respiración el actor puede alcanzar un sentimiento que él no conoce; si combina
juiciosamente sus efectos, no se equivocará de sexo. Pues el aliento es macho o
hembra y menos frecuentemente andrógino. Pero a veces es necesario describir
raros estados que no se han desarrollado.
La respiración acompaña
al sentimiento y es posible penetrar en el sentimiento por medio de la
respiración, si se sabe discriminar cuál conviene a ese sentimiento.
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