AUTOBIOGRAFÍA (I)
“Negar que he deseado ser querido, sería una impostura. Lo he soñado, lo he
padecido y lo sufro con agrado. Siempre he deseado que me quisieran, aunque
esta aspiración no conduzca jamás a buenos resultados comerciales, ni traiga
aparejada una libreta de cheques. Pero mi capacidad fraternal es tan sincera,
de tan sencilla buena fe, que soy de los que quieren, sin discriminar, a la
guía telefónica entera. Quiero a los que me saludan y quiero hasta a los que me
estafan…
Soy un hombre agradecido. Y además, un hombre simple. Mi cédula de
identidad dice que tengo cuarenta y seis años y lo único grave es que es
cierto. Los que me conocen personalmente saben que tengo más años que quilos…
Soy un hombre vulgar. Soy un hombre solo (porque quedé sin padres desde
chico). Y sólo porque tuve la bendita anunciación de un éxito desde muy joven.
Lo había soñado, como se sueña a veces lo que será un destino. Pero… ¡solo!
Porque pasé de la sencilla soledad de una infancia triste, a esta madurez de un
hombre parado en una esquina, también solo y sin tener con quién trenzar prosa…
En el largo y penoso diálogo de mi vida no he tenido más interlocutor que el
Pueblo. Siempre estuve solo con él. Afortunadamente con él. El Pueblo me
devolvió la ternura que le dí y yo -fulano de tal- soy el hombre que conversa
con la multitud como con su familia y cuenta, en voz alta, lo que la multitud -que
es él o igual a él- ansía que le digan.
Cuando pibe, nunca entendía la división de los quebrados: numerador…
denominador… ¡Qué lío! Nunca fui fuerte para los números y esto lo saben bien
mis empresarios y los gerentes de varios Bancos… Lo cierto es que un día, por
culpa de las matemáticas, me hice la primer rabona… Pero lo que dejé de
aprender en el colegio, lo recuperé en la calle, en la vida. Tal vez allí, en
ese tiempo tan lejano y tan hermoso como todo lo que fue, tal vez allí, haya
empezado a masticar las letras de mis canciones…
Mi padre fue un gran músico. Mis hermanos también. El único músico malo de
la familia era y soy yo. Pero dije mi canto porque será un destino el que me
hizo saber que un tango puede escribirse con un dedo, pero con el alma, porque
un tango es la intimidad que se esconde y es el grito que se levanta airado,
desnudo… Un tango está en el aire como el aire, está en el vuelo curvo de los
pájaros, en la esquina distante y en la pared descascarada que muestra una
llaga de ladrillos… Por eso compuse muchas canciones. No he vivido las letras
de todas ellas… pero las he sentido todas, eso sí. Me he metido en la piel de
otros y los he sentido en la sangre y en la carne… Yo vivo los problemas ajenos
con una intensidad martirizante impropia de estos pocos kilos que visto y calzo…
Porque estoy en la vereda de enfrente en todo… en amor, en salud y en dinero…
Tuve y no tuve… A veces, me sobraron las cosas y a veces me faltaron… He vivido
en siete y medio perpetuo: a veces, me pasaba y a veces, me quedaba corto. El
equilibrio tuve que ponerlo yo porque la vida me venía siempre despareja. Ese
es mi pequeño orgullo, si es que tengo alguno. Haber equilibrado lo bueno con
lo malo, el sobrante con la escasez, la rosa con la espina. De allí tal vez
nació esta filosofía que no aprendí en ningún libro, pero que tiene la forma de
mi boca y de mi voz y que me ayuda a andar por la vida teniendo más amigos que
enemigos, siendo más bueno que malo y más amable que cruel…
Digo que soy bueno y en realidad creo que lo soy, pero los buenos casi
siempre despertamos un poco de piedad. En verdad, la bondad no es profesión que
halague. Al contrario: duele. Más de una vez hubiera querido ser malo, de estafado
perpetuo pasar a estafador, de hombre mordido a hombre que muerde. Pero nunca
pude hacerlo. Para todo se necesita una educación, una sangre especial. Para ladrar
hay que ser perro. Y no se puede ser luna y perro a la vez.
La filosofía que campea en mis tangos, la aprendí en la calle, en la vida,
en aquellos de bohemia de mi juventud… Hay cosas que no se aprenden en los
libros, cosas que aprendí solo… como cualquier ciudadano que camina y respira.
Pasé por todas las etapas y no me avergüenzo: a los quince años hice versos de
amor, muy malos… A los veinte, henchido de fervor humanista, creí que todos los
hombres eran mis hermanos… A los treinta… hum… a los treinta, eran apenas
primos… Ahora, estafado y querido, golpeado y acariciado, creo que los hombres
se dividen en dos grandes grupos: los que muerden y los que se dejan morder…
Quiero entregar mis recuerdos sin énfasis y si es posible, sin cursilerías,
a este pueblo mío con el que mantengo, a través de muchos años, un largo
diálogo de comuniones silenciosas y del cual nacieron todas mis canciones.
Sabía que nada tiene que temer quien se da, como me di, de corazón a un pueblo,
porque los pueblos no engañan nunca y devuelven como la tierra, un millón de flores
por una semilla seca” (1)
Notas
(1) La prohibición a que se refiere consistió en una medida del Ministerio
de Marina, en febrero de 1929, por la cual no se podían transmitir por radio “Chorra”,
“Qué vachaché” y “Esta noche me emborracho”.
(Ediciones del Pensamiento Nacional)
(Ediciones del Pensamiento Nacional)
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