La mala acción del Peludo (2)
LA
MUDADA
Seguían al sol los
últimos colores rumbo a quién sabe que mundos y qué cosas, cuando Don Juan
llegó a su casa con su comadre Cigüeña; le cargó las cacharpas en el lomo y,
una vez que esta, un poco trabajosamente, levantó el vuelo, salió, también,
rumbo a su nueva morada.
Al llegar, la Mulita
estaba arreglando todo. La Cigüeña, en cuanto lo vio, se despidió muy apurada,
tanto que la mitad de las gracias las recibió a campo raso. En seguida, Don
Juan advirtió que el lazo mejor le faltaba. Salió hecho una furia, pero ya ni
se podía saber si allá, muy allá arriba, lo que iba navegando por el cielo era
una nube o no era.
-¡Puro vicio! -masculló
el Zorro.
Y en eso vio cruzar al
Peludo que venía de su pulpería.
Avisó a la Mulita, que
salió como chuza, sin decir ni “Hasta mañana”, y él, ganoso de comer algo,
marchó al trote en dirección contraria, con el fin de atravesar un chilcal y
llegar al otro lado, donde vería lo que haría.
En el llano topó al
Zorrino, que marchaba al trote chasquero, la cabeza muy gacha por el “genio”.
-¿No sabés que en la
mudada mi comadre me robó el lazo de trenza?
-¿Y no sabés que el mundo
está perdido? -saltó el Zorrino con voz ronca, sujetándose y poniéndose al lado
para aprovechar la oportunidad de desahogarse un rato. -¿Pa qué te confiás en
naides? ¡Zonzo, más que zonzo! ¡Ay, Juan, nunca sabrás lo que es la vida…!
¿Tenés tabaco? ¡Estoy pobre, hermano, que doy hasta asco!
-¡Cómo no, primo!
¡Sírvase! Ahí va la chala.
Mientras liaba el
cigarro.
-¿Pa dónde ibas? -preguntó
el Zorrino, al mismo tiempo que buscaba un motivo de rezongo.
-Me acordé de que me
quedé sin carne. Voy a alzar de por aquí no más un cordero.
-Vamos marchando,
entonces. Dame juego… Pues, sí, mi primo, el mundo es una inmundicia. Yo no sé
cómo vos, que sos inteligente, no lo has visto, ya. ¡Hasta cuándo, vida mía!
Dejate de ser bueno, que podés ir lejos, si querés. Desengañate, Juan: todo
está mal, y solito siendo malo es que uno se da cuenta…
-¿Y de ahí qué colije,
primo? -interrumpió el Zorro con rabia.
-Colijo que hay que
desconfiar hasta de uno mesmo; que hay que cortarse solo y amolar al que se
pueda.
-Yo… si vamos a lo que
vos decís… muy bueno, muy bueno no basta; hay que ser malo. ¡Ah, si pudiera
hacer bastante mal, canejo! -suspiró.
Y mostró sus dientes:
unos dientes agudos ¡pero chicos!
-Vos tenés la
inteligencia -continuó sonriente- ¿Pa qué andás tontiando? Hacé mal, hace mal;
¡es lo único bueno de esta vida!
-Entre vos y la Mulita…
-¿Ah, sí? ¿Conque te
aconseja lo mesmo?
-¡Al revés; tira p’al
otro lado! Y yo, en el medio de ustedes dos, habiendo sido tan alegre siempre,
estoy ahora como estaqueado, con una tristeza que…
-Aventá lejos la
tristeza, que es cosa de buenos y no hace más que amolar, y seguí mis consejos,
que son consejos de pariente… ¡y de amigo!
-Nos estamos acercando
demasiado a la mar. ¿Vamos a rumbiar p’al sarandisal?
-Vamos… Pue sí, mi primo,
la vida…
-Yo voy a carniar por
aquí, no más -interrumpió el Zorro por no haber escuchado. Descabalgó, anudó
las riendas a la cabezada del recado para entreverarse con cautela en una punta
de ovejas. Hubo un desparramo, y él quedó solo, con un mamón que se debatía. Su
madre, la única madre cobarde en todo el mundo, sintió a su hijo balar y siguió
disparando.
La vaga sombra que ella
empujara en el pasto, y bajo la cual, ¡hacía tan poco!, el corderito había
ensayado un incipiente y húmedo triscar, se le arrastró detrás, a ella, ahora,
y fue con ella a perderse en lo más espeso de las chilcas, acusándola en vano,
exhortándola sin suerte a volver sobre sus pasos. Ya cándidamente meciéndose en
su luz desde un rincón del cielo, la primera estrella estuvo a punto de
sorprender el cuadro y, lo peor, aquella fuga inverosímil. Pero una vieja nube
que tornaba del Sur bogó ligero e interpuso su tamaño.
El silencio se había
hecho tan vasto tan vasto y tan denso que pareció haberse levantado de pronto
en el mundo un gran muro.
-¡Hasta más ver,
compañero! -dijo el Zorrino que, quieras que no, había sentido hasta el fondo
la suspensión del instante.
-Salú -contestó, sombrío,
Don Juan dejándose anegar por aquello.
Estivo un rato así.
Después, sin ganas, más bien como con rabia, tendió el cordero en las ancas del
tostado y montó.
Ya encima de la tierra
estaba toda la noche.
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