domingo

ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO - ESCRITOS INÉDITOS (1)




AUTOBIOGRAFÍA (I)

“Negar que he deseado ser querido, sería una impostura. Lo he soñado, lo he padecido y lo sufro con agrado. Siempre he deseado que me quisieran, aunque esta aspiración no conduzca jamás a buenos resultados comerciales, ni traiga aparejada una libreta de cheques. Pero mi capacidad fraternal es tan sincera, de tan sencilla buena fe, que soy de los que quieren, sin discriminar, a la guía telefónica entera. Quiero a los que me saludan y quiero hasta a los que me estafan…

Soy un hombre agradecido. Y además, un hombre simple. Mi cédula de identidad dice que tengo cuarenta y seis años y lo único grave es que es cierto. Los que me conocen personalmente saben que tengo más años que quilos…

Soy un hombre vulgar. Soy un hombre solo (porque quedé sin padres desde chico). Y sólo porque tuve la bendita anunciación de un éxito desde muy joven. Lo había soñado, como se sueña a veces lo que será un destino. Pero… ¡solo! Porque pasé de la sencilla soledad de una infancia triste, a esta madurez de un hombre parado en una esquina, también solo y sin tener con quién trenzar prosa… En el largo y penoso diálogo de mi vida no he tenido más interlocutor que el Pueblo. Siempre estuve solo con él. Afortunadamente con él. El Pueblo me devolvió la ternura que le dí y yo -fulano de tal- soy el hombre que conversa con la multitud como con su familia y cuenta, en voz alta, lo que la multitud -que es él o igual a él- ansía que le digan.

Cuando pibe, nunca entendía la división de los quebrados: numerador… denominador… ¡Qué lío! Nunca fui fuerte para los números y esto lo saben bien mis empresarios y los gerentes de varios Bancos… Lo cierto es que un día, por culpa de las matemáticas, me hice la primer rabona… Pero lo que dejé de aprender en el colegio, lo recuperé en la calle, en la vida. Tal vez allí, en ese tiempo tan lejano y tan hermoso como todo lo que fue, tal vez allí, haya empezado a masticar las letras de mis canciones…

Mi padre fue un gran músico. Mis hermanos también. El único músico malo de la familia era y soy yo. Pero dije mi canto porque será un destino el que me hizo saber que un tango puede escribirse con un dedo, pero con el alma, porque un tango es la intimidad que se esconde y es el grito que se levanta airado, desnudo… Un tango está en el aire como el aire, está en el vuelo curvo de los pájaros, en la esquina distante y en la pared descascarada que muestra una llaga de ladrillos… Por eso compuse muchas canciones. No he vivido las letras de todas ellas… pero las he sentido todas, eso sí. Me he metido en la piel de otros y los he sentido en la sangre y en la carne… Yo vivo los problemas ajenos con una intensidad martirizante impropia de estos pocos kilos que visto y calzo… Porque estoy en la vereda de enfrente en todo… en amor, en salud y en dinero… Tuve y no tuve… A veces, me sobraron las cosas y a veces me faltaron… He vivido en siete y medio perpetuo: a veces, me pasaba y a veces, me quedaba corto. El equilibrio tuve que ponerlo yo porque la vida me venía siempre despareja. Ese es mi pequeño orgullo, si es que tengo alguno. Haber equilibrado lo bueno con lo malo, el sobrante con la escasez, la rosa con la espina. De allí tal vez nació esta filosofía que no aprendí en ningún libro, pero que tiene la forma de mi boca y de mi voz y que me ayuda a andar por la vida teniendo más amigos que enemigos, siendo más bueno que malo y más amable que cruel…

Digo que soy bueno y en realidad creo que lo soy, pero los buenos casi siempre despertamos un poco de piedad. En verdad, la bondad no es profesión que halague. Al contrario: duele. Más de una vez hubiera querido ser malo, de estafado perpetuo pasar a estafador, de hombre mordido a hombre que muerde. Pero nunca pude hacerlo. Para todo se necesita una educación, una sangre especial. Para ladrar hay que ser perro. Y no se puede ser luna y perro a la vez.

La filosofía que campea en mis tangos, la aprendí en la calle, en la vida, en aquellos de bohemia de mi juventud… Hay cosas que no se aprenden en los libros, cosas que aprendí solo… como cualquier ciudadano que camina y respira. Pasé por todas las etapas y no me avergüenzo: a los quince años hice versos de amor, muy malos… A los veinte, henchido de fervor humanista, creí que todos los hombres eran mis hermanos… A los treinta… hum… a los treinta, eran apenas primos… Ahora, estafado y querido, golpeado y acariciado, creo que los hombres se dividen en dos grandes grupos: los que muerden y los que se dejan morder…

Quiero entregar mis recuerdos sin énfasis y si es posible, sin cursilerías, a este pueblo mío con el que mantengo, a través de muchos años, un largo diálogo de comuniones silenciosas y del cual nacieron todas mis canciones. Sabía que nada tiene que temer quien se da, como me di, de corazón a un pueblo, porque los pueblos no engañan nunca y devuelven como la tierra, un millón de flores por una semilla seca” (1)


Notas

(1) La prohibición a que se refiere consistió en una medida del Ministerio de Marina, en febrero de 1929, por la cual no se podían transmitir por radio “Chorra”, “Qué vachaché” y “Esta noche me emborracho”.


(Ediciones del Pensamiento Nacional)

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